La amenaza colombiana

Hace unosdías, en una reunión familiar, tuve el gusto de departir con gente conocida ymuy estimada de San Cristóbal, y presumiéndolos de paso por Caracas, lepregunté a uno de ellos para cuándo tenían previsto su regreso. La respuesta medejó inquietantemente sorprendido, ya que me respondió que por ahora no sabia,pues habiéndosele advertido que estaban en la lista de los»secuestrables», ellos preferían posponerlo indefinidamente. Agregómi amigo, que en la misma reunión había otras dos personas que se encontrabanen situación similar.

Como oficialen retiro hace muchos años, advierto que muchos de los conceptos que emitirécorresponde a alguien insuficientemente informado de la forma como lasautoridades correspondientes, están, como es presumible, manejando el problema.

Me preocupapensar en que muchos militares son erróneamente propensos a analizar estoshechos con el criterio que priva en la guerra convencional. Por eso lasirregularidades que caracterizan a este tipo de conflicto, los suelenconfundir.

Un generallatinoamericano, Alberto Marini, que ha escrito varias obras sobre la materiadice en su libro «Estrategia Sin Tiempo», Pág. 43, lo siguiente:»Para la lucha contra la subversión, nos encontramos con el primer granescollo que significa el problema de la mentalidad, ya que los cuadros de losejércitos regulares están preparados para la guerra clásica: con doctrinaconvencional, ortodoxa, regular, apegados a la ética, al honor y ajustados alderecho; mientras que la subversiva y revolucionaria carece de prejuicios parasu conducción, es irregular, heterodoxa, donde cualquier medio justifica elfin, con tal que se vislumbre el objetivo, o se desaliente al adversario».

Aceptar queguerrilleros extranjeros irrumpan nuestras fronteras, secuestren a ciudadanosvenezolanos, se los lleven a su país, y ofrezcan devolverlos al precio degrandes sumas como rescate, es aceptar que los bienes de esos ciudadanos a losque el Estado venezolano debe dar protección, se están usando para financiarlas actividades subversivas en el país vecino, causándole a nuestros nacionalesel daño que significa usarlos como fuente de ingresos.

Perdercantidades así, debido a un mal negocio, a una inundación, a un terremoto uotra calamidad, es desafortunado; pero eso está entre los riesgos que secorren. Pero la entrega de cantidades como las que un rescate significa, suponeun sacrificio al que sólo nos lleva el amor a la vida, y el no menos importanteamor a nuestra familia.

El convertir a los hombres en moneda de curso ilegalde la que se adueñan pistola en mano, o bajo amenaza, como único esfuerzo paraque los bienes de un ciudadano trabajador que los ha bregado honestamentedurante años, pasen a ser suyos o de su organización, es un procedimientopropio de los más osados delincuentes. ¿ Podemos verlo con indiferencia ?

La suma de loscasos ocurridos, tanto del simple secuestro, como de las incursiones agresivascontra puestos fronterizos de nuestras Fuerzas Armadas, en sus detalles yestadísticamente, merecen un análisis más profundo, tanto del Gobierno, como, ymuy especialmente, de nuestras Fuerzas Armadas. El problema no es, niexclusivamente militar, ni exclusivamente civil ( Gobierno y sus policías). Ylo es tan de ambas partes, que sólo un enfoque común tendría sentido.

El ciudadanocolombiano sufre las consecuencias de un gobierno que ante la simbiosis de lasguerrillas y el narcotráfico, se muestra débil y atiborrado por problemas, quese intensifican con la difícil política interna y sus lamentables reflejosinternacionales, que lo debilitan aún más.

El ciudadano venezolano recibe el impacto de estedesastre, que lo angustia al tener la impresión de que no aparece en elpanorama de nuestro país una actitud clara de parte de alguna autoridad, que lepermita recuperar su Fe en el futuro de su tranquilidad. Todavía se sueña conque alguien, alguna institución, o lo que seria más lógico, el País entero, ybien orientado, pueda afrontar con toda la pericia que el caso exige, una situacióntan injusta y nacionalmente vejatoria.

