En algunos paísesdonde la brutalidad policial es cosa común circula un chiste según el cual dospolicías –uno del FBI y otro local- son encomendados para capturar a la zorraque tiene azotado al gallinero. Luego demedio día el policía foráneo llega con las manos vacías. El otro, mientras tanto, llega con un cochinomedio ahorcado. Apenas toma aire, elanimal grita: “¡Soy una zorra!”.
Este cuento trae lamoraleja de que no toda confesión es necesariamente verdadera. Sin embargo, en la vida real, las confesionessuelen ser tenidas como las pruebas más contundentes, especialmente en lossistemas judiciales acusatorios donde la oralidad y la publicidad sonprincipios elementales. Elaine Cassel,columnista de Findlaw, recordó que las confesiones a menudo tornan superfluo elresto de las evidencias ventiladas durante un juicio.
Las confesiones sonbuscadas con afán por policías y fiscales, especialmente cuando creen que unapersona está involucrada en un crimen. Enprincipio, parece irracional que una persona admita haber cometido algún delitocon el que en realidad nada tiene que ver. Pero estas cosas suceden. Eldiario The Miami Herald documentó 38 investigacionesde crímenes violentos que se han ido al traste durante el juicio debido a laobtención de confesiones mediante procedimientos inadecuados.
En esto opera unalógica estricta: si una persona no dicela verdad al admitir un delito, entonces el verdadero autor y sus cómplicesprobablemente estén en la calle y continúen representando un peligro para lasociedad. Por lo tanto el daño opera endos sentidos. El primero, para la persona que confiesa de manera innecesariaalgo que no es de su responsabilidad, pero también para el resto de lacomunidad que no ha podido librarse de quienes muestran conductas antisociales.
La mayoría de losmateriales consultados depositan la responsabilidad de las falsas confesionesen los interrogadores, aunque reconocen la existencia de factores psicológicosen el interrogado que pueden incrementar el riesgo al respecto. Saul Kassin, ya referido en temas anteriores,estableció tres grandes categorías de falsas confesiones, según sean susorígenes: voluntarias, coercitiva-aceptaday coercitiva-internalizada.
Las falsas confesionesvoluntarias son aportadas por el sospechoso sin necesidad de “presiónexterna”. Pueden formar parte de unaestrategia para evitar el encausamiento de otros cómplices. La coercitiva-aceptada es emitida cuando elinterrogado se da cuenta de que es la manera más fácil y rápida de finalizarlas preguntas. Finalmente, existen casosen los que el interrogado realmente llega a creer que fue el autor de delitosque no cometió, debido al poder de convencimiento de sus interrogadores,especialmente cuando utilizan la técnica de la maximización de la evidencia.
Desmond Rowland, en suobra Law Enforcement Handbook (Manualde aplicación de la ley) aportó un ejemplo de falsa confesión voluntaria: “Arresté a un borracho que inmediatamenteconfesó un importante asalto a un banco. Bajo intenso interrogatorio, reveló que no había robado el banco; habíaconfesado sólo para incrementar su estatus entre sus compañeros deprisión. Estaba cansado de ser nadie enla jerarquía de los reclusos”.
Por lo tanto las falsasconfesiones constituyen un riesgo más grande que lo que inicialmenteparece. El problema es que no sondetectadas hasta que hay otra confesión que la contradiga o que surja evidenciapara controvertirla. En estos casos unadosis de escepticismo siempre será saludable.
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