¿Hacia otra guerra fría? (26 de febrero al 4 de marzo de 2007)

¿Hacia otra guerra fría?
La Rusia de Vladimir Putin no puede ser comparada con la Unión Soviética de Kruschev, ni mucho menos con la de Stalin. Pero en Occidente ya se está viendo con preocupación un cambio en la retórica del gobernante ruso, que parece enrumbar a Moscú hacia una nueva confrontación con Estados Unidos.
El síntoma más notorio de este cambio -que ha llevado a algunos comentaristas internacionales a hablar de una nueva ‘guerra fría’- fue el duro discurso que pronunció Putin el 10 de febrero en la Conferencia de Seguridad de Munich, un foro mundial que se realiza desde hace 43 años y al cual fue invitado por primera vez.
En solo 32 minutos, el gobernante ruso disparó contra Washington una artillería verbal que envidiarían Fidel Castro o Hugo Chávez: acusó a la administración Bush de «sobrepasar sus fronteras en todas las formas», de hacer uso «desmedido de la fuerza», de «construir nuevos muros» y de realizar «acciones unilaterales e ilegítimas», con las cuales puede alentar una carrera de armamentismo nuclear.
Fue fácil ver el asombro que produjo la andanada entre las personalidades asistentes a la conferencia cuando las cámaras de televisión que registraban la reunión enfocaron los rostros de la canciller alemana, Ángela Merkel; del representante de la Unión Europea, Javier Solana, y, sobre todo, del secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates. La Casa Blanca no tardó en manifestar su «sorpresa» y «decepción» frente al discurso de Putin, y el secretario Gates, utilizando el mismo podio de Munich, replicó al líder ruso que «una guerra fría ya fue suficiente». Pero Putin volvió a acusar a Estados Unidos tres días más tarde, en una visita a Jordania, de adelantar una inaceptable política de superpotencia unilateral.
El mundo no está, simplemente, ante una bravuconada de Moscú, sino ante un peligroso giro geopolítico, que tendrá consecuencias en muchas partes. En primer lugar, en las zonas de influencia directa rusa, como el Asia central, donde el gobierno de Putin ha tolerado hasta ahora una creciente presencia militar de Estados Unidos; en Polonia y la República Checa, donde Washington quiere emplazar sistemas de defensa antimisiles, a los que Rusia se opone, según reiteró ayer el canciller Serguei Lavrov, quien también repitió la advertencia de que su país podría retirarse del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio; y en los focos de mayor conflicto, como Irak e Irán, respecto a los cuales Putin ha ido trazando una política cada día más apartada de la estadounidense.
La decisión de reinstalar a Rusia como gran poder mundial y recuperar su influencia en regiones como Oriente Medio es subrayada por la propuesta de Putin de crear una «Opep del gas», o sea una entidad comparable a la de los productores de petróleo. No es algo que se pueda ignorar, pues la ‘envalentonada’ rusa no está desligada del resurgimiento económico que le ha inyectado su enorme riqueza en petróleo y gas.
Lo cierto es que la solidaridad que exhibieron Washington y Moscú tras los atentados del 11 de septiembre ya es cosa del pasado. Y sobra decir que la debacle de Irak o el riesgo de un bombardeo de E.U. contra Irán palidecerían ante el peligro de un conflicto entre las que siguen siendo las dos primeras potencias nucleares del mundo.
Redactor de EL TIEMPO.
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