El rostro oculto

EL ROSTRO OCULTO DE LA REVOLUCION
 

 

I. Tendencias direccionales del proceso político en Venezuela

 

II. Mitos, realidades y desafíos de la oposición

 

Apéndice: Venezuela 1945-1955-1998

 

Asdrúbal Aguiar
 

 

I
 

 

TENDENCIAS DIRECCIONALES DEL PROCESO POLITICO EN VENEZUELA
 

 

"Estamos haciendo un esfuerzo sobrehumano para hacer una revolución pacífica, cosa difícil pero no imposible. Pero si ésta fracasa, vendría una revolución por las armas, porque esa es la única salida que tenemos los venezolanos" (Hugo Chávez, El Nacional, 9-5-2001, p. D-2)

 

Entre la simbología y la transitoriedad constitucional

 

El proceso político venezolano –tal y como lo indican sus tendencias más recientes- sigue amarrado en su decurso a las acciones y reacciones personales, mediáticas e imprevisibles de Hugo Chávez Frías, líder de la intentona golpista del 4 de febrero de 1992 y hoy Presidente de la República. La expectativa de una recomposición institucional del Estado -necesaria para la afirmación de reglas de juego político estables y concordantes con los términos postulados en la Constitución de 1999- no se aprecia como un propósito central en el quehacer del actual Primer Mandatario; a pesar de que aquel fue, al menos en principio, el desiderátum de la jornada constituyente promovida por éste y que le ocupó los dos primeros años de su gestión administrativa.
 

Los intentos, bastante magros, para afirmar el piso orgánico que, en teoría, habría de servir de escenario para la gestión del modelo de democracia participativa y protagónica propuesto por Chávez, parecerían avanzar hacia su definitiva frustración. Y lo cierto es que, al margen de las reservas que haya podido suscitar la novísima Constitución -dadas sus contradicciones conceptuales (dogmáticas vs. orgánicas) o en razón de su innegable compromiso con la idea de un Estado tutelar e inconsistente con el respeto material de los derechos humanos que predica-, el desarrollo de sus previsiones surge hoy como indispensable para que todo el país vuelva a rencontrarse en una comunidad afectiva y efectiva de propósitos. Ello es obligante, en efecto, para la vigencia de las libertades públicas y para la seguridad que reclaman tanto la reactivación del aparato productivo cuanto la conquista inmediata de un clima social facilitador de la convivencia, tanto en lo interno como en lo internacional.
 

De modo que, más allá de la simbología alcanzada por la Constitución de la V República y, en la práctica, de su utilización como idea fuerza para la cohesión popular en torno al señalado líder de la "revolución bolivariana", lo único constatable al presente es que la "transitoriedad" estructural no abandona el panorama doméstico.
 

El propio Chávez, durante una reciente celebración aniversaria de la Constituyente, no escatimó sugerencias sobre lo imprescindible de sostener el acusado y heterodoxo régimen de transición constitucional (léase, de excepción fáctica); situación ésta que, por lo demás, sugiere una suerte de prórroga arbitraria en el control personalista que del poder público ha estado ejerciendo en todos los ámbitos y desde el momento mismo en que prestó su juramento ante el último Congreso de la IV República y declaró "moribunda" a la Constitución de 1961.
 

La afirmación de este propósito, bueno es observarlo, no es, como en otros casos, meramente coloquial o filatera en la voz del Jefe del Estado. De hecho, Hermann Escarrá Malavé, ex constituyente y ahora Abogado de la República ante los organismos internacionales de derechos humanos, informó a la prensa que el Presidente Chávez "analiza varios escenarios para asumir poderes extraordinarios, más allá de los otorgados [a él] por el parlamento dentro de la Ley Habilitante (El Nacional, 8-5-01, Primera página). Chávez, por su parte, luego de los conocidos escarceos e inseguridades a que nos tiene acostumbrados, no ha hecho más que confirmar el despropósito (El Universal, 30-5-01, p.1-2): "Estoy pensando seriamente en decretar el estado de excepción" (Caracas, 11-5-01); "se trata -el estado de excepción- de un alboroto de unos pocos, de especulaciones" (Malasia, 28-5-01); "lo único que podría llevarme a mi a un estado de excepción, sería la pobreza, la miseria …" (Indonesia, 29-5-01).

El proyecto político vs. el proyecto de poder personal
 

Más allá del histrionismo que le es característico, de su táctica de marchas y de contramarchas o de la embriaguez que le ha significado su inesperado desempeño como Jefe del Estado –por estar sostenido en un accidente histórico-, difícil es afirmar, sin embargo, que para Chávez el poder y su control individual se reduce a un mero acto de narcisismo; sin perjuicio, lo antes dicho, de que en casi todos sus actos de gobernante sobresalga tal rasgo dominante de su personalidad. El dilema es, básicamente, que su proyecto político choca no pocas veces con su proyecto personal de poder, solapándose ambos y con marcada preeminencia el último por sobre el primero.
 

Para discernir, entonces, acerca de "ese algo más" que explique la razón y el sentido último de la "transitoriedad" querida por Chávez para Venezuela, deben hurgarse otros datos recientes que mejor ilustren la perspectiva. Las preguntas, al respecto pueden ser muchas y bastante cruciales, pero, en buena lid, son difíciles de responder a la manera de una tesis y en todos sus extremos. El mismo estilo de Chávez las imágenes y tácticas recurrentes con las que busca diluir los muchos problemas de su Gobierno, propias del antípodas y nutridas de epicidad, así lo impiden
 

¿Acaso, la manida transitoriedad se debe a que la Asamblea –dominada por el partido oficial- no ha podido o no ha querido, sin más, dictar la legislación reglamentaria que le mandan las Disposiciones Transitorias de la Constitución vigente; o es que la manoseada transitoriedad insurge como variable obligante porque el mismo Gobierno tiene iguales dificultades para sancionar las leyes que le fueran encomendadas por la Asamblea, mediante una habilitación extraordinaria?
 

