ADM (14 al 21 de febrero 2003)

 

Hace un lustro, el secretariode Defensa de EEUU William Cohen advertía que al acercarse el nuevo milenio“nos enfrentamos cada vez más a la posibilidad real de que agresoresregionales, ejércitos de tercera clase, grupos terroristas e incluso sectasreligiosas traten de alcanzar un poder desmesurado” mediante la utilización dearmas de destrucción masiva.

 

Para ese momento losmilitantes de la secta milenarista Aum Shinrikiyo ya habían demostrado elpeligro que comporta la posesión de un agente químico como gas sarín en manosde radicales religiosos.  Otros gaseshabían sido utilizados antes por el régimen de Saddam Hussein en su intento porexterminar a las tribus kurdas, y previamente en la guerra contra Irán.  Pero hasta el “debut” de Aum, la utilizaciónde tales componentes mantuvo la misma naturaleza y propósitos desde la PrimeraGuerra Mundial, cuando fue usada por los ejércitos de Alemania y Gran Bretañacon éxito relativo.

 

Mediante la expresión “armasde destrucción masiva” (ADM, o WMD por sus siglas en inglés) se intentadenominar a un conjunto de instrumentos de ataque capaces de aniquilar agrandes contingentes humanos así como bienes muebles e inmuebles.  Bruce Hoffman, asesor de la CorporaciónRand, señala en su obra A mano armada, historia del terrorismo, que lasdefiniciones sobre este particular están afectadas por cierto relativismohistórico:  en la época en la queprevalecían el arco y la flecha, el revólver podría ser considerado como unarma de destrucción masiva.  Lo mismoque ocurriría después con el lanzamiento de la ametralladora.

 

En este nuevo milenio lasarmas de destrucción masiva tienen otra dimensión.  Tradicionalmente son clasificadas en químicas, biológicas yatómicas.  Teóricamente sus poseedores,ya sean estados u organizaciones supraestatales o subestatales, disponen de unpoder de destrucción superior a las contrapartes que se limiten a los cánonesde la guerra convencional.  Ellanzamiento de dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki fue determinanteen la rendición del Imperio Japonés, durante la Segunda Guerra Mundial.

 

Durante la Guerra Fría lasgrandes potencias siguieron una política de contención en la proliferación deADM, no solo en lo referente a las versiones atómicas sino también al resto delas modalidades.  Pero al final de estaetapa histórica ya era evidente que estados fuera de la esfera de las grandessuperpotencias habían adquirido o desarrollado este tipo de armamento.

 

Ahora, hay evidencias quesugieren que las grandes organizaciones terroristas avanzan en la obtención dearmas que, convenientemente utilizadas, pueden causar grandes bajas entrepoblaciones no combatientes.  Autorescomo Jessica Stern y Walter Laqueur se muestran escépticos en cuanto a laposibilidad de que tales redes puedan poseer dispositivos atómicos, debido alas dificultades para la obtención y la manipulación de cantidades suficientesde materiales fisibles tales como el uranio o el plutonio, básicos para laconfección de este tipo de armamentos. Una brecha, indican, podría presentarse con la llegada al mercado dealgunos contingentes de científicos que antes estaban al servicio del régimensoviético.  Pero “lo más probable es quesi hay un incidente nuclear en los años por venir, ocurrirá en el contexto deuna guerra regional o como el resultado de un accidente del tipo Chernobyl, másque en la forma de un ataque terrorista”, señaló Laqueur.

 

No obstante, las dificultadeslogísticas desaparecen al analizar cuáles son las condiciones mínimas para el desarrollode armas biológicas o químicas.  “Unasola persona con conocimientos suficientes podría diseñar un programa completode dichas armas”, afirmó Stern.

 

Las armas químicas y lasbiológicas necesitan de ciertas condiciones ambientales mínimas para que suutilización sea exitosa en los términos deseados por los terroristas.  Evidencias indican que la secta Aum habíaintentado otros ataques previos al del metro de Tokio, pero no lograron sucometido pues no se trataba de ambientes cerrados como el de este medio detransporte.  La eficacia de estas armasestá determinada por factores tales como la humedad, el viento y latemperatura, así como por el medio escogido para su dispersión (aéreo,terrestre o acuático).

 

A pesar de las advertenciasdifundidas en medio del conflicto bélico en Asia Central, en el sentido de queOsama Bin Laden podría tener a su disposición un ADM, es necesario que su usoesté revestido de la lógica que impone el objetivo político de la organizaciónterrorista.  El problema con las ADM,observa Hoffman, es que una vez accionadas es muy difícil controlar susefectos, con lo que pueden salir afectados sectores de la poblacióntradicionalmente aliados o indiferentes con respecto a la estructuraterrorista, enviándolos al frente de los opositores activos.

 

“Solamente los más extremos ymenos racionales grupos terroristas, o aquellos motivados no por claras metaspolíticas sino por visiones apocalípticas o creencias pan destruccionistas sonproclives a usar armas de este tipo”, indica Laqueur en su obra El nuevoterrorismo, fanatismo y armas de destrucción masiva.

 

Hoffman, sin embargo, observaque a partir de los años 90 del siglo pasado el terrorismo inspirado en razonesnacionalistas o étnicas ha cedido su espacio al de origen religioso, quegeneralmente combina la carencia de objetivos políticos claros con un discursolegitimador de la violencia.  Un ejemplode ello pudo ser visto tras el atentado contra una discoteca en Bali, a finalesdel 2002:  la muerte de personas de lalocalidad –esencialmente musulmanes- fue justificada sobre la base del castigoa quien visita lugares calificados de “profanos”.

 

En tales condiciones esposible que en un futuro no muy lejano podamos ver la utilización de un arma dedestrucción masiva contra objetivos judeo-cristianos.  En tal esquema, da lo mismo que el ataque sea contra la TorreEiffel, el Big Ben o un centro de convenciones en un país tercermundista.  El único interés de los fanáticos será el“espectáculo” del terror.

 

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