Armas, violencia y motivaciones

Recientemente en Venezuela se han producido una serie de eventos delictivos, que la mayoría de los ciudadanos califican por lo menos de «poco comunes».  Se trata del robo de armas de fuego en instalaciones de instituciones del Estado.

Para tratar de entender un poco este fenómeno, debemos analizar qué tipo de delincuente se atreve a realizar estos actos y con cuales fines.
El delincuente venezolano ha pasado por un proceso de transformación de sus características en los últimos 50 años.
Entre las décadas de los 60 a los 80, el asesinato no era una constante en su actuación, existía un respeto hacia los organismos policiales de los cuales se cuidaba. Por otra parte, trataban de pasar desapercibidos en el sector o en la comunidad en la cual habitaban. Aunque algunos disponían de armas de fuego, las armas blancas eran «la herramienta de trabajo por excelencia». Los eventos con altos niveles de violencia eran escasos, los informaban los principales medios de comunicación y provocaban la indignación y el rechazo de los ciudadanos.
Ya en los años 90 empiezan a notarse los primeros cambios de mayor impacto. Los ataques involucran continuamente las armas de fuego, y en los robos los asesinatos empiezan a estar casi siempre presentes. La conformación de grupos para delinquir se hace más frecuente, lo que va a desarrollar una particular cultura y lenguaje de las incipientes bandas, donde la violencia, la fuerza y la búsqueda del prestigio entre los miembros es de importancia.
Dicho proceso se hace más acelerado y evidente a partir del nuevo milenio. En general, el perfil del delincuente no difiere en gran medida, del que se encuentra en la mayoría de los países latinoamericanos. Obviamente, los entornos particulares de cada país añaden o extraen factores que moldean la personalidad en cada caso.
Algunos dan sus primeros pasos en el delito entre los 11 y 13 años, y  el rango de edad promedia entre los 16 y los 25 años, aunque la distribución de hechos delictivos en América Latina presenta una cumbre en los 19 años de edad, en el número de ofensas. Cerca del cincuenta por ciento actúa bajo la influencia de sustancias psicoactivas. Una inmensa mayoría en sus etapas de vida entre prenatal y la adolescencia, han estado expuestos de forma permanente a un conjunto de factores en su entorno familiar, escolar y de área de domicilio, que podrían favorecer el desarrollo de habilidades con propensión criminal.
Se transforma en clave la relación con las bandas, donde se consolidan estructuras, rangos, responsabilidades y normas de convivencia, que incluyen implacables penalizaciones «para mantener el orden». En los recintos carcelarios la población se une en grupos para compartir bienes y defenderse. Existe un reconocimiento a los líderes, los cuales suelen ser transitorios ya que por lo general fallecen en promedio antes de los 25 años en actividades delictivas, guerra entre bandas o asesinados por otros malhechores que quieren ocupar su lugar.
Este nuevo delincuente, ya no siente preocupación por ser un desconocido. Por el contrario, aparece en redes sociales como una demostración de confianza, poder y de actitud retadora ante sus enemigos. Las armas de fuego son un instrumento necesario para sus actividades y las utiliza sin ningún remordimiento. Entre más numerosas sean las armas y municiones que tenga a disposición el grupo, mayor es el respeto, prestigio y posibilidad de actuar con éxito, en cualquier tipo de delito que requiera la fuerza. Por otra parte, no descartan el beneficiarse al comercializar algunos equipos en el mercado ilegal.
Esta realidad genera una escalada de violencia cada vez mayor, y un interés en hacerse de armas de fuego cada vez más potentes. De allí la cantidad de funcionarios policiales, escoltas y otros ciudadanos que se han convertido en víctimas fatales, al ser abordadas para robarles sus armas.
Por otra parte, es normal que en los parques de armas permanezca una concentración de armas, municiones y explosivos, para cubrir los requerimientos operativos de los organismos de seguridad pública.
Opinar con total certeza sobre las actuales condiciones de protección de las instalaciones oficiales, es algo temerario. Esa información no es ni debe ser pública, sino  de acceso muy restringido. Pero definitivamente existen oportunidades de mejora, que los delincuentes han identificado, los motiva y están aprovechando a su favor.
Pareciera necesario hacer una reevaluación de las condiciones de infraestructura, protocolos y tecnologías, para determinar y actualizar las medidas de seguridad. Así mismo, factores como la impunidad, la pérdida de espacios y el irrespeto a las instituciones, contribuyen a esos eventos.
En estos casos es exclusividad del Estado generar y aplicar las políticas que a la mayor brevedad posible den resultados positivos, para la tranquilidad de las instituciones afectadas y de los ciudadanos en general.
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