Es muy sencillo en este momento unirse al coro que clama por el cierre de la cárcel erigida en la base naval estadounidense de Guantánamo, Cuba. El propio gobierno de Estados Unidos ha dado todas las razones para llegar a esa conclusión. Pero en estas líneas daremos algunos argumentos para pensar en contrario, muy a pesar de lo que ahora declare el propio presidente Bush.
La clausura de Guantánamo no ha sido solicitada en atención a lo que la cárcel es, sino a lo que ella simboliza en tanto que representación de las atrocidades cometidas por soldados y, en consecuencia, por el propio gobierno estadounidense en el desarrollo de su guerra contra el terrorismo.
El Tiempo de Bogotá, en un editorial divulgado recientemente, calificó a esta instalación como una “prisión deshonrosa”, que “destruye la imagen de Estados Unidos como un país de leyes”. Pero no da un solo argumento de orden técnico que justifique el cierre de la instalación.
La base de Guantánamo, ubicada a 400 millas náuticas al sur de Florida, fue erigida a partir de 1903 sobre 45 millas cuadradas que el gobierno estadounidense había “alquilado” a su contraparte cubana. Cuando Fidel Castro llegó al poder de la isla en 1959, y especialmente a partir de la crisis de los misiles de 1962, este enclave cobró importancia estratégica para los estadounidenses, quienes reforzaron allí la presencia de sus tropas.
Inicialmente, la cárcel había sido diseñada para uso netamente militar. Este factor, unido al hecho de que se trata de una instalación penal de carácter extraterritorial, le da un carácter muy especial. Según los propios militares norteamericanos, Guantánamo es la única base de EE.UU. que opera en un país con el que no existen relaciones diplomáticas.
A partir de 2001, el gobierno de Bush ordenó que los detenidos durante la campaña militar en Afganistán fuesen llevados a esa penitenciaría. Son unos 460 individuos de aproximadamente 35 nacionalidades (no se sabe a ciencia cierta cuántos ni de dónde son, según Amnistía Internacional). Organizaciones no gubernamentales como Humah Rights Watch y la Cruz Roja Internacional han constatado las condiciones infrahumanas en las que son mantenidos los reos.
Los internos de Guantánamo capturados durante el desarrollo de la operación contra el régimen talibán fueron declarados por una corte estadounidense como “enemigos combatientes”. Posteriormente, la Corte Suprema de ese país señaló que los sujetos debían estar sometidos al debido proceso, lo que implica entre otras cosas la individualización de los cargos, la asistencia por un abogado y en fin de cuentas la realización de un juicio justo en los términos y plazos establecidos por las leyes de guerra. A pesar de esto, tales condiciones no se han cumplido.
Estamos hablando, entonces, de un país que violenta las leyes más elementales en aras de la preservación de la “democracia” interna, matizada a través de una interpretación especialísima del derecho a retaliación que generaron los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero en el fondo, y como lo hemos señalado en otras oportunidades, la reivindicación de los valores de la libertad no se puede lograr pisoteando la libertad de los demás, estén adentro o afuera del país. La lógica que hace esto posible tiene tal grado de perversión que puede a la postre acabar con el propio sistema democrático, sustentado sobre el principio del imperio de la ley.
Las cercas, pasillos y celdas de Guantánamo simbolizan todas estas aberraciones. Como sucedió alguna vez con Alcatraz, aunque guardando las distancias. Pero una cárcel es lo que su gente hace de ella. En este caso, hablamos de todo un sistema diseñado sobre la marcha no para impartir justicia sino para humillar a unos individuos, destruirlos desde el punto de vista psicológico y moral, quizá para que aporten alguna información oculta sobre las redes terroristas a las que supuestamente pertenecen. Esta estrategia se ha tornado ineficaz y hasta contraproducente para Washington, tras el suicidio de tres internos.
Ahora Bush le hace el juego a las opiniones desenfocadas que claman por el desalojo y la colocación de candados en esta cárcel. En estas condiciones, podemos apostar que el día de mañana las prácticas de Guantánamo reaparecerán en alguna otra parte del planeta. La lucha no debe ser por el cierre de esta instalación, sino en términos más positivos para que el gobierno de Estados Unidos retome la senda del derecho.