Luego elvenezolano sufre de un mal ajeno, que ha hallado en nuestro territorioobjetivos adecuados para una lucha en la que nosotros no tendríamos queparticipar. Nuestra condición de victimas es absolutamente gratuita. Pero elproblema está allí y nada de esto disculpa a quienes deben ocuparse del asunto.Este impone una acción, pero una acción guiada por especialistas; pues no es defácil manejo. Ella es difícil, pero no tanto como para mirarla con derrotismo.

Entre lascaracterísticas de su complejidad está la de su peculiar concepto de lasnociones del ESPACIO y del TIEMPO. Para un guerrillero, las fronteras sonsimplemente caprichosas líneas marcadas en los mapas, para separar lajurisdicción de los Estados. Pero que para ellos, directamente, no existen. SuESPACIO no tiene limites que no sean los que ellos decidan establecer, ygeneralmente por el lapso que les convenga. y el TIEMPO, tampoco tiene lasignificación que le atribuyen los que se sumergen en los criteriosconvencionales de la guerra. De allí que resulte muy difícil combatirlos cuandolas guerrillas se incrustan en áreas bajo jurisdicciones de países diferentes.

Que losguerrilleros colombianos hagan listas de secuestrables, entre los habitantes denuestras ciudades de la frontera (por ahora), y pongan en marcha con éxito latarea de secuestrarlos sin que nosotros, todavía en una situación muy superiora la de Colombia, podamos reducir al mínimo esta amenaza, puede significarmuchas cosas. Entre ellas:

q estamosesperando que el problema se agrave más,

q le estamosdando una importancia mucho menor a tiene,

q carecemos depersonas con la capacidad especializada requiere el tratamiento de estosasuntos.

Cualquiera deestas actitudes es muy preocupante.

Un problema deeste género se
agrava a cada día, pues con el dinero de que disponen losnarcotraficantes, y los «aportes» involuntarios de nuestrosconciudadanos, se tendrá siempre como comprar cómplices, que por codicia antelo ofrecido, por resultar una solución a problemas económicos apremiantes o pormiedo a las represalias de una negativa, aumentarán el caudal de colaboradores,hasta que nos parezca casi imposible neutralizarlos.

Ignorar laimportancia que el problema tiene, no puede recibir como explicación laausencia de información. Estar mal informado, con la calidad actual de losmedios de comunicación, es difícil de creer; salvo que apliquemos aquella formade desinformarse que usan los avestruces.

En el supuestonegado de que no tengamos especialistas, no es un mal definitivo. Pues, porejemplo, si nos llegara a amenazar una epidemia de un mal desconocido, o nosuficientemente conocido por nuestros médicos, el país no dudaría en traer dedonde sea, a quienes nos puedan ayudar a combatir eficientemente dicho mal, ydarle a la ciudadanía la protección a que estamos obligados, sin detenernos apensar en costos, ni otros impactos.

Pero además,si es cierto que podremos encontrar en alguna parte especialistas en el manejode este problema tan complicado, no es menos cierto que hemos tenido personascuyos nombres se recuerdan, por sus aciertos cuando tuvieron bajo suresponsabilidad graves asuntos de esta índole, y quienes estoy seguro de queprestarían su concurso para la creación de un equipo de estudio de lassoluciones.

La llamada»persecución en caliente», es un impedimento para los legalistas, quefavorece a quienes no respetan la Ley. Y los respetabilísimos Derechos Humanos,son normalmente una coraza bajo la cual se protegen, sin que el irrespeto delos mismos les debilite sus «justos» reclamos. Toca a la gentecivilizada, actuar como el luchador limpio, ante el irrespetuoso de las reglas,que se agarra de las cuerdas cuando el limpio lo amenaza con aplicarle susmismas tácticas. La lucha libre, puede ser una simple payasada, pero es lamejor parodia de la lucha contra el terrorismo.

Tal vez poreso hay poca gente animada a enfrentarla. Se le tiene tanto miedo, que éstesuele eclipsar el horror que nos debería producir pensar en lo que ocurrirá sino se le detiene o al menos se le neutraliza.

Al iniciarestas letras, confesé que ignoraba si algo se estaba haciendo. Me disculpo conellos. Son asuntos tan graves y confidenciales que quienes los manejan, notienen obligación alguna de informarme. Pero si a un enfermo se le cura sin queél lo sepa, puede agravarse. Desde mi retiro, me encantaría leer algún tipo deorientación a la población sobre el problema.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *