Bowling for Patagones (8 al 15 de octubre 2004)

Resultaba prácticamente inevitable que el público asociara la reciente masacre de 3 estudiantes en un salón de la escuela Islas Malvinas de Carmen de Patagones, Argentina, con la reportada en Columbine, Estados Unidos, hace 5 años.
El enlace entre ambos episodios se facilitó por la amplia divulgación que ha tenido en las américas el documental Bowling for Columbine, en el que su autor Michael Moore hace una dura crítica a la cultura sobre el uso y posesión de armas de fuego en todos los estados de la Unión. El impacto de esta obra trajo como consecuencia que en Argentina hablaran de Bowling for Patagones luego de la masacre atribuida a un joven de 16 años, que debido a restricciones legales en ese país solamente ha sido identificado como Rafael S.
Un foro de Internet en el país sureño preguntó en una encuesta si creían que este muchacho escuchaba las canciones de Marilyn Manson, tal y como hacían Dylan Klebold y Eric Harris antes de disparar a sangre fría contra 13 compañeros en el referido liceo en Littleton, Colorado. Y así van las cosas: de una frivolidad saltamos a otra sin percatarnos de la esencia de las cosas. Según este razonamiento la responsabilidad de las muertes siempre va a recaer sobre una entidad ajena a quien realmente las ejecutó. Será el cantante estrambótico que nos ofende con su apariencia; será la violencia circundante; serán los medios de comunicación con su afán por destacar la violencia, etc.
Conviene recordar las palabras que le propio Manson escribió sobre el episodio Columbine: “Cuando se trata de averiguar a quién culpar por el asesinato en la escuela secundaria en Littleton, Colorado, tira una piedra y pegarás a alguien que es culpable. Nosotros somos las personas que se sientan de espalda y toleran a niños que poseen las armas, y nosotros somos los que sintonizan y miran los detalles de última hora de lo que ellos hacen con ellas. Pienso que es terrible cuando cualquiera se muere, sobre todo si es alguien que conoces y amas. Pero lo que es más ofensivo es que cuando estas tragedias pasan, la mayoría de las personas realmente no se preocupan más que lo que lo hacen por ver el último capítulo de su serie favorita”.
La primera semejanza entre los episodios de Patagones y de Columbine tiene que ver con el hecho simple de que quienes dispararon sabían hacerlo y, además, podían disponer con facilidad de un arma de fuego. En el caso argentino, Rafael S. usó una pistola marca Browning calibre 9 milímetros que le habían asignado a su padre, un suboficial de la Prefectura Naval. El se había familiarizado desde niño con el uso de este instrumento durante las sesiones de entrenamiento que su papá hacía periódicamente en un polígono de tiro ubicado en esa misma localidad.
Podríamos pensar entonces que si la pistola no formara parte del entorno del chico hoy en día no tendríamos a tres familias enlutadas. Ciertamente, el arma de fuego confiere a los impulsos de agresión un carácter letal. Pero también debemos recordar un detalle: entre los objetos que le quitaron cuando cesó de disparar también había un cuchillo. ¿A cuántos compañeros hubiese eliminado si únicamente dispusiese del arma blanca? No lo sabemos, pero al igual que en el primer caso esto también dependería de su destreza.
Aparentemente, las escuelas argentinas no son escenario de una violencia como la que se vio en Carmen de Patagones. Se podría afirmar entonces que este fue un hecho esporádico, y como tal tomó por sorpresa a toda la comunidad. Pero también se podría afirmar que en estos planteles, como sucede en muchos otros países, incluido por supuesto Estados Unidos, hay una violencia cotidiana que no es denunciada, que no figura en las estadísticas, y que sirvió como caldo de cultivo para la arremetida de Rafael S. contra sus compañeros de salón. Llama la atención que justo después de este incidente se activó el capítulo argentino del Observatorio Latinoamericano sobre la Violencia Escolar, un proyecto auspiciado por la UNESCO que solamente tiene dos capítulos. El otro está en Brasilia.
Un analista de seguridad diría que la escuela Islas Malvinas se encontraba totalmente desprotegida frente a una amenaza como esta. Rafael S. no sólo tenía acceso irrestricto a una pistola, sino que al parecer pudo introducirla en el territorio escolar sin problemas. Cuando se dieron cuenta del peligro, ya era demasiado tarde. Lo más extraño es que hasta el momento nadie ha criticado esta condición de auténtica vulnerabilidad en los institutos de enseñanza. Tampoco se hizo en el año 2000, cuando se produjeron dos hechos similares en planteles de Buenos Aires, que produjeron dos muertes.
En tales episodios, los imputados no fueron a prisión pues según los jueces tenían trastornos de personalidad. En el caso de Patagones aparentemente vamos por el mismo camino. Esa sería una diferencia sustancial con respecto a la masacre de Columbine.

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