Adicción al fracaso

Los primeros pronunciamientos del Presidente George W. Bush sobre la importancia de América Latina crearon esperanzas de una nueva época de oro en las relaciones entre Estados Unidos y sus vecinos. Pero las cosas no han salido exactamente como se esperaba. Las escaramuzas sobre el comercio, la política económica y la guerra contra Iraq han deteriorado completamente el optimismo con que fue recibido Bush al llegar a la Casa Blanca hace dos años y medio. Mientras tanto, se han intensificado los muchos y variados problemas de la región. En lugar de permanecer a la espera de una alianza regional que existe exclusivamente en forma de comunicados, América Latina debe comenzar a actuar para defender y concretar sus máximos intereses. Puede comenzar rompiendo los lazos que la atan a una guerra contra las drogas, imposible de ganar.
La inutilidad de la guerra contra las drogas ha sido evidente durante mucho tiempo, pero las pruebas del fracaso son más manifiestas año tras año. El ataque al flanco de los proveedores no ha aportado nada. Las drogas son más baratas, más puras y más abundantes que nunca. A pesar de los programas de erradicación de cosechas, hay sustancialmente más cultivos de amapola del opio y de coca en la fecha actual que lo que había hace dos décadas. Tratar de destruir la provisión de drogas es como presionar un globo: se corta la producción en un país y otro país llena rápidamente el vacío. Colombia, por ejemplo, no producía heroína hace 15 años. Actualmente, este país es el principal proveedor de Estados Unidos; reemplazó a México, Turquía, el Sudeste asiático y el Sudoeste asiático, países o regiones que fueron los principales proveedores de heroína en un momento u otro.
En vez de propiciar un aumento en salud para los países, la guerra contra las drogas ha abierto un camino de miseria y corrupción en toda América Latina. De la misma forma que lo hicieron en Medellín y en otras ciudades de Colombia, las bandas de drogas están transformando las calles de Río de Janeiro y de San Pablo en zonas libres para las armas de fuego. En la región, decenas de miles de agricultores han visto destruidas sus tierras y su forma de subsistencia. (Los plaguicidas y los herbicidas que se utilizan para eliminar las cosechas ilegales con frecuencia causan daño ambiental perdurable). La inmensa desarticulación económica y las olas de conflictos sociales en aumento en América Latina son el resultado de políticas prohibicionistas fracasadas, y no de las drogas en sí mismas.
En la historia de la humanidad, ninguna sociedad ha estado libre de drogas, ni ninguna lo estará en el futuro. Las drogas no van a desaparecer; el desafío es mitigar el daño que causan. La senda más prudente para América Latina sería la legalización. Los presidentes de México, Brasil, Bolivia y Uruguay así lo han expresado o sugerido. Pero la legalización es una opción todavía demasiado radical; es una solución de sentido común a la que no le ha llegado el momento adecuado. Por ahora, los países de América Latina pueden disminuir el daño, tanto de las drogas como de la guerra contra las drogas, con tres estrategias: asumiendo el concepto de «reducción de daños», rehabilitando el cultivo y la venta de coca y creando una «coalición de los bien dispuestos» para resistir el paradigma simplista y prohibicionista de Washington.
Primero, no se debe hacer daño. El abordaje de «reducción de daños», lanzado por primera vez en Europa y en Australia en la década de los años 80, utiliza una variedad de medios – programas de mantenimiento con metadona y heroína, intercambios de jeringas, sitios más seguros para la inyección y «cafeterías» de cannabis – para reducir la destrucción personal del uso de drogas (sobredosis y enfermedades infecciosas) y los costos sociales (criminalidad y mercados negros). Es una política pragmática que trata a las drogas como lo que son: un problema de salud pública, no del derecho penal. Con el VIH, el Sida y el abuso de drogas aumentando en toda la región, algunos países de Latinoamérica ya manejan estas ideas, pero se necesitan iniciativas de mayor alcance y más radicales. Reducir los daños es también una forma sensata de lidiar con la producción y el tráfico de drogas. La represión generalizada suele resultar contraproducente. La reglamentación de facto, que esencialmente se corresponde con la reducción de daños, es la clave para combatir los peores problemas vinculados con las drogas en América Latina.
Se debe restituir el buen nombre de la coca. Al mismo tiempo, la región debe movilizarse para relegalizar la venta de productos a base de coca. La planta de coca, autóctona de Bolivia y Perú, tiene una cantidad de usos ventajosos y puede tener efectos medicinales benéficos para la salud. Por ejemplo, la coca es rica en minerales como calcio y fósforo. La Organización Mundial de la Salud registró estos efectos positivos en un estudio de referencia en 1995. Hace un siglo, había un mercado floreciente para la coca. Si no existiesen las restricciones actuales, con seguridad existiría una enorme demanda a nivel mundial de productos a base de coca, como pastillas, gomas masticables, tés y tónicos, por lo cual levantar dichas restricciones proporcionaría un estímulo muy necesario para el desarrollo económico tanto de Bolivia como de Perú. El esfuerzo para erradicar la coca no sólo ha sido un fracaso total, sino que también ha sido cruel. Toda la región debería organizar una campaña para relegitimar la coca.
Se debe crear una «coalición de los bien dispuestos» propia de América Latina. Realmente, el esfuerzo para aportar cordura al debate de las drogas debe ser un proyecto regional. Ningún gobierno de América Latina puede enfrentarse solo a Washington. Avasallar a Bolivia con la amenaza de cortar la ayuda es una cosa; avasallar a toda la región es algo muy diferente, y Estados Unidos se enfrentaría a un verdadero problema ante una revuelta organizada que involucre a un número determinado de países latinoamericanos.
Una coalición con tales características atraería a muchos miembros, más allá de América Latina. En Europa y en Oceanía, el apoyo a la guerra contra las drogas ha menguado y nunca contó con mucho entusiasmo. Jamaica está embarcada en un proceso de despenalización del cannabis. El cambio también llega al Norte: Canadá marcha hacia adelante con la despenalización del cannabis, con ensayos de mantenimiento de heroína y sitios más seguros para la inyección. En suma, en el tema de las drogas, Estados Unidos está desfasado con los pasos que dan sus vecinos y sus aliados.
Ahora es el momento propicio para que América Latina rompa con las políticas de drogas impuestas por los Estados Unidos. Los dirigentes en la región deben designar a la guerra contra las drogas como lo que es – un fracaso y una farsa – y decirle cortésmente a Washington que América Latina no contribuirá más con una lucha cruel y mal orientada que socava las perspectivas económicas y la estructura social en la región. Si Washington intentara presionar con la amenaza de sanciones, se le podría recordar que al tratar con amigos, la honestidad, y no la hipocresía, es generalmente la mejor política.

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