Con las armas montadas (22 al 29 de julio 2005)

Para los latinoamericanos, Londres tenía muchos aspectos llamativos. Uno de ellos era el contraste entre la actitud y el porte de los policías de punto de allá y los de estas latitudes. Sin entrar en comparaciones en cuanto a los aspectos educativos, destacaba el hecho de que por regla general los patrulleros de a pie ingleses solamente iban provistos de un rolo y de un aparato de radio para comunicarse con la central, por ejemplo, en caso de que fuese necesario solicitar algún refuerzo.
Los tiempos del párrafo anterior fueron puestos en pretérito ex profeso. Y es que luego de los ataques del 7 de julio, los londinenses viven en un estado de crispación y de sospecha generalizadas. La noticia según la cual los atacantes suicidas que llevaron –y probablemente- detonaron las bombas escondidas en sus morrales eran individuos de su propia comunidad no ha hecho más que profundizar esos sentimientos, que traslucen aunque en forma muy decantada a través de los despachos noticiosos internacionales.
Los británicos vieron con estupor cómo dos semanas después hubo otra seguidilla de explosiones, aunque de menor magnitud. Algunos detalles del último caso hacen dudar a los “expertos” sobre la vinculación entre el grupo que ejecutó este ataque con el primero. No obstante, a esta distancia de los hechos no sabemos si creer o no en los denominados conocedores de la materia, quienes habían señalado antes de la reunión del Grupo de los 8 que no había mayores motivos de preocupación en cuanto a un ataque terrorista, lo que trajo como consecuencia una disminución en el nivel de alerta de las autoridades.
Ahora la policía londinense cambió su talante, y de la noche a la mañana los terroristas han comenzado a modificar el entorno de los lugares que atacan. Las calles de la capital británica están llenas de elementos vestidos de civil, algunos provistos de chalecos antibalas y con las subametralladoras listas para disparar. La foto divulgada por BBC, reproducida en el encabezado de este artículo, es muy significativa al respecto. Quizá a los latinoamericanos no nos sorprenda mucho ver a los funcionarios con el armamento “montado”. Pero en Gran Bretaña, hasta ahora, esa estampa resulta cuando menos “notable”.
Al momento en que este artículo sale al aire es probable que estén desarrollándose las exequias del primer individuo ultimado a manos de policías encubiertos. Ocurrió en la estación del subterráneo de Stockwell. El individuo, de aspecto asiático, fue empujado al suelo y recibió 5 disparos de parte de agentes no uniformados, según el relato de un testigo directo, Mark Whitby. En otra parte del mundo, esto se llamaría “ejecución extrajudicial”.
Este detalle debe suscitar una reflexión más profunda. Tanto el primer ministro británico Tony Blair como el presidente estadounidense George W. Bush han insistido en que los ataques terroristas no modificarán el sistema de libertades del que según ellos goza la ciudadanía. Pero los hechos indican lo contrario. Indican que en nombre de la seguridad la libertad está perdiendo terreno. En ese sentido, los terroristas están ganando la batalla.
Uno debe preguntarse, por ejemplo, si en otros tiempos hubiera sido siquiera permisible para la sociedad estadounidense que un periodista de la revista Time fuese arrestado por orden de juez, al negarse a revelar las fuentes que le suministraron una información, por demás verídica, sobre la identidad de un funcionario encubierto de la Agencia Central de Inteligencia. Mucho menos hubiésemos podido pensar que la publicación llegaría a ceder los archivos y la computadora del profesional, para facilitar las averiguaciones y evitarse males mayores.
Ahora, cuando el ciudadano de a pie entra en el metro neoyorkino, los policías pueden revisarle sus bolsos, maletines y efectos personales. Antaño esto hubiese sido visto como un ultraje a la privacidad. Pero los despachos internacionales señalan que la ciudadanía aceptó la medida sin hacer mayores críticas. Estas invasiones a la libertad tienen un “efecto dominó”: los gobiernos de Francia e Italia, en la mira de los terroristas, anunciaron la disposición de poner en marcha dispositivos similares.
El frenesí desatado por las nuevas explosiones en la capital británica ha hecho que la huelga de hambre iniciada por más de 50 reclusos de la cárcel de Guantánamo (Cuba) pasara casi inadvertida. Los internos, en su mayoría, llegaron allí como consecuencia de la campaña militar en Afganistán y según las organizaciones pro derechos humanos de EE.UU. no gozan de las mínimas garantías al debido proceso y a la defensa.
Otras señales de lo que sucede fueron destacadas por el Christian Science Monitor, publicación por demás sobria: ampliación de las facultades del Buró Federal de Investigaciones para obtener información sobre las personas sin autorización judicial; incorporación de la inteligencia militar a la recopilación de informaciones sobre seguridad interna, una actividad que estaba prohibida desde 1978; investigación de las licencias para conducir de los ciudadanos como una herramienta para la inteligencia y, por último, la posible renovación de las provisiones del Acta Patriota que deberían expirar este año.
Nadie debe permanecer ajeno ante este desarrollo de cosas. Hay que recordar que muchos gobiernos de facto en estas latitudes invocaron para instaurarse la tesis de la Seguridad Nacional, auspiciada a mediados del siglo pasado por los gobiernos estadounidenses como un mecanismo de contención contra el comunismo. Y la guerra contra el terrorismo es una nueva forma de conflicto global.

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