La última ofensiva (9 al 15 de julio de 2007)

La última ofensiva
A George W. Bush se le están agotando el tiempo, y los espacios, tanto político en Washington como militar en Bagdad, se le cierran rápida e inexorablemente. Hasta los británicos, aliados incondicionales del desastre iraquí, se alejan: el nuevo primer ministro, Gordon Brown, nombró canciller a David Miliband, crítico de la guerra.
A pesar del masivo rechazo de la opinión estadounidense, Bush logró ganar dos batallas decisivas en Washington: en enero, impuso su decisión de aumentar el número de tropas en Bagdad, en contravía de las recomendaciones de la comisión bipartidista Baker-Hamilton, y lanzó el ‘Surge’, operación destinada a concretar dicha decisión; meses después, obligó a la mayoritaria oposición demócrata a mantener el flujo de fondos para la guerra.
Sin embargo, los resultados en Irak son tan preocupantes que hasta un aliado incondicional, como el senador republicano Richard Lugar, decidió retirar, hace una semana, su apoyo a Bush y a su política de aumento de tropas. Las bajas estadounidenses llegaron esta semana a 3.576 desde la invasión, en marzo del 2003, y este trimestre, con 329, ha sido el más letal desde entonces.
Nadie calcula las víctimas civiles iraquíes. Los desplazados aumentan geométricamente. Siguen siendo pan de cada día atentados como el que volvió a derruir, el 13 de junio, la mezquita chiita de Askariya, en Samarra, o el del vigilado hotel Mansur, de Bagdad, que cobró, el 25, la vida de varios jeques de Anbar que colaboraban con Estados Unidos contra Al Qaeda en esa provincia.
La impotencia del gobierno del primer ministro Nuri Al-Maliki y las fuerzas estadounidenses para evitar el enfrentamiento sectario entre chiitas y sunitas es evidente. Gracias a alianzas con jeques sunitas locales, Al Qaeda en Mesopotamia ha sufrido golpes en Anbar. Pero se ha desplazado a provincias como Diyala, y a Bagdad, donde opone feroz resistencia. Sus artefactos explosivos improvisados (AEI) son responsables del 80 por ciento de las muertes de militares estadounidenses. Y estos aún no controlan ni la mitad de los 474 distritos de la capital.
Ni el avance en la aprobación de la ley de hidrocarburos en el parlamento iraquí disipa la creciente certeza de que los chiitas no están interesados en una solución que incluya seriamente en el poder a sunitas y kurdos. Y hay serias dudas de que las tropas iraquíes puedan ir asumiendo la seguridad por su cuenta, uno de los pilares de la actual política de Bush. Un elemento que empieza a mencionarse es el agotamiento de las tropas estadounidenses.
La escasez de hombres, el alto número de muertos y heridos y los largos períodos en la zona de combate tienen la moral en baja. Fuentes militares hablan de abril del 2008 como límite para iniciar la reducción de los 160 mil hombres hoy en Irak.
En septiembre, el embajador en Irak, Ryan Crocker, y el jefe militar, el general David Petreaus, deben rendir cuentas ante el Congreso por la ‘escalada’ de las tropas. Enfrentada a una mayoría hostil, con un respaldo cada día menor entre sus aliados externos y los republicanos, no parece que esta última ofensiva de la Casa Blanca en Irak pueda enderezar una guerra cada día más perdida.
Redactor de EL TIEMPO.
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