La balística es una disciplina apasionante. Félix Alvarez Saavedra la ha definido como “una rama de la cinemática que trata del comportamiento del proyectil disparado por un arma de fuego”.
Sobre la balística sale a la venta un creciente número de libros, generalmente escritos en idioma inglés. El estudio científico ha llevado a dividirla en tres grandes ramas: interna, externa y terminal. En este breve trabajo deberíamos abordar la primera de ellas, pero por razones de novedad nos concentraremos en la última, también conocida como balística de efecto.
El propio Saavedra, en su Diccionario de Criminalística señala que la balística de efecto “estudia los resultados producidos en el cuerpo u objeto sobre el que impacta la bala o proyectil, la forma en que actúa el proyectil al llegar al blanco, cómo queda el proyectil, cómo se efectúa la transferencia de energía cinética y qué efectos tiene sobre el objetivo, cómo funcionan los proyectiles especiales, etc”. Como podemos ver, esto es más una descripción que una definición de la disciplina.
Podríamos señalar también que la balística terminal estudia el comportamiento de los proyectiles desde el momento en que penetran en su objetivo hasta que quedan en reposo.
El desarrollo de esta disciplina ha permitido identificar una serie de factores o variables inherentes a la conformación del proyectil y al medio en el que incide una vez disparado. Salvo en el tiro de precisión (actividad en la que lo importante es dar en la diana) el usuario de un arma debería interesarse en el efecto que ocasionarán los proyectiles que dispare sobre su objetivo. La lógica elemental indica que lo más aconsejable sería escoger un arma cuyas balas anulen al oponente con la menor cantidad posible de disparos. Podríamos decir que de ello depende en buena medida la eficacia de estas herramientas para la defensa personal. Marc Bowden, en su obra La caída del Halcón Negro, reflejó la preocupación de los soldados estadounidenses enviados a Somalia en 1993 porque el rifle de uso reglamentario, el M-16 calibre 5.56 mm, no era capaz de eliminar a los adversarios con un solo disparo, lo que obligaba a los combatientes a dar en el mismo blanco varias veces a riesgo de sus propias vidas. Mientras tanto, el rifle usado por las milicias de Mohammed Aidid, el AK-47, incluso traspasaba los blindajes de los vehículos humvees.
Uno de los aspectos cuyo análisis ha cobrado mayor auge dentro de la balística terminal, por lo tanto, ha sido el relativo al “poder de parada”, traducción de la expresión inglesa stopping power. Esto se refiere a la capacidad de un proyectil de transmitir al blanco su energía. Es posible calcular esto si se conoce la velocidad que desarrolla la bala, así como el peso de su punta expresado en grains. Pero esta cualidad, tal y como nos lo señala Rolando Méndez, depende también de las características del blanco.
Estudios efectuados en Estados Unidos a raíz de un incidente en el que varios funcionarios policiales resultados heridos por unos delincuentes en el estado de Florida, cuando se suponía que estaban en inferioridad de condiciones, concluyeron que el poder de parada en seres vivos depende de la capacidad de generar una cavidad temporaria donde antes existían tejidos. Un análisis, muy cuestionado por ecologistas debido a que utilizaron vacas vivas, determinó que el cartucho .45 ACP tiene el mayor poder de parada.
Pero no todos pueden acceder a un arma con ese calibre. Lo más trascendente de la noción del poder de parada es que en circunstancias comprometidas, cuando el tiempo solamente da la oportunidad de hacer un disparo, la escogencia del cartucho puede ser la diferencia entre conservar la integridad física o ir al cementerio.