Es muy temprano para asumir conclusiones definitivas en torno al terrible atentado terrorista en Londres. Paradójicamente, la enorme cantidad de información que corre a través de los medios tiene un altísimo nivel de redundancia y es muy poco lo que aporta sobre las características del hecho.
Los servicios de inteligencia e investigación criminal deben estar en una carrera contra el tiempo, presionados por sus jefes inmediatos para obtener resultados con rapidez e intentando reivindicarse del terrible error que significó haber reducido semanas atrás el nivel de alerta. El debate sobre este particular con seguridad se verá reflejado en las noticias durante los meses venideros, tal y como sucedió en Estados Unidos luego del 11 de septiembre de 2001.
Además, la presión hacia las policías y los servicios de inteligencia –como es lógico- se orienta hacia la pronta identificación de los individuos que colocaron las bombas en tres vagones del metro de la capital inglesa (o Tubo, como le dicen allá) y en un autobús de dos niveles. Este último objetivo llama la atención, porque se sale del patrón. Es posible que ese cuarto artefacto también debió estallar bajo tierra. No se puede descartar por ahora que la explosión en el autobús haya sido por “error”: un mecanismo de tiempo activado en manos inexpertas; un atasco en las impredecibles calles londinenses a una hora “pico” pudo ocasionar un acto desesperado. Esto explicaría los testimonios recabados por la BBC, sobre la discusión entre dos individuos momentos antes de que salieran a toda prisa de ese transporte colectivo. Si el dato es verídico, es posible que algunas víctimas contribuyan en la elaboración de retratos hablados.
Hay una similitud innegable entre este caso y el del 11 de marzo en Madrid. Los paralelismos van desde la escogencia de objetivos hasta el modo como se concretó el atentado. No en balde, el Centro Contra el Terrorismo de Israel reveló en un análisis estadístico de los ataques reportados en el mundo durante los últimos años que los sistemas de transporte son el segundo blanco preferido por los terroristas. Los casos de Madrid y Londres se ajustan a ese patrón, incluso en la escogencia de la hora (aproximadamente a las 9 am). Hay, por lo tanto, una evidente vulnerabilidad en los sistemas ferroviarios, que deberá ser afrontada con diligencia.
Las autoridades británicas no han sido concluyentes en cuanto a qué grupo fue el responsable de este crimen, pero desde el propio momento en que se conoció indicaron que tiene la “firma” de al Qaeda. Lo visto en la capital inglesa tuvo la simultaneidad y progresividad de los atentados con explosivos contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, así como los casos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y del 11 de marzo de 2004 en Madrid; también se caracteriza por la sencillez en su ejecución, pues según lo que se conoce hasta ahora se trató de bombas de menos de 5 kilos, confeccionadas con explosivos plásticos fáciles de encontrar en el mercado negro europeo, metidas adentro de morrales y activadas mediante mecanismos de relojería.
Hay que notar, sin embargo, que contrario al episodio del 11 de septiembre de 2001, en Londres no hubo una manifestación de terrorismo suicida. Los atacantes entraron a los vehículos, dejaron las bombas y salieron antes de los estallidos. Esto podría hacernos pensar que la “firma” de al Qaeda está evolucionando. Pero incluso podría ser la pista para determinar que los ejecutores no pertenecen a esta organización. Este pudo ser un atentado por contrato, con escaso apego a una ideología antiestadounidense, antioccidental, antisionista o cualquier “anti” que hoy en día profesen los miembros de la estructura liderada por Osama bin Laden. Hay que imaginar, pero con la vista puesta en la evidencia.
El 11 de septiembre de 2001, el simbolismo de los objetivos atacados era evidente. Se podía decir que el atentado de esa fecha fue contra íconos de la civilización occidental. Pero en los casos de Madrid y Londres creemos que la escogencia de los sistemas ferroviarios fue por razones meramente prácticas. Si la idea era atacar un monumento importante pudieron ir contra el Big Ben o el stadium Santiago Bernabeu. No obstante, ambos casos pueden ser analizados como un mensaje, en el que las circunstancias políticas jugaban un papel fundamental. En la capital española las explosiones ocurrieron en la víspera de las elecciones para escoger al jefe de gobierno, mientras que en Londres sacudieron al anfitrión de la cumbre del Grupo de los 8. El impacto psicológico fue mucho mayor pues la población en ese momento celebraba la escogencia de esa ciudad para los juegos olímpicos de 2012. A pesar de los errores, desde el punto de vista de los terroristas, los atentados en Londres fueron terriblemente exitosos.