La violencia golpea a la educación en Brasil

HAROLD OLMOS / AP
RIO DE JANEIRO
La escuela primaria Henrique Foreis se asoma al pie de un morro en una barriada bendecida con una vista espectacular y castigada con una violencia que rivaliza con la de zonas de guerra.
Con el nombre de un compositor prolífico, intérprete y locutor de radio famoso cuyas sambas y música de carnaval eran las tonadas infaltables en todas las latitudes brasileñas desde fines de la década de 1920, se esperaba que la escuela infundiese alegría e inspiración a la favela de Fazendinha.
Pero las batallas campales entre la policía y bandas de traficantes han aterrorizado a los niños y alejado a algunos de los pocos profesores que se atreven a trabajar en el lugar.
El 7 de junio, los bandidos y la policía se trabaron a tiros con la escuela al medio de la batalla. Las balas hirieron a seis niños. Otros once fueron heridos por astillazos de vidrio.
La violencia es apenas uno de los muchos obstáculos que enfrentan los alumnos de la escuela Henrique Foreis y miles de otras escuelas en todo Brasil, donde la educación primaria ha recibido escasa atención. A pesar de los incentivos que el gobierno federal ofrece para mantenerlos en la escuela, sólo dos de cada cinco niños inscritos en el ciclo primario llegan al quinto año.
La directora, Dinalva Gurgel Norte Moreira, teme que el tiroteo haya dejado marcas psicológicas aún más profundas entre los estudiantes y los profesores.
La escuela parecía un oasis de tranquilidad cuando la profesora asumió la dirección hace 20 años. Claro que el barrio carecía de agua potable, pero los residentes podían traerla de no muy lejos en un recorrido que solía acabar en lo alto del morro desde donde la vista de la ciudad es espléndida, y donde por la noche se perciben los destellos del Cristo Redentor y la Bahía de Guanabara.
La escuela tiene hoy agua potable, un lujo en el vecindario, donde el agua sólo gotea de algunos grifos próximos a las casas de barro y tabique plantadas sobre las laderas.
El tiroteo causó sólo alguna indignación en Río, ciudad acostumbrada a la violencia en las favelas, pero subrayó los desafíos para mejorar la educación en un país con las peores desigualdades entre los que tienen mucho y los que nada tienen.
En Brasil, el 20 por ciento más rico se lleva el 64 por ciento de la riqueza del país, en tanto que el más pobre 20 por ciento recibe un magro 2.4 por ciento.
El sistema educativo brasileño es una historia de abandono desde que los portugueses llegaron aquí en 1500. Mientras los colonizadores españoles establecieron la primera universidad del nuevo mundo en Lima, en 1551, la primera universidad brasileña fue fundada recién en 1920.
Durante gran parte del siglo XX Brasil se interesó principalmente en la educación superior, privilegiando las universidades donde las elites podían educarse y descuidando la instrucción primaria.
Sólo después del restablecimiento de la democracia en 1985, tras dos décadas de dictadura militar, la educación primaria se volvió una prioridad. Brasil ahora destina el 4,1% de su producto interno bruto ($620,000 millones) a la educación. El porcentaje es equivalente al de otros países en la región, pero la calidad permanece entre las más bajas del hemisferio.
En un estudio entre 17 países la UNESCO evidenció que era más probable que un niño brasileño repitiese el curso que sus demás compañeros: el 24 por ciento quedaría aplazado frente al 4 por ciento de otros países, incluso más pequeños, como Bolivia, Cuba y Ecuador. Alguien claramente preocupado con este fenómeno es el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien salió de la escuela en el quinto año. Pero se las arregló para ingresar a una escuela técnica, donde se formó como tornero mecánico. Luego se convirtió en líder sindical, fundó un partido, el de los Trabajadores, y llegó a la presidencia.
En los esfuerzos de su gobierno para estimular la educación primaria se destaca Beca Familia, un estipendio mensual equivalente a $43 para ayudar a las familias pobres a cambio de que envíen a sus hijos a la escuela. Los padres de 80 de los 306 alumnos de la escuela Henrique Foreis reciben el beneficio y los niños pueden estudiar en vez de ponerse a trabajar a edad temprana.
Las favelas de Río crecieron como hongos en décadas de migración masiva desde el noreste. Los inmigrantes se instalaron sin mayor dificultad sobre áreas públicas de los cerros de la ciudad. Por un tiempo, gozaron de cierta mística como lugares donde florecían la samba y las escuelas del carnaval.
Pero luego llegó el tráfico violento de drogas y se quedó. Con laberintos de callejuelas y pasajes, las favelas ofrecen un fácil escondite para los bandidos. Y en la miseria de esos lugares los traficantes pueden reclutar legiones de jóvenes.
Un estudio de Viva Rio, una organización no gubernamental, calculó que la ciudad tiene unos 5,000 adolescentes armados. Son soldados en las batallas por el control del negocio lucrativo de las drogas en centros de distribución.

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