Adolescencia, seguridad y delincuencia

Entre los innumerables temas escritos y trillados acerca de la juventud y la delincuencia, notamos que se ha escapado un sector muy importante y vital de nuestro mundo actual: la otra juventud, la que no es la realizadora del delito del delincuente en sí, sino la que sufre las consecuencias de vivir en un medio lleno de delincuencia como el que actualmente vivimos en el país.
Hoy por hoy, pareciera que toda actividad hacia nuestros adolescentes estuviera íntimamente ligada a lo que son delincuentes: drogas, redadas, peinillas, alcabalas, transformistas, que van dejando una huella de niveles aún desconocida por los adultos; es una transformación de mentes y criterios, que considero que si no se toman medidas ahora, los daños serán además de irremediables, irreversibles.
Cuando se presentan situaciones de liquidaciones físicas de delincuentes en el sitio del hecho, o cuando se supone “ley de fuga”, no faltan las miles de las tan sonadas asociaciones de defensores de libertades, de presos, de la vida humana, pero, aún desconocemos que exista una sola asociación, un solo grupo de psicólogos u orientadores que estén a la disposición de un adolescente que se ha visto humillado, ofendido, vapuleado en medio de una calle para quitarle sus zapatos o la chaqueta, o por haber presenciado una vez más, como hieren o matan a su compañero, a su novia o a sus padres, y además en algunos casos sin ni siquiera poder denunciar al agresor.
¿Quién se ocupa del trauma que queda en esa juvenil cabeza? ¿Quién lo ayudará a comprender algo que a ninguna edad se comprende? Todo esto sin menospreciar las influencias negativas de convulsiones sociales en el país, de la guerra del Golfo Pérsico (que aún no asimilamos ni los adultos, mucho menos ellos) de la cual cada día están más abatidos con informaciones sensacionalistas, distorsionadas, amañadas de los nuevos escándalos: la CTV con su incontenible corrupción, y el que se ventila en el Congreso y en los tribunales por el video, que hace que por más valores que queramos sembrar en nuestros hijos, por más ejemplos que queramos dejar, no podemos justificar ante ellos cómo permitimos diariamente y por años que esto suceda, que continúe sucediendo ante nosotros, observando con apatía y falta de coraje para ni siquiera reclamar y hacer sentir la voz que al menos nos deje el orgullo de intentar luchar por un mundo mejor para ellos, y esto forma parte del daño que esta ocasionando la delincuencia a nuestra juventud.
Esto nos atañe a todos por igual, porque ¿quién es capaz de decir que a alguno de los suyos no le afecta o no le importa que le afecte? Como gerentes de seguridad de empresas, como padres, a todos nos afecta, nos inquieta y nos duele el estado de indefensión que tenemos ante nosotros.
¿Qué sucederá con estos jóvenes, invadidos diariamente en cuerpo y espíritu de delincuencia a todo nivel, de desajustes sociales incontenibles, de información amarillista que narra crímenes y desmanes impunes? ¿Qué sucederá cuando los padres enfrentados al hecho de que sus hijos salgan a una fiesta o a un cine, tomen la decisión de que además de prestarles el vehículo, le entreguen un arma de fuego para que puedan defender su propiedad o su vida? ¿Cómo podemos criticar o castigar este derecho de padre de querer preservar primero la vida de su hijo y luego sus propiedades? ¿Cómo influye ello en la vida de esta futura generación? ¿Cómo podemos inculcarles que hay un estado de derecho y un orden público que deberíamos acatar y respetar?
Nuestro sistema de seguridad ha sido y es, de hecho, altamente criticado y muchas veces justificadamente. Este es un punto que debería ser tocado en forma aparte, pero debemos mencionarlo al ver que efectivamente cuando se quieren hacer bien las cosas se pueden lograr los objetivos; un ejemplo fue el sistema de seguridad y protección, formado por el binomio C .A Metro de Caracas y Policía Metropolitana, que había funcionado extraordinariamente bien desde el inicio de las operaciones del Metro de Caracas. En ellos había mística, había respeto al ciudadano, quien colabora civilizadamente al sentirse protegido, y de allí parte el otro ejemplo: la antigua vigilancia en automóviles Renault de la Alcaldía del Municipio Autónomo Sucre, cuyos funcionarios hicieron gala de conocer y administrar esos mismos derechos y deberes ciudadanos. Debemos utilizar para el resto del país estos ejemplos pasados como guía para ir enderezando este tortuoso camino de desprotección de nuestros adolescentes.
Diario El Universal – 25 de abril de 1991

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