Náufragos mexicanos nunca avisaron de su salida

Doña Francisca Pérez está convencida de que el nueve es un número milagroso. Mientras los 600 pobladores de El Limón, municipio de San Blas, en el estado Nayarit de México, pensaban que a su nieto Lucio Rendón se lo había tragado el mar, ella rezaba fervorosamente su novena a la Virgen de Santa Marta para que se lo devolviera. Y cuenta que el 9 de agosto, cuando se cumplía el noveno martes de oración, recibió la feliz noticia. Después de nueve meses perdido en las aguas del Pacífico, el joven pescador de 28 años había sido rescatado junto a sus dos compañeros, Salvador Ordóñez y Jesús Eduardo Vidaña. «Mi mamá nunca perdió la esperanza. Ella siempre le guardaba un plato de comida por si regresaba», dijo a SEMANA Remigio Rendón, tío de uno de los protagonistas de una historia que ha puesto en el centro del interés mundial ese recóndito poblado. Por sus calles destapadas, adornadas con hamacas, transitan periodistas y curiosos que quieren tener todos los detalles. Y a la única caseta de teléfonos del lugar llaman a los familiares de Rendón para ofrecerles filmar una película o tener la exclusiva para un libro. Lo mismo sucede en Puerto Ángel, Oaxaca, y en el campo pesquero sinaloense de Las Arenitas, donde se encuentran las familias de Ordóñez y Vidaña. Y es que la odisea de estos tres náufragos, que terminó la semana pasada cuando pisaron tierra firme, supera la ficción. Sus paisanos dicen con orgullo que «hasta Colón les quedó chiquito». Además de estar a la deriva unos 8.000 kilómetros, relatan que sobrevivieron a la furia de las olas que casi los hunden en dos oportunidades, soportaron 13 días sin comer y la muerte de dos compañeros, así como ver que sus ilusiones se iban con los barcos que pasaban de largo. Hasta cuando una embarcación atunera de bandera taiwanesa, perteneciente a la compañía Koo’s Fishing, los avistó cerca de las Islas Marshall, al noreste de Australia.
Su travesía es tan asombrosa, que muchas de sus vivencias han sido puestas en duda. El trío se perdió después de salir del embarcadero La Boca del Asadero, San Blas, pero ni siquiera Nicolás Rendón, tío de Lucio, conocía a los pescadores que según los tiburoneros habrían muerto : «Yo los vi partir y me despedí. No iban más que tres, los otros no sé de dónde los sacaron», explicó al periódico La Jornada. Nadie en el pueblo conoce a Juan David y al otro hombre, apodado ‘el Parcero’ o ‘el Farsero’ (los medios no coinciden), las únicas identificaciones que han dado sobre los viajeros desaparecidos, además de decir que el primero era regordete, de unos 37 años, y el segundo, delgado y de más de 27. No saber ni sus nombres completos ha despertado sospechas de que, como narra el diario El Universal, sólo se trate de «fantasmas». Se ha dicho que podían ser de Mazatlán, de Centroamérica, o incluso de Colombia, lo que hace más difícil su reconocimiento. Sin embargo, algunos pescadores de la zona aseguran que es posible que los hayan recogido en otro puerto, aunque en las lanchas como la que utilizaron (de tres metros de ancho y nueve de largo) sólo se autorizan entre dos y tres tripulantes.
Más duras son las insinuaciones acerca de que en realidad andaban en busca del ‘tiburón blanco’, que no es un pez sino la forma como se llama al tráfico de cocaína en lanchas. Se ha llegado a sugerir que parte de la historia pudo ser inventada para escapar de la justicia. Lo cierto es que para esclarecer su versión, la Presidencia de México señaló que el caso debería ser investigado. «No me interesa que la gente dude de mí. Lo que yo viví no se lo deseo a nadie», expresó Rendón.
Entre los hielos
Error de cálculo
Náufrago de la literatura
Los pescadores estaban dormidos cuando escucharon el motor del barco atunero taiwanés (arriba)de la compañía Koo´s Fishing que los rescató
PUBLICIDAD Por ahora, sólo el mar conoce sus más íntimas vivencias, las que empezaron la madrugada del 28 de octubre de 2005. Su odisea comenzó cuando se encontraban a unas millas de las Islas Marías, donde la pesca es ilegal, y al parecer la trampa tiburonera, conocida como cimbra, se les perdió por causa de los fuertes vientos. Tratando de alcanzarla se fueron alejando mar adentro hasta que el motor empezó a fallar y se les acabó la gasolina. Juan, a quien han señalado como el dueño de la embarcación, habría dado la orden de no dejar que la corriente se llevara el equipo de pesca, pese a que Salvador, veterano navegante de 37 años que había hecho cursos de supervivencia en el mar, le advirtió que se quedarían sin combustible. «Donde manda capitán, no manda marinero», fue entonces la reflexión, de la que hoy se arrepienten.
