Constructor de la paz (8 al 15 de abril 2005)

Juan Pablo II (1920-2005) ha sido uno de los pocos seres humanos que ha logrado cambiar el entorno de seguridad mundial. El sumo pontífice de la iglesia católica, y por lo tanto líder espiritual de al menos 1,2 millardos de personas, supo ejercer su papado en función de aliviar los grandes conflictos de los últimos años del siglo XX.
Karol Joseph Wojtyla fue designado como santo padre en 1978. En ese momento era arzobispo de Cracovia, y no se esperaba que fuese favorecido por el cónclave de cardenales, entidad que hasta esa fecha y durante más de 4 siglos se había inclinado por religiosos de origen italiano.
A 26 años de ese suceso todos, independientemente de nuestro credo, debemos agradecerle a quien se hizo llamar Juan Pablo II su contribución para ponerle fin a la Guerra Fría. Este y otros cometidos le hicieron merecedor de 5 complots para asesinarlo. En el más recordado el turco Mehmet Alí Agca por poco logra su objetivo al dispararle cuando pasaba por la plaza San Pedro, el 13 de mayo de 1981. Una operación orquestada por el bloque comunista a través de la inteligencia búlgara, según la autora Clara Sterling. Pero el Papa, consecuente con su credo, eventualmente perdonó a su agresor, quien todavía permanece en prisión por el crimen.
La estampa del máximo representante de la iglesia católica junto a su atacante musulmán, tomada en el encuentro que ambos tuvieron años después, evidencia otra característica de la obra de Wojtyla al frente del Vaticano: el acercamiento, primero en principal, a los más duros adversarios, pero también a quienes representan las tendencias intermedias en lo religioso y en lo político. Juan Pablo II visitó un templo luterano en 1983, participó en una asamblea islámica en 1985 y en 2001 visitó una mezquita; en 1986 entró en una sinagoga judía. Son hechos que hablan por sí mismos, pero que no pueden ser olvidados. Los frutos de este trabajo los recogió en vida, pero también pudimos verlos durante sus exequias, cuando sus restos fueron acompañados a la cripta en el Vaticano por más de 200 jefes de Estado y de Gobierno.
Joseph Nye, reconocido intelectual estadounidense, afirmó que en estos días el poder de un Papa como Juan Pablo II ya no reside en los ejércitos que pueda movilizar (como sucedía hace tres siglos) sino en los que contribuye a mantener desmovilizados. Ese fue precisamente el mayor logro del Papa que acaba de partir: haber impedido mediante su influencia moral que se concretara la dinámica de la destrucción universal, propia de la carrera de armas atómicas que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
Juan Pablo II fue palabra y acción. Esto lo hizo uno de los hombres más populares de su era. Combatió las tendencias de inspiración comunista dentro del catolicismo -expresadas a través de la llamada teología de la liberación- pero al mismo tiempo desarrolló una intensa labor pastoral que aproximó como nunca a la feligresía con la cúpula eclesial, consciente como estaba de la que la Iglesia estaba sometida a un peligroso proceso de aislamiento. Famosas son las estadísticas acumuladas durante más de cinco lustros como sumo pontífice: 104 viajes alrededor del mundo, 129 naciones visitadas, entrevistas con 703 jefes de Estado y de Gobierno, y contactos con más de 16 millones de fieles.
Por todas estas cosas y mil más que no podríamos detallar en este espacio, al mundo le hará falta un ser como Juan Pablo II. Tuvo el poder y supo usarlo para el bien de la humanidad. Carl Bernstein y Marco Politi, en una biografía no autorizada de 1996 (Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo. Colombia. Grupo Editorial Norma) señalaron: “El mundo sabe que (Wojtyla) es el último de los gigantes en el escenario internacional, que no hay otros grandes heraldos de una visión o principio universal, sean cuales fueren sus causas o ideologías. Ha definido su tiempo como quizá ningún otro líder lo ha hecho, incluso en medio de sus críticas contra la época misma”.
Llegue hasta él este breve homenaje, en el momento del adiós.

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