La guerra justa (17 al 24 de octubre 2003)

 

Es difícil hablar dela justicia de una guerra sin caer en relativismos. El que la plantea siemprebuscará en los hechos u omisiones de su contraparte una justificación paraenviarle los ejércitos.  Los ataques del11 de septiembre de 2001 no fueron suficientes para iniciar una incursiónarmada en Afganistán.  Quizá pocosrecuerden hoy que la razón fundamental de esa confrontación bélica fue lanegativa del régimen talibán a entregar al disidente saudí Osama binLaden.  Con esa decisión, el estadoafgano cohonestó las arremetidas contra las torres del Centro Mundialde Comercio y el Pentágono, y se hizo susceptible de una retaliación por partede la nación afectada.

 

Pero si hiciéramos elesfuerzo de colocarnos en la posición del Mulá Omar quizá encontraríamos quelos sucesos del 11 de septiembre constituyen un resarcimiento ante lapermanencia de tropas en el sagrado suelo árabe, cerca de la Meca y Medina, portoda una década. 

 

Una guerra justa,decía San Agustín, ha de ser descrita como la que rectifica los equívocos,cuando una nación o estado debe ser castigado por negarse a enmendar los malesinfligidos por sus súbditos o para restablecer lo que ha tomado injustamente.  Este principio, analizado y desarrollado posteriormentepor Tomás de Aquino, ha permeado en toda la civilización occidental.  Puesto que matar es una acción reprobabledesde todo punto de vista, la decisión de hacerlo debe estar plenamentejustificada, o como señala Michael Walzer debe ser “moralmente defendible”.

 

Para ir a la guerra esnecesario haber agotado todas las fórmulas que posibilitan la resolución deconflictos en paz. En otros términos, debe ser inevitable.  Si un Estado ejecuta un ataque armado contraotro o da señas inequívocas de su inminencia, el afectado puede plantear unaguerra en respuesta.  A menudo, incluso,debe hacerlo pues de lo contrario sus gobernantes podrían ser juzgados portraición.  Las declaratorias de guerra,por lo tanto, son tradicionalmente reactivas. Por eso resulta tan difícil evaluar la justicia de las conflagracionesplanteadas en prevención a males mayores.

 

En el caso de Irak,primer ataque preventivo de este siglo, Walzer no alberga dudas:  “La guerra de EstadosUnidos es injusta. Aunque desarmar a Irak es un objetivo legítimo, moral ypolíticamente, es un objetivo que casi con toda certeza habríamos podidoconseguir con medidas que no fueran una guerra a gran escala”.

 

La guerra no sólo debeser justa en su planteamiento inicial, sino también en su desarrollo y en sufase posterior.  De lo contrario sesientan las bases para una interminable espiral bélica.  Las condiciones onerosas del Tratado deVersalles fueron esgrimidas por Hitler como un argumento para comenzar la incursiónarmada contra sus vecinos en 1939, avalado por un sólido apoyo popular.  Seis años más tarde, una vez finalizada laSegunda Guerra Mundial, los aliados enmendaron los errores de la Primeramediante un ambicioso plan de reconstrucción de las zonas afectadas.

 

La justicia en eldesarrollo de una guerra se refiere entre otras cosas a la proporcionalidad delos daños que ambas partes se infligen. La obtención del poder atómico por parte de Estados Unidos creó unenorme desbalance con respecto a sus enemigos en 1945.  El lanzamiento de la primera bomba, el 6 deagosto de ese año, fue justificado como una manera de ponerle fin cuanto antesal conflicto con Japón, aún cuando las víctimas fueron en su mayoría civilesdesarmados.  Pero el estallido de lasegunda bomba, tres días después contra la isla Nagasaki, lucía como un actoabsolutamente innecesario y desproporcionado. Por lo tanto, injusto.

 

¿Puede una guerrainjusta ser rectificada en su desarrollo? La lógica indica que no, pero como quiera que las guerras son procesos esencialmentepolíticos, siempre queda una brecha abierta. La guerra contra Hussein empezó mal. Queda en las Naciones Unidas prevenir que ese episodio se transforme enun catalizador del choque de civilizaciones.

 

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