¿ O, mejor aún, trátase ora de un problema de incapacidad gestionaria manifiesta en los nuevos administradores de la cosa pública, ora de un reflejo de las conocidas desaveniencias (clientelares o de mera oportunidad ¿?) dominantes en el seno del movimiento "bolivariano" (léase, la falta de conciliación –sin mengua de los trasiegos- entre sus distintas vertientes: la militarista, original, resentida, excluyente, dominada por oficiales en retiro o retirados a causa de indisciplina durante la IV República; la civil, de centro-izquierda, relativamente tolerante, sustentada por tiburones de aguas profundas que hicieron parte de la vieja democracia representativa, sin dominarla; la marxista radical, trasnochada, revolucionaria y animada por el revanchismo histórico)? ¿O, a fin de cuentas, todo ello es el mero sub-producto de una amalgama de las razones acuñadas, a las que se sumaría otra esencial: el desinterés estratégico de Hugo Chávez por la "regularidad institucional" hasta tanto asume el control pleno y personal del poder político y social en el país?
 

Los indicadores
 

Veamos algunos indicadores que destacan en el "antes" y en el "después" de Quebec: sitio en el que Hugo Chávez, recién y a propósito de la III Cumbre de las Américas, constata su aislamiento ideológico en el Hemisfério. Allí hizo reserva de todo credo en la democracia representativa al firmar, discrepando, la Declaración unánimemente adoptada por los demás Jefes de Estado y de Gobierno y al presentarse ante ellos, por si fuese poco, como una suerte de Canciller del Presidente cubano, Fidel Castro.
 

Tal postura contumaz la reiteró Chávez por voz de su Canciller, un ex Coronel retirado del Ejército, durante la siguiente Asamblea General de la OEA, en San José de Costa Rica. Allí protestó contra la Carta Democratica Interamericana. Y se supone que, de seguidas al revés "quebecquense", al mediar su conocida intemperancia y la visión maniquea que tiene de la política, el mandatario venezolano haya considerado la urgencia de medidas reactivas que de nuevo le posicionen en "sus" particulares ideas y a tiempo; aun cuando pudiesen revelar éstas, prematuramente, el rostro oculto de su revolución.
 

Por lo tanto, no es de descartar en él, por obra tanto de su formación moral preconvencional como de los efectos psicológicos ejercidos en su personalidad por el brusco e inesperado ascenso al poder, una íntima convicción de que en el plano de la ortodoxia arriesga, por razón del mismo tiempo transcrurrido, el destino de su proyecto político; peor aún, pone en juego la estabilidad de su poder personal. Y la merma de este último, de suyo que no estaría en capacidad alguna de digerirla sin más y aprisionado, paradójicamente, por su propia cárcel normativa: la Constitución Boliviariana.
 

Tampoco es aventurado sostener que, a pesar de la generosa popularidad que aún conserva como Presidente, la impopularidad de su gestión crece a un ritmo inversamente proporcional y -para él- desconcertante. La misma regla extremista sobre la cual afincó su estrategia de poder: la confrontación -o conmigo o contra mí- igualmente le reduce los espacios de indiferencia o de neutralidad para la evaluación y juicio de sus logros gubernamentales, viéndose mismamente favorecido un movimiento más sistemático y enérgico de la todavía fragmentaria e ineficiente oposición nacional.

 

De esta suerte, la propia "transitoriedad" –cómoda para el ejercicio del poder omnímodo por Chávez- conspiraría en otro plano contra su imagen popular, una vez haya constatado la gente que la calidad de vida y la esperanza por la redistribución económico-social equitativa prometidas no se han hecho visibles y menos se harían dentro de un cuadro de desarticulación constitucional permanente. A falta de instituciones regulares, e incluso de oposición respetada, es obvio que la responsabilidad plena sobre la suerte del país y en el criterio de la opinión pública recaería totalmente sobre el Presidente.
 

A él, por consiguiente, se le plantea ahora una carrera desesperada contra la fatalidad y de aquí, quizás, el que su criterio de la transitoriedad constitucional no encuentre otra expresión inmediata que el eventual recurso a un régimen de excepción -que no sólo de emergencia- al Estado de Derecho. Y, en igual orden, la amenaza proferida y a cuyo tenor ó lo aceptamos como tal y pacíficamente, ó nos confrontará en el terreno de las armas (Cfr. supra, nota del encabezamiento). Así de simple.
 

a) Una pareja mal avenida

 

El anunciado matrimonio cívico-militar -base fundamental de la propuesta de revolución en paz planteada por el Presidente Chávez- se ha alejado en los mismos términos en que el pueblo, constatando la presencia dominante de las Fuerzas Armadas -militares activos y retirados- en los cargos estratégicos del Gobierno (Jefatura del Estado, secretaría presidencial, seguridad interior, política exterior, industrias básicas, transporte y comunicaciones, programas de desarrollo social, vivienda, reforma agraria, aduanas etc.) no las percibe eficientes; antes bien advierte a estratos crecientes de sus miembros comprometidos, cada vez más, con hechos graves de corrupción. Alfredo Keller, reputado experto en sondeos de opinión, señala que en la actualidad sólo el 17% de la población apoya la tesis chavista civico-militar, 9% la de un Gobierno militar, y 68% dice preferir un gobierno solamente civil" (El Universal, 6-5-01, p.1-8).
 

