La parálisis de la desesperanza

Hoy no voy a escribir sobre seguridad o inseguridad, me voy a referir a la adversidad y a la manera en que nos ha tocado asumirla. Algunos que se quedan otros que se van, pero sobre todo a aquellos que atrapados por la desesperanza terminan paralizados.

Pareciera que el país, agotado por una lucha estéril, se entrega mansamente a los embates de su propia realidad.  Ya no importa lo que pasa, porque todo está más allá de las certezas. Es una Venezuela invadida porincertidumbres que han desatado todas las amarras institucionales y que para muchos, navega a la deriva y hacia el abismo.

Es imposible no sentir miedo. Ya en artículos anteriores he explorado el miedo como mecanismo natural y primario de los individuos para la preservación de la vida. Es el más básico sistema de seguridad, que activa el huir o el luchar en casos de extrema necesidad.

Se cuentan por miles los venezolanos que por luchar y plantarse frente a las desviaciones del gobierno, terminan con causas abiertas o encarcelados por delitos imposibles de probar, limitando sus derechos civiles y políticos y entrampados en una maraña judicial en la que mientras más se mueven más se hunden.

También, son más de un millónde nacionales los que han decidido partir, dejando la patria y los sueños en una realidad suspendida, con la esperanza obligada de un futuro más normal para sus familias. Conozco a muchos, y muy cercanos, a los que se les consumió  el combustible de esta tierra,dejándolo todo, buscando recuperar la tranquilidad perdida. No los culpo. Es tan difícil la decisión de irse cómo de quedarse.

Pero es otro grupo al que quiero referirme. Ese, que entre indecisiones y convicciones está encallado en un país que pareciera se gasta cada día sin salvación. Son una mayoríaque en el debate del luchar y el huir, han quedado prisioneros de la parálisis de la desesperanza. Es la Venezuela que se le pasan las horas tratando de sobrevivir a la hostilidad y la denigración de las larguísimas colas de mercados, cocinando con desazón los más amargos sentimientos de injusticia y temor.

Esta catatonia social se está convirtiendo en el país del no me importa. Tanto ciudades como pueblos lucen desvencijados, lanzados al abandono. Es el ciudadano de teflón, al que todo le resbala, que pierde su identidad y pertenencia. Ese que no se apega a nada y se desarraiga más profundamente de los que ya se han ido y no volverán.

Lo que realmente me inquieta de esta parálisis, es el poder que tiene sobre aquellos más aptos o en mejor posición para manejar la salida de la crisis. Me consigo a diario con profesionales exitosos, que hoy están abatidos por la realidad y juegan cada vez cerca con la idea de entregarse a la quietud expectante.

Si algo me ha enseñado mi ejercicio en la seguridad de todos estos años es a entender mejor la adversidad. Cuando todo está colgando en el precipicio, la habilidad y el esfuerzo pueden catapultar logros inmensos y revertir pérdidas que en perspectiva, parecían imposibles de salvar. Dicen que la esperanza es la droga del optimista. Si es así,preferiría morir de una sobredosis que entregarme a la tristeza y depresión por una patria que como sal se nos disuelve en las manos.

@seguritips