El resultado del referéndum celebrado en Brasil para conocer la opinión popular sobre las restricciones a la venta de armas asestó un duro golpe para el gobierno de Luis Inacio da Silva, y también a la iglesia católica, la UNESCO y todos los que de alguna forma creyeron que esta jornada sería un “tiro al suelo” para los denominados pacifistas.
La misma convocatoria a votación fue un terrible error de cálculo. La población votó por el “no” a las restricciones en el expendio de armas y municiones en forma abrumadora: la proporción fue casi de 7 a 3. Con un mandato popular tan claro, el Gobierno brasilero ha quedado en un terrible e inesperado aprieto. Claro, ahora vendrán las interpretaciones en cuanto al carácter vinculante del resultado de esta jornada democrática, en la que participaron en forma obligatoria más de 100 millones de personas.
Pero las cifras están allí. Uno queda tentado a señalar que esta es una demostración de que, como decía Ortega y Gasset, el pueblo no siempre tiene la razón. ¿Cómo es posible que la mayoría de los brasileros haya votado para que no le impidan tener a su alcance los instrumentos de agresión al prójimo? ¿En otras palabras, para matar con más facilidad?
Llama a sospecha cómo los grandes medios internacionales no han desarrollado un debate en profundidad sobre estos resultados electorales. Más aún, sorprende el silencio de instituciones como la National Riffle Association of America frente a este hecho tan importante para sus propios intereses. Dicho sea de paso, esta ha sido la primera vez que la población de un país participó en la decisión sobre un asunto de tanta trascendencia e interés para todos los que se preocupan por asuntos de seguridad.
¿Cómo interpretar los resultados de esta jornada democrática? Hubo una fuerza en los votantes superior a la abrumadora propaganda que les pedía acoger la propuesta gubernamental: la inseguridad, unida a la convicción de que las iniciativas de desarme en poco o nada contribuyen a disminuir la criminalidad, pues en definitiva van orientadas a restarle herramientas de defensa al ciudadano que acata las leyes. Al respecto recomendamos la lectura del artículo de nuestro colaborador, Vinicius Cavalcante, sobre el referéndum y las estadísticas de criminalidad en su país, Brasil. Según este autor, solamente el 3,7 por ciento de los homicidios reportados en esa nación son causados por personas sin antecedentes criminales. Esto implica que si se impone un correcto filtro a la posesión de armas, basado en la existencia de registros policiales, acaso bajaría la cifra de muertes por uso de armas de fuego.
Las cifras de la UNESCO indican que Brasil, junto a Venezuela, es el país con mayor proporción de homicidios. Es de suponerse, por lo tanto, que el uso de armas de fuego juega en esto un papel fundamental. Pero eso no quiere decir que los cariocas estén convencidos en cuanto a que la solución para esta epidemia de violencia sea la prohibición a la venta de armas.
Steve Kingstone, corresponsal de la BBC en Sao Paulo –una de las ciudades con mayor índice de criminalidad- explicó que el resultado de la votación tiene una lógica sencilla: el ciudadano común de Brasil sabe que los delincuentes siempre estarán armados, a pesar de las restricciones. Entonces, despojarse de las pistolas, revólveres, escopetas y otros artefactos por el estilo es colocarse en una peligrosa inferioridad.
Entre tanto, el representante de uno de los numerosos grupos pacifistas de Brasil, Denis Mizne, añadió un componente psicológico a la interpretación de los resultados del referéndum: «No perdimos porque a los brasileños les gusten las armas. Perdimos porque la gente no confía en el gobierno o la policía».
Después de esta votación, cabe preguntarse si “Lula”, conocido por sus ideas de centroizquierda, asumirá una postura de extrema derecha para desconocer o desviar la mirada de los resultados. Esos son los riesgos de la democracia.