Lo dicho, a todo evento, no disminuye la significación de un dato incuestionable de la realidad: Así como, en la coyuntura, los medios de comunicación han estado ocupando el espacio de la sociedad civil otrora controlado por los partidos políticos, sirviéndola como integrador y ganándose su confianza creciente, otro tanto viene haciendo la Fuerza Armada, de cara a la sociedad política. Ella es percibida por ambas sociedades como el único sustento orgánico con el que cuenta el país en su pronunciada anomia. De donde, una cosa es el aprecio popular con el que cuentan los militares activos, en tanto y en cuanto se les visualiza como garantes de la estabilidad en libertad, y otra distinta es que no encuentren simpatía alguna como gerentes inmediatos de la gobernabilidad.
 

b) Entre la legitimidad y el caudillismo
 

Chávez ha de saber que su piso político tal para cual se deteriora en curva lenta pero sostenida: allí están los fracasos de su Gobierno ante la huelga petrolera, en la toma del Rectorado de la Universidad Central, o en la convocatoria oficial de los trabajadores para las celebraciones del último 1° de mayo. Y debe intuir, cuando menos, que el descrédito de sus colaboradores más cercanos y el rezago de la emoción que él mismo concitó antes y después de su ingreso al Palacio de Misia Jacinta, se profundizarían aún más ante una eventual caída de los precios del petróleo y la pérdida consiguiente de la capacidad "dadivosa" del Estado. Ello puede estar presionándole hacia el sendero señalado del "régimen de excepción", en el que la paulatina y convencional tarea de legitimación de sus proyectos –mediante la pedagogía directa (¡ Aló, Presidente !) o la acción proselitista del partido oficial MVR (Movimiento V República)- pierde todo sentido y operatividad en el corto y mediano plazo.
 

Por lo demás, la confrontación diaria o accidental, que buenos réditos le ha proporcionado a Chávez hasta el presente, comienza a encontrar como límite natural y progresivo el límite par de las carencias de un pueblo que, como el nuestro y mediando períodos de crisis y de bonanza con todas las inequidades actuantes, conoció y estimó el valor persuasivo de la modernización durante los últimos 50 años.
 

En suma, si Chávez considera que su proyecto "político" puede estar perdiendo credibilidad, es de predecir que, dada su manifiesta cultura primaria [más de 20 años sujeto a la citada pauta moral discerniente: mando vs. la obediencia], mal aceptará -por lo ya dicho supra– una derrota democrática de su proyecto "personal". Por lo demás, no debe olvidarse como dato para el análisis prospectivo, que Chávez es una viva expresión del modelo político caudillista, que tiene mucho arraigo en la cultura nacional dominante y a éste adhieren, sin reservas, amplias capas de la población venezolana.
 

Antes de Quebec
 

Un primer incidente que matiza al proceso político nacional en su evolución hacia el régimen de excepción, a la manera de una prórroga en la transitoriedad constitucional, es el inesperado y citado escándalo de corrupción en las Fuerzas Armadas, a propósito del llamado Plan Bolívar 2000/2001. Este fue diseñado por el Presidente para que los militares pudiesen integrarse paulatinamente y en solidaridad militante con los estratos más pobres de Venezuela; vía un mecanismo de remedio "expedito" –extraordinario y sin mayores controles administrativos- de sus reclamos sociales inmediatos: atención médico-sanitaria, recuperación del hábitat, disminución de la emergencia laboral, mejoramiento de la infraestructura educacional y deportiva, construcción de viviendas populares, suministro de alimentos, etc.

 

Seguidamente, coincide con lo anterior el serio malestar que ocasionó en las FFAA el incidente de las "pantaletas" –prendas íntimas femeninas- enviadas al Alto Mando y a los Generales del Ejército por opositores políticos del Gobierno, haciéndoles ver sus deshonrosas debilidades antes los dislates populistas, la intolerancia febril, las debilidades marxistoides, y la irreverencia contumaz del Presidente.
 

Uno y otro hecho pueden haber revelado a los militares el alto costo que les significa su exposición pública en demasía y que, dado el caso, podrían pagar caro en un futuro por culpa del mismo Presidente. Fue él quien los empujó, deliberadamente, hacia el activismo político. Tales circunstancias: el Plan Bolívar y el incidente de las "pantaletas", a fin de cuentas, han de haber provocado una seria fisura entre miembros del mundo militar y su Comandante en Jefe. Lo cual, a la manera de una hipótesis seria, no puede descartarse.
 

Éste, a su vez, al tanto de la incomodidad en los cuadros castrenses y en un movimiento rápido cuanto temerario de manos, sustituyó al Ministro de la Defensa –un General activo del Ejército- y designó para tal cargo a un civil, José Vicente Rangel, hasta hace poco Canciller de la República. Logra así resolver Chávez, precisamente, varios entuertos en la interinidad:
 

(a) La incomodidad de sostener al frente de la política exterior a un hombre de convicciones democráticas reconocidas, como Rangel; quien en cierto modo mitigaba, con su fuerte presencia personal, la conducta extraviada y diplomáticamente inmadura del Comandante Presidente, deseoso de jugar un rol protagónico mundial y servir de eje de encuentro de todos los sectores insatisfechos del orbe – guerrilleros y ex guerrilleros, marxistas, nacionalistas, tercermundistas, etc.- que protestan contra Estados Unidos y su política mundializadora de corte unipolar.
 

(b) Bajar el tono de la polémica pública sobre corrupción en la esfera militar, alimentada por el diario encuentro y cotejo del antiguo ministro <<uniformado>> con los medios de comunicación social.
 

(c) Impedir, consecutivamente, que los oficiales "incómodos" con el Presidente pudiesen dejarse influir por el discurso rupturista –casi golpista- de algunos dirigentes y actores de la añeja democracia "puntofijista", al sugerir la ilusión de una suerte de regreso de los militares a sus cuarteles y el sometimiento de éstos al control del poder civil y "democrático" de José Vicente Rangel. Fue ésta, al menos, la impresión mediática inicial en el colectivo.
 

Ahora bien, más allá de la utilidad de corto plazo o de las imágenes virtuales transmitidas por el rápido movimiento de Chávez sobre el ajedrez político militar, lo evidente es que ha existido y existe un "ruido de sables" -mayor o menor, no lo sabemos – en el seno de las distintas ramas de la milicia. Para colmo, el nombramiento de Rangel provocó su agudización.
 

De allí que, Chávez, a renglón seguido y presuroso, hubiese anunciado, horas después del nombramiento de Rangel, que sería el Inspector General de las FFAA – un General de División de la "rama" aérea de la Fuerza Armada y comentado adherente al régimen "puntofijista"(¿?): Amaya Chacón – el responsable bajo sus instrucciones directas de conducir todas las operaciones militares.

