Una Latinoamérica resiliente

En los últimos años se ha puesto de moda el término resiliencia. Pero, ¿qué significa exactamente? ¿Existen normas que faciliten a las organizaciones ser resilientes? ¿De qué forma se minimiza el impacto de un huracán como Sandy? A través del presente artículo, el autor reflexiona sobre la resiliencia en América Latina.

América Latina dispone de un sinfín de oportunidades de crecimiento social y económico si se consideran los numerosos recursos naturales, los aspectos culturales comunes y la población joven y emprendedora que en ella habita.

Por otra parte, la región se enfrenta de manera casi permanente a una serie de desafíos, entre los que cabe mencionar débiles instituciones de los Estados, inequidad, altos niveles de corrupción, redes ilícitas que no respetan fronteras, indicadores nada favorables en cuanto a seguridad ciudadana, el impacto negativo de actores foráneos y desastres naturales.

En una región con tantos y tan importantes retos, el término resiliencia, hasta hace relativamente poco tiempo, era de muy escaso uso y desconocido su concepto para la mayoría. Recientemente y con más frecuencia, dicho término está presente en diferentes escenarios como sinónimo de recuperación exitosa ante eventos adversos.

¿Qué es la resiliencia?

Con una visión aplicada a las instituciones, la norma ASIS SPC-1-2009 Organizational Resilience: Security, Preparedness, and Continuity Management Systems la define como “la capacidad de una organización para resistirse a verse afectada por un suceso o la capacidad de volver a un nivel aceptable de desempeño en un período de tiempo admisible después de verse afectada por un suceso”. Bajo un enfoque sistémico, “es la capacidad de un sistema de mantener sus funciones y estructura haciendo frente a cambios internos y externos y de adaptarse de la mejor manera cuando tenga que hacerlo”.

En cuanto a las personas, para E. Chávez y E. Yturralde la resiliencia es “la capacidad que posee un individuo frente a las adversidades para mantenerse en pie de lucha, con dosis de perseverancia, tenacidad, actitud positiva y acciones que permiten avanzar en contra de la corriente y superarse”.

Desde hace ya varios años y por razones de diversa índole, las personas y las organizaciones de América Latina, al igual que las de otras partes del mundo, se han visto afectadas por sucesos de diferente naturaleza y magnitud que han puesto a prueba su capacidad de reacción para sobreponerse a las dificultades y continuar su actividad del día a día, en algunas oportunidades incluso con mayor éxito. Esto ha generado que, progresivamente, las acciones y actitudes resilientes estén en constante proceso de evolución, con resultados cada vez más satisfactorios. Por otra parte, se identifican más claramente características de la resiliencia, bien sea para individuos u organizaciones: capacidad de relacionamiento solidario, creatividad, conciencia moral, capacidad de autodirección, autocontrol y proactividad, etc.

Huracanes, inundaciones, tsunamis, atentados terroristas, colapsos de estructuras y otra serie de situaciones críticas han sido punto de partida para el análisis y la determinación de las mejores prácticas. En otras latitudes, el camino hacia el estudio y desarrollo académico de la resiliencia es más extenso, ya que se ha iniciado más temprano y a niveles de mayor profundidad y detalle. Por ejemplo, en la edición de 2010 de la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU se hace por primera vez mención al concepto, lo que ha elevado su discusión e investigación a nivel de comités, comisiones e incluso otras directivas presidenciales. El término es nuevamente incluido repetidas veces en la versión de 2015 refrendada por el presidente Barack Obama.

Herramientas

Organizaciones profesionales están dedicando recursos importantes en el desarrollo de normas que sirvan de herramientas para la aplicación efectiva de la resiliencia en diferentes ámbitos. En el año 2009, ASIS International publicó la norma Resiliencia organizacional: sistemas de gestión de la seguridad, la preparación y la continuidad, la cual fue traducida al español en 2014 por la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR).

El Instituto Nacional de Normas y Tecnología de Estados Unidos (NIST, por sus siglas en inglés) ha desarrollado un proyecto, conocido como Resiliencia ante desastres de la comunidad, que busca comprometer a las comunidades en el desarrollo de sus propios planes.

Por su parte, la Fundación de Investigación de Protección contra Incendios (FPRF, por sus siglas en inglés) ha publicado un informe bajo el título Resiliencia ante desastres y códigos y normas de NFPA. Esta última es la Asociación Nacional de Protección contra el Fuego estadounidense, una de las organizaciones más reconocidas a nivel mundial en la materia.

La resiliencia puede y debe ser el inicio de acciones positivas que mejoren las condiciones del entorno o medio ambiente para beneficio de los ciudadanos. El documento Cómo desarrollar ciudades más resilientes. Un manual para líderes de gobiernos locales, publicado en 2012 por la Organización de Naciones Unidas (ONU), forma parte de la campaña mundial iniciada en 2010 Desarrollando ciudades resilientes. ¡Mi ciudad se está preparando! En ella, entre otros conceptos, se instauran 10 principios rectores básicos que ayudan a establecer puntos de referencia sobre resiliencia en casos de desastres. Por otra parte, el Fondo Multilateral de Inversiones (FOMIN), miembro del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con el apoyo del Fondo Nórdico de Desarrollo, patrocinó en Colombia, en mayo de 2016, un grupo de conferencias bajo el eje temático Desafíos y oportunidades para la resiliencia climática del sector privado. El FOMIN fomenta la resiliencia del sector privado y apoya técnicamente a pequeñas y medianas empresas junto a sus cadenas de suministro en América Latina y el Caribe.

Objetivo: progresar

La resiliencia económica, por ejemplo, ha sido interesantemente analizada por Sandra Rozo, profesora de la Marshall School of Business en la University of Southern California (EEUU), como una política antidrogas alternativa para América Latina.

Una empresa transnacional fabricante de cauchos minimizó el impacto de las sequías en São Paulo (Brasil) al establecer alianzas entre su equipo de continuidad de negocio y los proveedores de líquido para desarrollar estrategias de conservación y reciclaje.

En cuanto a la Autoridad Metropolitana de Tránsito (MTA, por sus siglas en inglés), cifró en 5.000 millones de dólares la cantidad necesaria para devolver a su estado original el sistema de túneles y estaciones de subterráneo de la ciudad de Nueva York (EEUU), que se vio seriamente afectado por el paso del huracán Sandy en octubre de 2012. La MTA creó la División de Resiliencia y Recuperación de Sandy con el objetivo de contribuir a la restauración del sistema de transporte y también a fortalecerlo para hacer frente a futuros embates de la naturaleza. El mismo fenómeno atmosférico brindó lecciones a las autoridades de República Dominicana, quienes implementaron con éxito mecanismos para resguardar el ganado y suministrar agua y alimentos a las poblaciones más vulnerables.

En América Latina tenemos una invaluable oportunidad para desarrollar instrumentos que nos permitan avanzar en el tratamiento eficiente de situaciones críticas o de desastres, de forma tal que se minimicen sus impactos negativos. Debemos agrupar profesionales, experiencias, comunidades, organizaciones públicas y privadas, analizar nuestro entorno, considerar las mejores prácticas y producir opciones adaptadas a nuestras realidades y necesidades.

¿Tenemos situaciones desafiantes? Ciertamente, pero también el talento, el empuje y la creatividad que nos caracteriza como región para diseñar nuevas soluciones y progresar.

Fuente: segurilatam.com