La calle es una selva de cemento
Un joven ha sido atrapado cometiendo un robo menor, digamos que un celular o una billetera. Es capturado y llevado a una cárcel a pasar una temporada bajo sombra. Adentro conoce el teje y maneje de la delincuencia de más grueso calibre, conoce nuevos y más avezados compinches. Aprende y ahora es parte de una banda que robará bancos y secuestrará gente a punta de metralleta, sin considerar nada más que el dinero que aspiran conseguir.
El chico ha entrado al cubil de las fieras y se ha convertido en una de ellas, pero lo peor será que más temprano que tarde estará suelto en las calles.
Razón tenía el gran Héctor Lavoe cuando dijo “La calle es una selva de cemento”. En lima eres un cazador, en este caso un delincuente o un secuestrador, o eres una presa, lamentablemente todos los ciudadanos de a pie. Y este no es un efecto único de la capital del país, la inseguridad se respira en piel viva en el Cusco, Arequipa, Huancayo, los valles cocaleros y podemos seguir recorriendo el país.
No es de extrañar entonces que América Latina sea calificada como la segunda región más peligrosa del planeta, sólo por detrás de África.
Lo lamentable de ésta situación es que son los más necesitados quienes más sufren éste flagelo, son ellos quienes toman mayor tiempo en recuperar sus bienes robados, quienes tienen tremendas dificultades para reunir el dinero requerido por los secuestradores y quienes menos amparo encuentran en nuestro enclenque y corrompido sistema judicial.
El fenómeno de la inseguridad ciudadana ha sido tan fuertemente interiorizado en nuestras vidas que ha llegado a cambiar nuestro léxico, así de un tiempo a esta parte es común escuchar frases como: estoy preocupado por dejar la casa sola, ten cuidado con tu carro, por acá roban a cada rato, mejor no vamos a la reunión porque la zona es peligrosa, estoy preocupado, mi hijo no me llama, puedes salir a mirar el auto, no salgamos demasiado tarde que es peligroso y podría seguir con muchas frases más.
Es verdad que este gobierno está realizando esfuerzos. Ha pedido facultades para realizar cambios en busca de leyes más severas y corregir los vacíos legales que favorecían a los delincuentes. Se sancionará con prontitud a los policías que estén coludidos con el delito, pero todo llega a un mismo punto: estos cambios traerán mayor población penal.
Nuestras cárceles están colapsadas por hacinamiento, además de ser inseguras. La pregunta es muy sencilla ¿a dónde irán a parar los nuevos sentenciados o apresados? A Lurigancho con sus revueltas cada tanto, a piedras gordas y su cultura del soborno y el todo-se-puede-con-dinero, a San Jorge donde ya no entra un preso más o Sarita Colonia penal en la misma situación.
Se dice que los costos para la construcción de nuevas cárceles son elevadísimos, sin embargo a la larga lo son aún más los que la sociedad pagará al tener reos especializados en crímenes de marca mayor. La naturaleza de la prisión es rehabilitar al delincuente o al ladrón, convertirlo en un individuo que no recaiga y se convierta en un ser respetuoso de las leyes; sin embargo lo que estamos logrando es enviarlos a las puertas del infierno, entregándolos con lazo y dedicatoria a la escoria de nuestra sociedad.
Los ciudadanos debemos y tenemos que exigir a los poderes públicos que actúen con mayor eficiencia para defender nuestra seguridad, y bajar las tasas de delitos que hoy nos ha restado calidad de vida.
Es notoria la capacidad del estado desde hace muchos años para enfrentar con éxito la inseguridad ciudadana, los que algo más conocemos del tema, sostenemos que la seguridad ciudadana por cierto es un problema complejo y donde no existen soluciones mágicas, como dijo Aristóteles la inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica.
La inseguridad aumenta porque las medidas que ya se han aplicado y hoy se pretenden aplicar sólo son sintomáticas y superficiales, para la coyuntura, para de alguna manera calmar el clamor de la opinión pública que ve segundo cuando no primero como el principal problema de sus vidas.
Los políticos tienen que entender que la delincuencia no se puede erradicar “la violencia es consustancial a la naturaleza humana” estamos durante gran parte de nuestras vidas en contextos violentos si vivimos en alguna ciudad de Latinoamérica.
Si realmente se quieren reducir las cifras delictivas, se deberá paralelamente trabajar los efectos y las causas. Las respuestas de la seguridad pública deben ser integrales, hay que ejecutar políticas públicas de inversión con el objetivo de incorporar a los marginales sociales, según mi opinión el principal factor para que un ser humano cruce la línea del bien a la del mal.
Finalmente, no hagamos las cosas al revés, lo propuse públicamente en el año 2001 y lo propongo ahora, hay que invertir en la construcción de por lo menos 2 penales en la ciudad y repotenciar con sistemas y equipos preventivos, para hacer más seguro las cárceles de todo el país.