 

Mas, bueno es advertir que, habiendo pasado a retiro – por años de servicio que cumplió el reciente 5 de julio – el citado General, luego de una muy breve y simbólica gestión, fue sustituído en lo inmediato por el General de División del Ejército Lucas Rincón, antiguo Jefe de la Casa Militar e instructor castrense del hoy Presidente de la República.
 

La incorporación de Rincón a tan delicada responsabilidad, la aderezó Chávez ascendiéndolo a General en Jefe: rango éste que únicamente alcanzaron los Presidentes Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras, durante la primera mitad del siglo XX, y que sólo puede otorgarse por actos de heroicidad y en tiempos de conflicto.

 

¿ Trátase, entonces, en esta última circunstancia, de un ascenso militar imprevisto, que nace de la gratitud del discípulo para con su maestro o que expresa, antes bien, un gesto de debilidad en el propio Chávez; atenazado y atemorizado como se encuentra por las circunstancias reseñadas y por su actual agravamiento, a raiz del efecto que sobre su gobierno y su credibilidad ejerce hoy el último y más enojoso asunto de la política doméstica: el Caso Montesinos ?
 

Así pues, al comprender Chávez que quizá no tiene vuelta posible hacia el pasado, marcha adelante nervioso, presuroso y atropellando, forzado por las eventualidades, mas quedando al descubierto en sus móviles e ilusiones originales, y en su vocación ineluctable hacia la solución autoritaria: con él o sin él.
 

Acelera, por ende, la realización de su vieja y acariciada idea de monopolizar y concentrar el mando militar y de afirmar su proyecto personal de poder, en el plano de la gerencia pública, sobre bases fundamentalmente castrenses más no "desideologizadas"; de allí el intento que le anima para "reconvertir" con urgencia a la Fuerza Armada, y la razón de otro nombramiento aún más militante: el del General "bolivariano" Cruz Weffer, como Comandante del Ejército.

 

Chávez, vale recordarlo, nunca dejó de ser un soldado, ni en lo cultural ni en lo profesional. Tanto que, lo que más le afecta es esa minusvalía que lleva en su interior y conforme a su juicio, por la pérdida de la divisa militar que le fuera impuesta por el Presidente Rafael Caldera como condición para acordarle el sobreseimiento del juicio militar que le mantuvo en la cárcel. Allí reside, en el fondo, su desafiante e indebido uso de la divisa militar de Teniente Coronel, durante el desempeño de sus tareas presidenciales en la actualidad.
 

En suma, Chávez aspira ejercer en plenitud su condición material y ya no sólo nominal de Comandante en Jefe de la Fuerza Armada, afirmada en una suerte de unidad piramidal compuesta de meros elementos orgánicos o funcionales y en la que pierden sus respectivas cuotas de poder hegemónico los antiguos Comandantes Generales del Ejército, de la Aviación, de la Marina y de la Guardia Nacional. Es ésta, quiérase o no, una vuelta al modelo que rigió durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, hasta 1958, cuando la Junta Militar presidida por el Almirante Larrazabal desmantela el Estado Mayor General y elimina la Escuela Básica, de cara al proceso democrático que se avecinaba.
 

a) Hacia las milicias revolucionarias ¿?

En todo caso, en el inter regno, para evitar los riesgos de desestabilización, Chávez, en su estilo provocativo, afirma (¿dirigiéndose a los militares de viejo cuño?) que llamará a un millón de reservistas (¿milicia "paralela" o sustitutiva del Ejército?) a fin de incorporarlos a las faenas del Plan Bolívar 2000 (El Nacional, 1-4-01, Primera página). Y la iniciativa la ha concretado con inédita efectividad, al activar en fecha cercana los primeros pelotones de ¿milicianos revolucionarios?, que se sobreponen en su actividad a las tropas regulares y en servicio activo.
 

No introduce Chávez cambios manifiestos y radicales, eso sí, en los Comandos de Guarnición, señalados, algunos de ellos, del manejo presunto e indebido de los dineros públicos asignados al Plan de referencia. La razón, de ser ello así, huelga: Dada la capitis diminutio de los Generales o Oficiales Superiores -sujetos a las investigaciones de corrupción en curso- y quienes detentan la capacidad de movilización en la eventual ejecución de un golpe de Estado, no tienen otra opción que responder sumisos y pacíficos a la autoridad del Jefe del Estado; hasta tanto se encuentren, sea protegidos por el transcurso inexorable del tiempo, sea removidos por la misma dinámica de los relevos y ascensos militares.
 

Pero, la marcha de los acontecimientos reseñados no se detiene aquí.
 

Luego de la designación de Rangel tuvo lugar el "asalto", por parte de la Casa Militar del Presidente y de su Guardia de Honor, de las antiguas oficinas del Ministro de la Defensa (Fuerte Tiuna) y que Chávez utilizaría, a tenor de su propia declaración, en su condición de Comandante en Jefe de la Fuerza Armada (El Nacional, 5-3-01, Primera página). Y, si el hecho, ciertamente, tiene su origen en el conflicto por la presencia física de Rangel en los espacios de Fuerte Tiuna, lo importante de observar es que la decisión de Chávez escinde, simbólicamente, la condición duplice pero interdependiente del Presidente: Jefe de Estado y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Minimiza, de un modo virtual, el emblema del poder civil presidencial, que reside de una manera unitaria y permanente en el Palacio de Miraflores. En todo caso, dados los imprevistos, el General en Jefe Lucas Rincón es quien ocupa y ejerce su mando desde la emblemática sede ministerial de Fuerte Tiuna.
 

