Barras bravas (31 de octubre al 7 de noviembre 2003)

 

 

A mediados deseptiembre fue suspendido el campeonato de fútbol argentino, como consecuenciade un enfrentamiento entre las hinchadas de los equipos Chacarita Junios y BocaJuniors que dejó más de 70 heridos.

 

Ese mismo mes, enItalia, el cuerpo arbitral de un partido era agredido por el público debido asus decisiones.  La justa fue suspendida.El periodista John Vinocur del International Herald Tribune observó además queel apoyo a determinados equipos va acompañado por consignas de contenidoracista contra determinados atletas de la oncena contraria.

 

En México, Brasil,Chile y hasta el lugares lejanos como Israel los aficionados terminan a golpesy disparos la justa que dos equipos resuelven dando patadas a un balón en unpermanente intento de incrustarlo en la arquería contraria.  El número de muertos y heridos por talesincidentes se cuenta en miles, desde aquel encuentro entre Liverpool y Juventusrecordado como la Tragedia de Heizel, en 1985. A menudo los afectados sonpersonas que no participan directamente en los enfrentamientos, sino que se venatrapados en el medio de ambos bandos.

 

Es difícil determinarcuáles son los generadores mediatos e inmediatos de la violencia entre losaficionados al fútbol.  En otros deportesque en la cancha muestran mucha más fricción (rugby, hockey o fútbol americano,por ejemplo) el público no resuelve sus diferencias a puñetazos.  Las decisiones de los árbitros, el color depiel de los jugadores, algún incidente en el que un atleta resulte lesionado,la rivalidad tradicional entre grupos de adeptos a un determinado equipo…Cualquier factor podría constituirse en el detonante de una trifulca o de unmotín, como los vistos durante la Copa del Mundo Francia 98.

 

Como quiera que sea,cada encuentro de fútbol pareciera dar pie a nuevos incidentes, dentro y fueradel estadio.  La ley pareciera rompersepara darle paso a las fuerzas más primarias del hombre.  El control social, que en otros ambientesactúa como un factor de contención a los impulsos agresivos, se rompe.   Desmond Morris, en su obra Deporte Rey, observó hace más de 25 añosque el fútbol promueve manifestaciones de orden tribal, incrustadas en elinconsciente del colectivo.  El filósofovenezolano Juan Nuño observó alguna vez que no hay un acto más primitivo queemprenderla a patadas contra un balón.

 

La política trazadapor la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) indica que el equipoanfitrión es el responsable de resguardar el orden dentro de su estadio.  Las trifulcas perjudican esencialmente a losdueños de ese combinado y a los aficionados que suelen visitar esainstalación.  Pero esto no ha sidosuficiente.  De hecho, tal estrategiarecuerda un poco el cuento del marido que al sorprender a su mujer con otrohombre en el sofá botó el sofá.

 

Hay que atacar la ideade que los estadios de fútbol pueden ser territorios de anarquía.  Aquí como en otros ámbitos de la sociedad sepuede poner en práctica la teoría de las “ventanas rotas”.  Cero tolerancia en una sociedad es cerotolerancia en los campos de fútbol.  Delo contrario, en esas localidades comenzarán a gestarse los desórdenes.

 

En Argentina, Brasil,Bélgica e Inglaterra hay además unidades especiales de policía encargadas decontrolar la conducta de los fanáticos. En esto la tecnología de circuito cerrado de televisión y la biometríahan aportado un grano de arena en lo referente a la detección temprana de laspersonas que pueden iniciar una confrontación, y mantenerla bajo vigilanciasobre la base de su peligrosidad manifiesta.

 

Otro aspectoimportante es la reacción temprana de las autoridades ante los incidentes quese puedan presentar en las gradas.  Larapidez de las comunicaciones entre los funcionarios dedicados al control delorden público y la proximidad ante los focos de violencia son factoresfundamentales.  El mundial de Koreadispuso de unidades entrenadas para aislar y separar en tiempo récord a losparticipantes de una pelea.  Este puedeser un modelo exitoso a seguir en países como México, donde ya se advierte laactuación impune de sus barras bravas.

 

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