Falsas alarmas, problema verdadero (13 al 20 de mayo 2005)

Durante una mañana nevada de Des Moines, capital del estado de Ohio (EE.UU.) un patrullero recibió el llamado de la central “a todas las unidades” para atender lo que fue descrito como la posible intrusión en una vivienda ubicada en las afueras de la ciudad.
El agente se comunicó con la estación para indicar que él estaba relativamente cerca del lugar señalado. Encendió la coctelera y aceleró su Ford Taurus 8 cilindros. El vehículo se abrió paso sobre los caminos cubiertos de nieve a una velocidad cercana a los 100 kilómetros por hora, derrapando en las curvas y poniendo en peligro la vida del piloto y del copiloto. En una situación de emergencia, una fracción de segundo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, un robo o la captura de unos delincuentes.
4 minutos tardó la patrulla en llegar al inmueble. Otras unidades llegaron casi simultáneamente. La nieve que cubría el terreno donde estaba la construcción indicaba que nadie había salido o entrado durante las últimas horas. De todas formas, fue necesario verificar que nada ocurriese adentro de la casa.
Luego de una revisión en todas las salas y habitaciones, el patrullero concluyó que las ventiscas de los últimos días lograron abrir la puerta principal de la casa, mal asegurada por los propietarios cuando salieron de ella algunos días atrás.
Antes de salir, el patrullero verificó que el sistema de alarma y los sensores operaban adecuadamente. Cerró la casa y dejó adherida a la puerta una notificación de falsa alarma. Esto obligaría a los dueños del inmueble a pagar una multa en la central de policía.
Esta historia ocurrió en febrero de 1998, en presencia de quien escribe estas líneas. Pero a juzgar por las estadísticas se ha repetido antes y después de esa fecha, con una frecuencia creciente en todos los lugares del planeta.
Las falsas alarmas son un verdadero problema para todas las organizaciones encargadas de atender emergencias. Un reporte emitido por la Asociación Nacional para Protección contra Incendios de Estados Unidos indica que de las 22,4 millones de llamadas atendidas por los bomberos de ese país durante 2003, 2,2 millones fueron el producto de falsas alarmas.
Esta estadística no toma en cuenta las alarmas generadas por intrusiones en viviendas u oficinas ni por cualquier otro acto delictivo. La ausencia de una estadística consolidada dificulta el análisis de la situación. Cada institución lleva sus propios números. Por ejemplo, en La Plata (Maryland) el Departamento de Servicios de Emergencia indicó que en 2004 fueron atendidas 21 falsas alarmas todos los días en promedio. En Los Angeles, indica la Asociación de Seguridad del Sur de California, el 92 % de las movilizaciones policiales obedece a falsas alarmas.
Aunque las cifras varían de acuerdo con la tecnología que se utilice y los procedimientos vigentes en cada localidad. Tanto en Inglaterra como en Canadá y en Caracas (Venezuela) 3 de cada 10 movilizaciones de servicios de atención a emergencias son el producto de falsas alarmas.
Como es de esperarse, esta situación drena los recursos públicos. La exdirectora de Seguridad Pública de la Universidad de San Diego y consultora Rana Sampson calculó que en 1998 las falsas alarmas costaron a las instituciones gubernamentales estadounidenses 1,5 millardos de dólares, tomando en cuenta solamente el tiempo que usa un efectivo de seguridad en ir al lugar donde se generó la señal y constatar la inexistencia de una emergencia. La autora concluyó que al atacar este problema el Estado en sus diferentes niveles liberaría de un trabajo improductivo a 35 mil personas.
El avance de las tecnologías de comunicaciones durante los últimos 15 años ha tenido como consecuencia que más personas puedan acceder a los servicios de alarmas. Pero ya los viejos sistemas, que solamente emitían señales audibles y visuales en el propio lugar donde estaban instaladas, han sido complementados y mejorados por otros que incluyen el monitoreo a distancia.
Si una alarma se activa y envía una señal directamente a las estaciones de bomberos o de policía, será muy difícil verificar si ello obedece a una emergencia real. Es por eso que las alarmas deben ser supervisadas por servicios privados, que en cierta forma “filtran” las señales y descartan aquellas originadas por el mal uso de los equipos, por desperfectos o por la hipersensibilidad con la que a veces están instalados. Algunos sistemas utilizan vías de comunicación duales (teléfono y radio, por ejemplo) para refinar la confiabilidad.
De todas formas, el proceso de verificación desde la central de monitoreo tiene sus límites. Los excesos en esta fase pueden ocasionar daños terribles en la instalación donde se originó la alarma, si esta obedece a una situación real. De manera que por ahora solamente queda incrementar en lo posible el entrenamiento a los usuarios para reducir al mínimo las fuentes de error derivadas de la impericia, la negligencia y la inobservancia de las normas. Una labor en la que los proveedores del servicio de monitoreo deben poner el mayor empeño. En ello les va su prestigio.
Las autoridades, por su parte, no pueden bajar la guardia ni siquiera con los usuarios de estos servicios. En Canadá, por ejemplo, cada lugar donde hay un sistema de alarma está registrado en la policía y los bomberos locales. Si en 12 meses las falsas alarmas ocurren en más de 3 oportunidades, el permiso de instalación es revocado. En cada ocasión, además, el propietario debe cancelar una multa que, por lo menos, permite resarcir los gastos de la movilización.

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