A su turno, Rangel es enviado a despachar como Ministro desde el Aeropuerto de La Carlota, sede de la Comandancia General de la Aviación y en la que concentra para sí y por instrucciones de Chávez la administración patrimonial total de los dineros de las Fuerzas, hasta ahora diversificados en su gestión bajo el cuidado directo de cada uno de los Comandantes Generales. Y éstos, a su vez, reciben la instrucción presidencial de abandonar sus sedes propias y preparar la mudanza de sus pertrechos hacia la sede del Ejército, en Fuerte Tiuna, aledaña a la que estrenaría el Comandante en Jefe.
 

b) La tesis chavista de la seguridad nacional
 

Por otra parte, Chávez encarga la redacción de un Proyecto de Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, que sujetaría en calidad de sirviente normativo a la tradicional Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas Nacionales, a una comisión designada por el mismo y conducida por un Almirante de su confianza (Secretario del CODENA). Esta última Ley, en lo particular, vendría a reforzar, es verdad, la visión constitucional que de una Fuerza Armada unitaria promovió Hugo Chávez durante los debates constituyentes, aún en contra de la opinión de calificados miembros de la Asamblea, de los integrantes del Alto Mando Militar y de los especialistas del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional.

 

Empero, la Ley Orgánica en proyecto, bueno es advertirlo, extráñamente ha sido escrita con la mayor reserva, dentro de un ámbito cerrado de las FFAA., y por hombres de estrecha confianza del Jefe del Estado. Y, a pesar de que la materia es de alta sensibilidad para el país y que, en el plano de lo formal, debería involucrar a todos los sectores civiles -vista la previsión constitucional de que la Defensa y la Seguridad de la Nación han de sostenerse sobre el principio de la "corresponsabilidad" entre el Estado y la sociedad- no la conocen siquiera en su mayoría los integrantes del cuerpo de Generales y Almirantes.
 

El proyecto de Ley de Defensa, en todo caso, parecería estar animado por el mismo esquema – inicialmente sugerido por la frustrada Ley del Sistema Nacional de Inteligencia- de integración social horizontal bajo la égida del Estado, de control piramidal y polivalente de todas las fuentes de información y en todas las áreas de la vida venezolana, pero proponiendo el traspaso in totus de dicho poder de inteligencia a manos exclusivas de la Fuerza Armada y controlado por el mismo Chávez – o por su novísimo General en Jefe (¿?) – en su "atípica" calidad, como antes se dijo, de Comandante Militar Supremo en funciones.
 

No se entenderían los riesgos de la propuesta en curso, ciertamente, de no repararse en algunas circunstancias que se suman a las señaladas: El Consejo de Defensa de la Nación -premonido de una función totalizadora en cuanto a la política interior y exterior de la República- quedaría en manos, prácticamente, de un Consejero de Seguridad Nacional designado por el Presidente, quien a su vez tendría funciones <<ejecutivas>> en el control igualmente totalizante de la inteligencia de Estado; en el manejo del sistema nacional de defensa civil; y en la ordenación tanto de la movilización nacional como del control de los comités de movilización en los casos en que haya sido decretado el régimen o estado de excepción. Y todo ello desbordaría, por una parte, el neto carácter consultivo que la Constitución le asigna al Consejo de Defensa de la Nación y su sujeción a un número clausus y calificado de miembros; y, por otra parte, aseguraría el monopolio excluyente del tema de la seguridad nacional por parte de la Fuerza Armada, al determinarse que las sanciones por el incumplimiento de la ley corresponderían a la Cartera de Defensa.
 

No bastando lo anterior, la proyectada legislación chavista aborda sin cortapisas y como parte de la seguridad nacional, la regulación de principios y valores que se relacionan de manera directa con la persona humana y su destino: "El Estado –dice el proyecto- fomenta la protección de la familia…, a través de políticas que garanticen el derecho a la vida.. en armonía con los intereses ciudadanos"; "el Estado se reserva el derecho de supervisión y control a toda actividad científica destinada a realizar investigaciones con el material genético de los seres humanos".

 

Los comentarios huelgan.
 

Después de Quebec

A su regreso de la Cumbre de las Américas Hugo Chávez quedó persuadido de que no tiene otra opción que radicalizar y hacer evidentes sus reales y hasta ahora encubiertas pretensiones autoritarias.
 

Con el anuncio de que reflotará al antiguo MBR-200, núcleo inicial de su acción como golpista, hipotecado con su originaria y dominante visión redentora, militarista, neocomunista y tutelar del país, es evidente que no busca otra cosa que resolver, al menos en teoría, la contradicción que en <<doble banda>> le obligó a ser bastante cauteloso hasta el presente: es decir, la imposible convivencia de las FF.AA. venezolanas, formadas dentro de la cultura democrática tradicional, con los líderes y miembros del espectro marxista y revolucionario que se solidarizó con el jefe de la asonada del 4 de febrero de 1992. Y no se olvide que Chávez, en hipótesis, mal podría cohesionar esa estructura militar existente [nacionalista, preconvencional, bolivariana, pero acusadamente antimarxista] con la idea de su alianza política estable –más allá de los devaneos diplomáticos- dentro del triángulo La Habana-Trípoli-Bagdad y con los movimientos guerrilleros y de liberación que todavía operan en América Latina.

 

Pero es ésta, a fin de cuentas, la carta que se propone jugar dentro del único contexto en que concibe a la acción política: o afirma de manera estructural su poder personal y a continuación político, mediante el régimen de excepción hacia el que avanza presuroso, o sobrevendrá una eventual ruptura o inflexión constitucional, que le eyectaría del poder o le haría su fatal presidiario. Esto último, o sea, la posibilidad de un corte constitucional militar y sin Chávez, sobrevendría de constatarse inviable la comentada reconversión del estamento castrense y el intento de su ensamblaje dentro del esquema militar-revolucionario; y ello sería así, justamente, de insistir Chávez en su objetivo original. ¿ Acaso podrá hacerlo, perturbados como se encuentran sus planes y de un modo quiza provisorio por el recientísimo Affaire Montesinos y la preeminencia que, incidentalmente, toman las Fuerzas Armadas: únicos garantes de su estabilidad real como Presidente ?