El terror se apoderó de ellos, pero la esperanza de volver a tierra nunca desapareció. En esos momentos se aferraron a su fe, pues Salvador solía leerles pasajes de su Biblia. «En una de esas le comenté a Juan que tenía que ponerle un nombre a la panga, pero me dijo que no sabía cómo. Le contesté que leí el Apocalipsis y encontré un monstruo marino que se llamaba Leviatán, que atraía a los peces sólo con su poder», contó Ordóñez al periódico La Reforma. Pero como no sólo de la palabra divina vive el hombre, la sed y el hambre se convirtieron en su principal preocupación.
Aunque temían que una tormenta volcara la embarcación, esperaban con ansias que lloviera para almacenar agua. Sin embargo, cuentan que en una oportunidad, desesperados, intentaron tomar por varios días agua de mar, lo que afectó su salud. En cuanto a la comida, se las ingeniaron para improvisar anzuelos con los cables del maltrecho motor. Hasta intentaron pescar con las manos, pues Lucio sabía bucear y era conocido por su habilidad para sacar ostras de las profundidades. A veces caían dos o más, a veces, ninguno. Por su parte, Salvador se hizo experto atrapando patos y gaviotas ganándose el apodo de ‘El Gato’. «Me agachaba para que no me vieran y cuando se paraban al borde de la lancha, me lanzaba». Él tiene su propia explicación para que los pies no se le hincharan como a sus compañeros: «Debió ser porque me tomaba la sangre de los animales como si fuera un refresco. Primero me dolía el estómago, pero luego me sentía mejor».
Mientras tanto, el calvario de sus familiares empezaba. Ni Yumey García, esposa de Jesús, ni su hijo Juan José, de 5 años, lo veían desde septiembre, cuando dejó Las Arenitas en busca de oportunidades. A ella le dolía sobre todo pensar que no conocería a su bebé que estaba en camino (Juliana hoy tiene 4 meses). Por su parte, aunque la familia Rendón estaba acostumbrada a las ausencias de Lucio, que podía irse hasta un mes mientras pescaba, se preocuparon cuando no volvieron a tener razón de él. «Primero pensamos, ‘ese sinvergüenza se quedó tomando cerveza con los amigos’. Luego creímos que se había ido a Estados Unidos, en ese asunto de las migraciones», relató a SEMANA su tía Ángela. Al parecer, los familiares pedían ayuda a los demás pescadores, pero no reportaron el hecho a las autoridades porque también imaginaron que podía estar en las Islas Marías.
Por eso la capitanía de puerto no tenía registro de que los pescadores hubieran zarpado y no iniciaron operativos de búsqueda. «No avisaron, iban sin permisos, sin radio y a cazar una especie en extinción», contó a La Reforma el capitán Héctor Leal, quien, pese a que destaca la hazaña, ha llamado la atención acerca de que desobedecieron la ley. El presidente (alcalde) municipal, Miguel Bernal, explicó a esta publicación que «el 90 por ciento de los pescadores de la región salen sin permiso porque simplemente no se lo dan y es la única forma de ganarse la vida».
Y por eso mismo casi la pierden. En las noches, alguno de los cinco tripulantes se quedaba despierto esperando que un barco pasara. En el día permanecían cubiertos por una sábana para que el sol no los quemara. Y en ocasiones, como el 12 de enero y el 6 de mayo, cuando Salvador y Lucio cumplieron años, escuchaban las baladas que Jesús, el menor, les cantaba, mientras bailaba y tocaba su guitarra imaginaria. Otras veces simplemente «no hablábamos, no más nos quedábamos mirando al mar», recuerda Lucio. Uno de esos días fue el 20 de enero, fecha en que habría muerto Juan, según explican los sobrevivientes, porque no toleró la carne cruda. «Vomitaba mucho, hasta sangre», cuenta Ordóñez. Lo velaron durante tres días hasta que decidieron hacer del mar su tumba. Rezaron siete Padrenuestros y siete Avemarías mientras lo lanzaban al agua. La misma suerte habría corrido ‘el Farsero’, unos 15 días después.
«Su supervivencia es casi milagrosa. En esas circunstancias es difícil no perder la razón y creo que es normal que hayan tenido rayos de locura: alucinaban y soñaban con barcos que los encontraban. Pero en su caso la esperanza de regresar y aferrarse a lo religioso los ayudó a mantener el equilibrio emocional», explicó a SEMANA el sicólogo Jorge Álvarez, experto en víctimas de situaciones extremas, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Como haciéndole honor a su nombre, ese era el trabajo de Salvador y su Biblia. Según él, durante una tormenta, los vientos arrancaron la parte del Apocalipsis. «Vamos a salvarnos», se dijo pensando que se trataba de una señal.
La espera terminó cuando entre sueños escucharon el motor de un barco que iba a su encuentro. Los habían ubicado con un radar que rastrea los pájaros que siguen a las sardinas que nadan junto al atún. Como la tripulación del atunero taiwanés no les entendía, les entregaron un mapa para que señalaran de dónde venían. Fue necesario que sus dedos subrayaran insistentemente su lugar de origen para que les creyeran.
Quizá por un tiempo se conviertan en celebridades, quizá acepten que su milagro se inmortalice en las páginas de un libro o en las imágenes de una película. Pero quizá porque siempre han sido hombres de mar, las palabras de Jesús explican lo que harán de ahora en adelante: «Pescar y pescar no más. ¿Qué más puedo hacer?»

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