La tentación de la seguridad

La vetocracia o gobierno por veto es un término acuñado por Francis Fukuyama, para explicar el declive de la democracia en Estados Unidos. Fukuyama alega que el sistema político de ese país limita la capacidad del gobierno para tomar decisiones y lograr que las cosas se hagan a causa de que le ha otorgado derechos de veto a múltiples actores del sistema.
Pienso que este fenómeno se ha extendido a otras democracias contemporáneas. De algún modo está relacionado con lo que Moisés Naím ha descrito como la fragmentación del poder, o proceso que lo distribuye entre una gran diversidad de actores, cada uno con la capacidad para influir y modificar la realidad. Este fenómeno se sostendría sobre las nuevas tecnologías para expresar y comunicar ideas a través de las redes sociales globales. La dificultad para gobernar sería entonces una consecuencia de esa democratización del poder que resulta del proceso referido.
Esto le plantea al liderazgo la necesidad de desarrollar innovadoras formas de control de los espacios que pretende gobernar.
La seguridad es una de esas formas de control. No es un secreto que históricamente el ejercicio del poder ha dependido de la capacidad que tienen los líderes, organizaciones o naciones para desplegar sus recursos de autoprotección.
En el reciente ascenso a la presidencia, Donald Trump hizo suya la necesidad urgente de colocar, antes que nada, a sus figuras clave en los cargos de seguridad y defensa.
Frente a la fragmentación del poder se contrapone una novedosa figura de la autocracia 2.0, para la cual la retórica de la seguridad resulta extremadamente útil.
Si en el pasado reciente ésta sirvió para identificar y neutralizar amenazas, ahora tendría como propósito evitar que la autoridad se fragmente disuadiendo e intimidando a aquellos que reten al poder central (gobierno) utilizando las nuevas tecnologías de información.
La tentación de utilizar la seguridad para reprimir no es nueva.
Por ejemplo, J. Edgar Hoover, desde su cargo al frente del FBI, dominó a todo un país durante casi medio siglo. Sobrevivió a ocho presidentes y sus complejos lo convirtieron en un mito tan polémico como enigmático. Hoover fue pilar fundamental de la Guerra Fría.
Hoover estaba convencido de que, persiguiendo al comunismo y la homosexualidad, y controlando la información lograría contener la fragmentación que amenazaba la supremacía norteamericana.
Otros actores que han recurrido a esta estrategia son: Pedro Estrada Albornoz durante el régimen de Marcos Pérez Jimenez en Venezuela; Vladimiro Montesinos en el gobierno del peruano Alberto Fujimori; y actualmente, Stephen Banon, estratega y asesor de seguridad del presidente Trump.
La tentación de la seguridad puede contener, posponer e incluso revertir parcialmente el proceso de fragmentación del poder, pero nunca detenerlo.
Como dice Naím, estamos en tiempos en los que el poder es más fácil de alcanzar, pero cada vez se pierde más rápido y tiene menos posibilidades de cambiar la realidad. La polarización (vía enemigos internos o externos) y el extremismo pueden también ser usados por gobernantes autocráticos (o propensos a ello) para luchar contra el proceso de fragmentación del poder.
Para entender lo que significa la relación poder/seguridad no podemos dejar por fuera el caso venezolano. El chavismo incorporó desde sus primeros años tácticas que se basaban en la retórica de la seguridad. Debilitó la institucionalidad de las FAN, para mejorar su capacidad de controlarla, corrompiendo a sus mandos altos y medios al asignarles la responsabilidad de manejar grandes cantidades de petrodólares sin adecuada contraloría; o desvirtuando su función al hacerlas responsables de ejecutar programas sociales.
Adicionalmente, el chavismo sometió y controló el desarrollo de los líderes más cercanos al poder para evitar la fragmentación del poder. No fue casual que impulsara al Gran Polo Patriótico y la restara personalidad individual a sus potenciales competidores. Curiosamente, Chávez, nunca concentró en una figura única la seguridad antifragmentación.
Quizás porque sus propios miedos o complejos no le permitían impulsar a una posible contrafigura, o simplemente porque no lo necesitó, gracias a la ingente renta petrolera de la que dispuso. Su sucesor no corrió con la misma suerte y ha apelado desde el primer día a la tentación de la seguridad en todas sus formas, desde la disuasión hasta la represión más enconada, convirtiendo su ejercicio del poder en un modelo policial de Estado, en el que todos estamos bajo sospecha.
En su incapacidad genética para gobernar, Maduro no ha podido ver, y mucho menos entender, las complejas dinámicas del poder, pues no logró posicionar desde el principio de su mandato a una figura que neutralizara la fragmentación
. Cuando por fin designó a El Aissami para esta función, ya su régimen volaba con demasiado plomo en el ala.
La vetocracia es un nuevo terreno para la sociedad y para la política, negarse a ella sucumbiendo a la tentación de la seguridad ha significado altísimos costos para los pueblos que siguen buscando al mesías en cada autócrata que se cruza en el camino.
A los líderes que aspiran gobernar con autoridad omnímoda deben comprender que los tiempos han cambiado pues ha llegado la hora de la gente.
@seguritips