 

a) El MVR: un aliado muy incómodo
 

Es de señalar, con vistas a lo anterior, que en el plano de la organización política de la sociedad media una circunstancia de peso que, mal puede obviar sin más el Comandante Chávez y para cuyo reparo no le bastará su decreto de resurrección del MBR-200: El partido oficial actuante, el MVR de Luis Miquilena y de José Vicente Rangel, quiérase o no ha sido algo más que la fachada electoral y democrática "victoriosa" del exgolpista; antes bien, recogió en su seno la amplia masa popular, plural y democrática que le dio soporte en el pasado (1959-1999) a los Partidos Acción Democrática y Copei. Y, si bien el MVR no lo conducen líderes conversos de estas dos últimas organizaciones, si tiene a su cabeza a dirigentes de la izquierda democrática -o "democratizada" por la misma democracia "puntojista"-. No es el MVR, por lo mismo, una estructura política y de conducción popular de carácter "impermeable", sin perjuicio de sus arrojos sectarios y de su inocultable deseo de constituirse (más por razones clientelares que ideológicas) en el partido único de Venezuela.
 

Así las cosas, medido el escenario de los propósitos y resuelto por Chávez –si es que lo logra en la definitiva- el tantas veces mencionado condicionante militar, es manifiesto que la presencia preponderante del MVR en el Gobierno, contando con las características que le adornan, tendría que llegar a su término. Él representa algo más que una rémora u obstáculo en la marcha de ese proceso político que, supuestamente, estaría conduciendo Chávez para la implantación de una dictadura.
 

b) Las camisas pardas bolivarianas

El MBR-200, por obra de la lógica autoritaria comunista, pasaría a ser no otra cosa que una suerte de "aparato" de control ciudadano, manejado bajo paradigmas preconvencionales –que no convencionales o consensuales, como ocurre en la democracia- y que mejor responden a la cultura y a la personalidad reseñadas de su mentor: La relación de mando-obediencia se transformaría, obviamente, en la pauta de adhesión a la moral revolucionaria.
 

Las declaraciones de William Lara, Presidente de la Asamblea Nacional, dichas luego del anuncio de Chávez, son más que reveladoras al respecto: "En el nuevo MBR-200 no tienen cabida los traidores".
 

Las declaraciones subsiguientes del Comandante Jesús Urdaneta Hernández, fundador del MBR-200 y hoy separado de Chávez Frías, dadas en respuesta al anuncio de la reflotación del movimiento golpista, una vez evaluadas en su contexto y minimizadas sus exageraciones confirman la hipótesis de marras: "[Chávez] pretende obtener oxígeno para lograr unos objetivos que nadie los conoce…..»; el utilizaría eso [el MBR-200] como una fachada para ir armando a grupos que traten de defenderlo….La intención es armar a la gente"; "Chávez tiene el plan perverso de seguir generando anarquía para que (sic), en algún momento determinado, irse a la aventura de un golpe, generar una guerra civil" (El Universal, 7-5-01, p.1-4).
 

Todavía más, las últimas declaraciones del Presidente, seguidas en veinticuatro horas a un artículo de opinión escrito por su hermano mayor y secretario privado(Adán Chávez) y que en cierto modo desdicen –las de Chávez, el Presidente- aquellas otras de Lara cuando afirma que el MBR-200 reuniría a todos los movimientos, sectores y actores que han acompañado al líder de la revolución, no dejan margen para las dudas. Se preguntó el Secretario Chávez, en comentario crítico directo a la reunión hemisférica de Quebec, lo siguiente: ¿No forma parte Cuba de "todos los países de Las Américas? ¿Dónde queda el principio fundamental y universal de la autodeterminación de los pueblos? (El Universal, 6-5-01, p.2-10). El Presidente fue más directo: "El nuevo MBR-200 no será una agrupación de partidos, servirá para coordinar al pueblo organizado, defender la revolución bolivariana y vigorizar el proceso de cambios" (El Nacional, 7-5-01, Primera página).
 

c) Coincidencias nada casuales
 

Hugo Chávez, Presidente de Venezuela, Comandante en Jefe de la Fuerza Armada y líder de revolución bolivariana, en el tránsito de las circunstancias anotadas y aderezándolas, declaró sin ambages que "la guerrilla colombiana no es enemiga para nosotros…" (El Universal, 2-5-01, pp.políticas). No reparó, al afirmar esto, en los militares venezolanos muertos a manos de los movimientos revolucionarios del país vecino, en especial los de Cararabo y, menos todavía en los muchos secuestrados de la frontera, miembros o hijos de la clase ganadera o empresarial que hoy le cuestiona. ¿ Acaso se trató de una manifestación de llana simpatía hacia los rebeldes del vecino país o bien de una oblicua y deliberada agresión por parte de Chávez hacia los sectores tradicionales de las Fuerzas Armadas, cuya reconversión se ha propuesto ?
 

Desde El Salvador, por lo demás, llega la noticia de que la misión civico-militar enviada por el Presidente para socorrer al pueblo de esta nación centroamericana en su acaecido desastre natural, hubo de regresar por requerimiento de las autoridades de dicho país (El Nacional, 2-5-01, p.A-2). La medida gubernamental salvadoreña fue protestada, casual y enérgicamente, por el Comandante del otrora movimiento guerrillero y en la actualidad partido político FMLN (Frente "Farabundo Martí" de Liberación Nacional). Los comentarios al respecto no son indispensables.
 

Post Scriptum
 

El 9 de mayo de 2001, Hugo Chávez anunció la posible expulsión del Gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), partido de centro izquierda democrática que alcanzó traspasar los muros desde la IV hasta la V República. Advirtió, en todo caso, que la decisión le correspondería a un inédito "Comando Político de la Revolución". Pero nadie sabe, a ciencia cierta, qué es o qué será o quiénes integran o integrarán este Comando revolucionario en cierne: ni siquiera los dirigentes del MVR y tampoco los del reestrenado MBR-200 (Movimiento Revolucionario Bolivariano 200).
 

