Y el mundo descubrió el terrorismo

Y el mundo descubrió el terrorismo
«No hay diálogo con estos terroristas asesinos», espetó el presidente palestino Mahmoud Abbas al definir su política hacia Hamás, que acababa de conquistar la Franja de Gaza. Fue un «atentado terrorista», afirmó el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, al condenar al ataque sufrido por tropas de la FINUL en el Líbano en el que soldados españoles resultaron muertos.
Las razones por las que en estos casos la ONU y Abbas han llamado «terroristas» a los perpetradores de tales actos obedecen puramente a motivaciones políticas egoístas: esta vez han sido ellos mismos las víctimas del embate terrorista. La ONU tiene un largo y tristemente célebre récord de encubrimiento del terrorismo árabe anti-israelí y anti-occidental, inaugurado en el año 1972 en ocasión de la adopción de la primer resolución referente a esta cuestión, cuyo título elocuentemente ha ilustrado la posición oportuna de la Asamblea General respecto de este fenómeno criminal: «Medidas para prevenir el terrorismo internacional que pone en peligro o toma vidas humanas inocentes o pone en jaque libertades fundamentales, y estudio de las causas subyacentes de esas formas de terrorismo y los actos de violencia que tienen su origen en las aflicciones, la frustración, los agravios y la desesperanza y que conducen a algunas personas a sacrificar vidas humanas, incluida la propia, en un intento de lograr cambios radicales.» (Resolución 3034/XXVII)
Esta formulación orwelliana fue instigada por el bloque árabe-musulmán y tercermundista que procuraba justificar los actos de los «luchadores por la libertad» palestinos, entre cuyos líderes figuraba Mahmoud Abbas. Hoy, cuando facciones palestinas disidentes atacan a las filas de Abbas en lugar de a los israelíes, éstos ya dejan de ser luchadores por la libertad para convertirse en «terroristas asesinos». Y poco parecen importar ahora a Abbas «las causas subyacentes» del terrorismo, sean éstas las «aflicciones», la «frustración», los «agravios» o la «desesperanza» como tan sufridamente explicaba la propia ONU en 1972 y como han postulado con tanta frecuencia los propios palestinos y sus lamebotas en Occidente ante cada atentado atroz contra civiles israelíes, sobre todo de 1994 en adelante.
A propósito de esto resulta también un fuerte contraste la categórica afirmación del actual secretario general de la ONU, una definición que además de tomar distancia de la propia historia de la institución con demasiado retraso, es errónea, pues en rigor a la verdad el atentado contra FINUL fue una operación de guerrilla y no de terrorismo, dado que el objetivo fue militar y no civil. Eso no le quita gravedad ni minimiza el repudio que sentimos al respecto. Tan solo nos indica cuán oportunista e hipócrita la ONU puede llegar a ser en los asuntos relativos a la violencia política mesooriental.
El terrorismo le fue llegando a cada uno de ellos poco a poco. Comenzó en Oriente Próximo contra los «infieles». Se empeño luego en ataques contra objetivos en Israel. Gradualmente se fue perfeccionando en letalidad y reiteración llegando a golpear en otras partes del mundo, para finalmente globalizarse por completo. Londres y Madrid, con sus pobladores habitualmente tan simpáticos hacia el sufrimiento palestino, tan apologistas de sus actos de «resistencia», tan condenatorios de la autodefensa israelí, finalmente probaron el sabor amargo del terrorismo islamista. Moscú, cuya política exterior ha sido arabista durante décadas, padeció el horror islamista en Chechenia y en su propia capital. Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Líbano, Pakistán, Indonesia y Túnez, todos ellos defensores de la causa palestina y sus métodos de «liberación» non sanctos, algunos de ellos promotores de la ideología fanática del islam radical, también han sido golpeados al final del camino por la avalancha terrorista islamista. Debieron haberlo sabido: quien siembra vientos, recoge tempestades.
En fin, en tiempos en los que publicar una determinada caricatura, escribir sobre ciertos temas políticamente incorrectos o simplemente abordar un avión o un autobús se han convertido en actividades de alto riesgo, en tiempos en los que oímos la denuncia pérfida de los que ayer nomás justificaban lo aberrante, es dable recordar la génesis de este ciclón de barbarie y extremismo. Es importante que jamás olvidemos que el monstruo no se alimentó solamente de su propio fanatismo, ni engordó hasta la obesidad por su propio salvajismo, sino que fue creciendo también bajo el aliento irresponsable de los oportunistas, que se agigantó con la aprobación obtusa de los necios, y que avanzó –y seguirá avanzando– por el beneplácito impío de los cobardes.
Sí, señor Abbas, tiene usted razón. Los militantes de Hamas son terroristas asesinos. Y hace usted bien, señor Ki-Moon, en repudiar en nombre de la ONU la violencia política en la región. Lo que lamentamos –desde hace largo tiempo muchos de nosotros, y de ahora en adelante también lo harán ustedes– es que hayan hablado tan a destiempo.
Fuente:
https://www.libertaddigital.com:6681/opiniones/opinion_38273.html

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