El embarque de los puertos (10 al 17 de marzo 2006)

El retiro de la empresa Dubai Ports World (DP World) de la negociación para la administración de seis importantes puertos de Estados Unidos demuestra hasta qué punto el debate sobre seguridad se ha politizado de forma nociva en ese país.
Para entender el problema hay que dar algunas explicaciones. La compañía basada en los Emiratos Arabes Unidos adelantaba conversaciones desde meses atrás para adquirir la firma londinense Peninsular & Oriental Steam Navigation Co., que administra a través de una subsidiaria estadounidense los puertos de Nueva York, Nueva Jersey, Baltimore, Nueva Orleáns, Miami y Filadelfia, y que también tiene alguna responsabilidad en el funcionamiento cotidiano de otros 16 terminales marítimos en el país norteamericano.
Esta compra implica un pago de 6,8 millardos de dólares, en el entendido de que se traspasa no sólo los activos fijos de la firma británica sino también su cartera de negocios. Desde un principio, el gobierno de George W. Bush había dado su visto bueno a la transacción. Pero el Congreso, dominado por corrientes que adversan al mandatario la objetó con el argumento de que una empresa árabe no podía tener el control de instalaciones que juegan un rol tan importante para la seguridad del país, como son los puertos.
El tema se convirtió en un punto para medir fuerzas entre republicanos y demócratas, a ver quién aparece ante el público con un discurso más firme en los asuntos de seguridad, que tanto preocupan al pueblo de Estados Unidos luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Según estadísticas oficiales, los puertos estadounidenses son el punto de entrada, salida o tránsito de más de 9 millones de contenedores al año. Esta es una señal de la fortaleza económica del país, pero también representa una vulnerabilidad, pues de hecho son muy pocas las piezas cuyo contenido es revisado en detalle por las autoridades, especialmente por el Servicio de Aduanas, cuyos funcionarios tienen jurisdicción directa en esas instalaciones.
Tal y como lo explicó el contralmirante retirado David Stone, la seguridad en puertos y aeropuertos es de extrema importancia, pues a través de ellos los enemigos de Estados Unidos podrían introducir un arma de destrucción masiva, de la misma forma como los traficantes de drogas han introducido sus cargamentos. Y claro está, resulta una paradoja aparente que en este contexto se permita que 6 de los terminales marítimos más importantes del país sean administrados por una empresa árabe.
Lo que no se dijo con suficiente fuerza es que la administración de los puertos para nada representaba una cesión de soberanía sobre estas instalaciones, o que por ello las autoridades se verían impedidas de ejercer los controles sobre la carga importada de la misma forma como podrían hacerlo si los puertos fuesen administrados por una corporación europea o asiática. El absurdo llegó al extremo en el que un representante exigió públicamente que las funciones que iba a ejercer DP World debían recaer sobre una empresa estadounidense, pues eso sería “una tremenda victoria y muy gratificante”.
Invocar argumentos de seguridad para justificar posiciones políticas, del signo que sea, resulta nocivo para los países en el corto plazo. ¿Qué mensaje envía Estados Unidos al mundo con este episodio? Que en el fondo no importará si la empresa cumple con los estándares más rigurosos de seguridad y prevención. Si la cosa suena árabe, entonces el trato no se concretará. Y esto es ahora. El día de mañana, cuando Osama bin Laden desaparezca del mapa, cuando el “enemigo público número uno” sea un latino o un asiático, no habrá que hacer mucho esfuerzo para saber de antemano quiénes serán los excluidos de los grandes negocios.
Lo peor de todo es que con la salida de DP World no se ataca el problema de fondo en materia de seguridad. La vulnerabilidad sigue allí, intacta, pues diera la impresión de que los políticos, nuevamente, se meten en un asunto del que poco conocen. Como dice el refrán, en todas partes se cuecen habas.

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