Tres días después, acicateado por su traspiés quebequense y siguiendo la ruta iniciada cuatro días antes por su mentor político, Fidel Castro, hacia Irán, Malasia y Argelia, naciones simpatizantes de la Revolución Cubana (El Nacional, 13-5-01), el Presidente venezolano hizo otro tanto vía Rusia para continuar hacia Irán, India, China, Malasia e Indonesia. Y desde Moscú, su primera escala, asumió sin ambages ser "la llave estratégica de Rusia en América Latina" (El Nacional, 15 y 16-5-01). Con su Gobierno firmó un Acuerdo de Cooperación Técnico-Militar y proclamó una alianza estratégica para enfrentar a la unipolaridad americana, para coincidir seguidamente en la necesidad de transitar "caminos conjuntos de diálogo y cooperación" con la isla caribeña. Allí declaró, junto a Putín, que "cree en la democracia pero no en las formas de democracia que nos imponen".
 

Posteriormente, en Irán, luego de ratificar su igual alianza y coincidencias estratégicas con el régimen shiíta, el Gobierno anfitrión le hizo saber al ilustre visitante venezolano que bien podría beneficiarse de la experiencia militar iraní (El Nacional, 22-5-01).
 

Hugo Chávez Frías, Comandante y Presidente deVenezuela, solitario en el Occidente luego de Quebec ha dicho desde el Oriente y en este su último periplo internacional: "soy el segundo Castro latinoamericano".
 

Los conclusiones caen por su propio peso y muestran con crudeza el rostro, hasta ahora oculto, de la revolución bolivariana.
 

II
 

 

MITOS, REALIDADES Y DESAFIOS DE LA OPOSICION
 

 

"En este acto están honrando la memoria de los caídos, …[p]ero también …señalando a los enemigos del proceso revolucionario que hacen causa común con ese excremento humano en que se ha convertido la oposición en Venezuela" (Luis Miquilena, Ministro del Interior y de Justicia, en el acto de respaldo al MBR-200 por el Partido Comunista, El Universal, 10-6-2001)
 

"Desde el comienzo del actual régimen, muchos analistas, y también gente …sin mucho éxito intenta trazar directrices a la todavía insustancial oposición…" (Ibsen Martínez, El Nacional, 2-6-20)
 

La agonía de los partidos
 

Dos circunstancias, una exógena –la crisis general del Estado de Bienestar en Occidente- y otra de origen interno –la visión regresiva que de la vida política tiene el Comandante Hugo Chávez Frías, hoy Presidente de la República-, han contribuido a la

cesación del cometido orgánico, integrador y dinamizador de la actividad democrática que tuvieron a su cargo, hasta el pasado reciente, los partidos políticos en Venezuela. Por ello toman cuerpo las ideas, no siempre exactas, de que no existe una fuerza de oposición y menos una capaz de subvertir el curso de la tentación autoritaria que ha hecho presa del proceso político nacional o que, por falta de ella, la democracia amenaza con sucumbir.
 

"La oposición –como acertadamente lo dice Carlos Blanco- es una categoría de la democracia" (El Universal, 20-5-01). Chávez, a su vez, en arrojo de profundo desprecio para con ella la ha calificado de "escuálida" (Cf. El Nacional, 4-6-01); no percatándose, por cierto, que el mote de "escuálido" puede encenderse – en memoria del antaño "chiripero" calderista – como símbolo movilizador y unificador de las fuerzas fragmentarias que adversan a su régimen.
 

Lo cierto, sin embargo, es que "estas sociedades –como la nuestra- sin partidos, no hayan como articularse frente a las insuficiencias o atropellos del Estado", según la atinada opinión de Andrés Stambouli ("La democracia en Iberoamérica", Seminario realizado en Caracas por la Fundación Popular Iberoamericana, del 7-8 de junio de 2001). Mas, no se podría decir que el advenimiento de la llamada V República y la entronización de Chávez Frías en Miraflores sean la causa inmediata del señalado declinar en el prestigio o en el grado de representatividad de tales organizaciones partidarias en el país; que, a pesar de la severa crisis existencial que acusan, no han encontrado sustituto alternativo eficaz dentro del modelo liberal de democracia representativa, así como rige en la casi totalidad del ámbito hemisférico.
 

El Estado de Bienestar y, en términos precisos, el Estado, como expresión política moderna de la organización social, ha hecho aguas en Occidente luego del caída del Telón de Acero y una vez afirmado, por obra de la revolución tecnotrónica y de la Inteligencia Artificial, el fenómeno de la mundialización. El cuestionamiento de todas las fórmulas de colectivismo, castigadas sin discriminación a raíz del agotamiento de la experiencia Comunista, y la consiguiente revisión de las tareas asignadas al Estado en sus relaciones ordenadoras de la convivencia -bajo la premisa de que su presencia dominante y envolvente ha corrompido y limitado los espacios de la libertad- mal no podía haber incidido, de igual manera, sobre sus correas de transmisión clásicas: los partidos políticos, el parlamento, las fuerzas armadas, etc.
 

La suma de estos elementos a la realidad interna nacional y a la paulatina incapacidad de nuestro Estado para responder, ora al universo de actividades que asumió como Estado de Intervención, ora a las demandas exponenciales de un colectivo que ha fraguado en las ideas del tutelaje público y del reparto de las "utilidades" a las que tendría derecho por su sola condición de accionista de la empresa llamada Venezuela, explican bien el sentido doméstico de las afirmaciones precedentes.
 

La anomia, la desarticulación social sobrevenida una vez pierde su sentido la idea de la ciudadanía: que es propia de las relaciones cotidianas entre el Estado y la sociedad civil, asimismo explica y predica el "porqué" o los muchos "porqués" de la emergencia de ese cuadro tan impredecible que promete la llamada República Bolivariana. El renacimiento del caudillo o del "gendarme mas fatal que necesario" -léase Hugo Chávez Frías -; el crecimiento de la autotutela social –léanse "ajustes de cuentas criminales" o linchamientos populares- por obra de la violencia que anida en toda comunidad sin vínculos y huérfana de toda expresión solidaria; y, en fin, la falta de instituciones regulares para el juego democrático –léanse instituciones de Gobierno que aseguren la gobernabilidad y, sobre todo, instituciones de oposición que aseguren la alternabilidad y contribuyan a la corrección regular del rumbo de la vida pública-, no son, así y ahora, un producto del mero azar venezolano en los tiempos que corren.
 

