La estafa figura entre los llamados delitos de astucia o de “cuello blanco”. En él predomina la capacidad del antisocial para engañar a la víctima y obtener un beneficio monetario. Por esta razón, algunas legislaciones lo catalogan como un delito económico.
El vocablo estafa proviene de la palabra italiana “staffa”, que quiere decir estribo. Al parecer, en principio la idea estaba asociada al préstamo de los caballos, que posteriormente no eran devueltos. En la actualidad, esta práctica estaría más asociada a lo que se denomina “apropiación indebida”.
Debido a que la estafa se concreta mediante una sucesión de actos destinados a inducir a error a la víctima, suscita un gran interés. De allí que la imagen del estafador tradicionalmente esté asociada a la de hombres o mujeres bien vestidos, que simulan ser empresarios, abogados o, incluso, pilotos de aviación comercial, como fue el caso de Frank Abagnale, un conocido timador convertido posteriormente en profesor del Buró Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés), e inspirador del film “Atrápame si puedes”, protagonizado por el actor Leonardo di Caprio.
La estafa produce enormes pérdidas en todos los países del orbe. En Estados Unidos, la cifra se sitúa en 660 millardos de dólares anuales, algo realmente difícil de imaginar. Solamente por concepto de fraude telefónico, las empresas en todo el mundo dejan de percibir 30 millardos de dólares anuales. Pero las víctimas no son siempre corporaciones o firmas renombradas. En España, por ejemplo, está en pleno desarrollo un escándalo de estafa piramidal que ha involucrado a unas 350 mil personas.
En los países donde la construcción de viviendas es escasa, abunda la estafa con ofertas de inmuebles o de créditos para adquirirlos. En fin de cuentas, el estafador aprovecha las condiciones específicas del medio donde se desenvuelve. Como se trata de un delito que no implica el uso de la violencia, llama poco la atención y sus penas son de pocos años de prisión. De manera que el estafador a menudo obtiene beneficios procesales para ser juzgado en libertad.
Un trabajo divulgado recientemente por la BBC indica que el perfil del estafador cambió como consecuencia del uso de herramientas informáticas. El servicio noticioso citó a Abagnale para ilustrar esta evolución: «La tecnología significa que lo que yo hice hace 40 años, hoy es 4.000 veces más fácil de hacer».
Creemos en realidad que se está produciendo una suerte de convivencia de procedimientos o modus operandi para ejecutar las estafas. En aquellas situaciones en las que se necesita el contacto visual entre la víctima y el victimario, seguramente continuaremos viendo al ejecutivo bien vestido, que intenta –por ejemplo- concretar la venta de un inmueble inexistente. Pero si la modalidad aplicada requiere de vínculos o relaciones despersonalizadas (como por ejemplo en el llamado “phishing”), la única condición es poseer un computador y habilidad para reproducir páginas de bancos o comercios en línea.
Entonces, no se puede hablar de un “perfil” del estafador. Creemos que cada modalidad de estafa genera distintos perfiles, tanto del victimario como de la víctima, pues ambos confluyen en determinadas prácticas que sientan las bases para la adecuada oportunidad de cometer el delito.
No se debe confundir la esencia con los aspectos cosméticos, con las apariencias. El propio servicio de noticias inglés divulgó en 2004 la noticia sobre cómo los miembros de una organización no gubernamental obtuvieron la imagen de un individuo dedicado a la denominada “estafa nigeriana”, una de las más populares modalidades de este delito, que ha logrado adaptarse al uso de la informática como medio de engaño. La gráfica mostraba a un hombre de aproximadamente 35 años de edad, pasado de kilos, moreno y descuidado. ¿Es o ha sido ese el perfil del estafador? En el caso de la modalidad africana, probablemente lo sea.
Algo sí se puede asegurar: la estafa, en sus distintas modalidades, continuará creciendo en la medida en que las eventuales víctimas se mantengan desinformadas, desconocedoras de las virtudes y las vulnerabilidades de los procesos tecnológicos, en los que inevitablemente se desenvuelve una porción cada vez más importante de la humanidad.