"La propia parte de la sociedad que …reclama por la ausencia de oposición –agregaba oportunamente Stambouli en el Seminario supra mencionado- se encargó de desbaratarla, al desbaratar a los partidos, por cierto con una buena dosis de ayuda de los partidos mismos…" (Loc.cit.)
 

Entre el rencor y la redistribución
 

El proceso constituyente que tuvo lugar en Venezuela y su resultado inmediato, la Constitución de 1999, respondían a un imperativo de difícil cuestionamiento y de sobrada legitimidad; si obviamos, es verdad, el uso clientelar y la manipulación simbólica que ha hecho y que aún hace de los mismos su promotor fundamental: Hugo Chávez Frías.
 

Desde mucho tiempo antes de su ascenso al poder era palpable la necesidad de una reconstitución de los lazos sociales dentro del país; pues, sin mirarse en su propio espejo como colectivo, castigado por el frenazo de la redistribución y de la coetánea pérdida de su movilidad social, el pueblo llano le venía haciendo cuna al rencor y a la frustración. Y la atribuyó, sin más y en su origen, a la corrupción de sus líderes políticos y de las instituciones democráticas [partidos políticos y parlamento, esencialmente] conducidas por éstos. La advertencia oportunamente hecha por Rafael Caldera acerca del imperativo de una Reforma Constitucional, bueno es recordarlo, no fue captada ni atendida en toda su gravedad por los partidos dominantes en el penúltimo y último Congreso de la IV República.
 

Lo dicho, sin embargo, no mengua la vigencia de dos circunstancias que, en el mediano plazo, conspiran – así lo creemos- contra la viabilidad del modelo de reconstrucción planteado por la V República y su movimiento constituyente; y esto es esencial tenerlo presente, con vistas al diseño de una eventual estrategia de oposición crítica, viable y, en lo especial, "responsable".
 

Una, es la reedición y profundización que el nuevo Texto Fundamental hace del modelo centralista y tutelar de Estado de Bienestar que, justamente, fue el que dio al traste con la representatividad del mismo Estado "puntofijista" que ahora se busca y propone desmontar y sustituir.
 

Otra, es la imposibilidad de sostener, dentro de un cuadro relativo de libertades públicas y sin apelación al uso de la fuerza, el esquema de caudillismo confrontacional y personalista que alimenta la figura del Comandante Presidente: Al declararse líder de una revolución que deliberada y conscientemente fractura, divide y toma venganza y satisfacción por las supuestas injusticias que han tenido y tienen lugar en casa propia y que serían la obra nefasta de los "otros", incluidos los desertores de su entorno, Chávez mal podrá encarnar el rol estable de un pater familiae; tal y como lo concibe desde tiempos inmemoriales la sociología nacional y la latinoamericana, de honda raíz colectivista e indígena y que valida, a pesar de sus oscuras reminiscencias psicológicas, las solidaridades automáticas dentro del grupo.
 

No debemos olvidar, en efecto, que esa herencia natural del caudillaje, remontada hasta el Cacique en su relación con la tribu, fue sembrada sobre "agrupaciones ancestral y subconcientemente enemigas de [la] sujeción social, a no ser la impuesta al rebaño por las determinantes del miedo y del medro radicalmente vegetativo" (Vid. Gabriel Espinoza, La Conquista, Tipografía La Nación, Caracas, 1940, p. 153).
 

La opinión reciente y preocupada del sacerdote jesuita Pedro Trigo, con décadas de trabajo en las parroquias populares ilustra, por su parte, los riesgos del estilo presidencial señalado: "…el Presidente insiste en la división del país, y su lenguaje es fuertemente adversativo… [no plantea el debate dialécticamente, lo está planteando antitéticamente] … [E]n Venezuela no está habiendo fraternidad y …la popularidad de Chávez tiene que ver con unos y no con otros porque unos …venezolanos consideran que los otros no forman parte del colectivo de nosotros los venezolanos" (Cf. Siete Días, El Nacional, 27-5-01).
 

Cabe, sin embargo, una aclaratoria o precisión a lo ya dicho. La adhesión popular venezolana al modelo tutelar redistributivo y a la lógica escapista de la venganza sobre " los otros", a manos "de otros" que no de las propias y por las propias desgracias, hacen parte de las corrientes profundas que todavía animan la selección política en Venezuela y sus simpatías por el caudillo de turno. Trátase de una suerte de atavismo social, de emulación instintiva de aquella vieja práctica indígena que asignaba al Cacique una misión redentora pero precaria; y quien, careciendo de carácter regio o vitalicio y a pesar su preeminencia reconocida, era sustituido al "caer" en combate (léase hoy "al no cumplir") sin reconocérsele derecho a darle su nombre a la circunscripción que mandaba ni a su ejército: "representaba un grado militar" (Aguilera, op.cit., p.44) y nada más.
 

De modo que, la inviabilidad del modelo caudillista "bolivariano" en cuestión, no se hará evidente hasta tanto el caudal de los ingresos petroleros sea capaz de financiar la vigencia de esas ilusiones cohesionadoras o de esos mitos referenciales que hacen parte de la muy débil socialidad "comunitaria" doméstica. No se olvide, en efecto, el dato inexorable de la historia patria colonial, que potencialmente perturba por igual y en la actualidad a V República y a quienes obran por su pronta disolución:
 

"No tienen estos indios – dice Pedro Manuel Arcaya refiriéndose a los existentes en la Provincia y en sus dilatados llanos- pueblo alguno, sino es Rancherías y Aduares, y estos de poca gente …y así se recelan juntarse los unos con los otros aunque sean de la propia nación" (Cf. del autor cit., Historia del Estado Falcón, 1920).

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