Las armas son instrumentos para la agresión. Vistas en un sentido más amplio, pueden ser concebidas como herramientas, es decir, como medios para el logro de un fin ulterior, que puede ser disuadir a un eventual agresor, eliminarlo del mapa o repeler un ataque en desarrollo.
En un ensayo publicado en 1978, el analista Brian Michael Jenkins sentenció que el uso de bombas es “la principal forma de actividad terrorista”. ¿Qué vigencia tendrá esta frase casi tres décadas después?
Para dar una respuesta más o menos certera es necesario acercarse a las bases de datos sobre atentados terroristas. El Departamento de Estado estadounidense, por ejemplo, indicó en su último reporte sobre los “Patrones del terrorismo internacional” que para el año 2003 hubo 208 ataques en todo el mundo. En 134 casos fue señalado el uso de bombas. Esto equivale al 64,4 por ciento de los ataques tomados en cuenta para el estudio. El resto se distribuye entre 8 modalidades entre las que figura el secuestro, la interferencia ilícita de aeronaves, el incendio provocado, el asalto y el ataque armado, que ocupó el 23,5 por ciento de la estadística general. Desgraciadamente, las ediciones del mismo estudio correspondientes a los años anteriores no hacen la mención del tipo de arma utilizada, lo que impide comparar y establecer tendencias al respecto.
La situación, sin embargo, parece que no ha cambiado mucho desde la época en que Jenkins hizo tal afirmación. Un estudio titulado “Tendencias del terrorismo internacional, años 1982 y 1983”, encargado por la Corporación Rand a Jenkins, Bruce Hoffman, Konrad Kellen, Sue Moran, Bonnie Cordes y William Sater determinó que en el período analizado las bombas figuraron en más de la mitad de todos los casos.
Hacer una bomba no requiere de conocimientos muy sofisticados. Los insumos, además, están al alcance de todos, pues se trata de una combinación de materiales que generalmente son destinados a usos pacíficos en la agricultura, la ferretería y las telecomunicaciones. Por otra parte, los explosivos militares de alta estabilidad como los compuestos 3 y 4, el Semtex y otros tienen un intenso mercado negro, generalmente controlado por funcionarios corruptos. Su utilización ha sido reportada, por ejemplo, en actos terroristas atribuidos a elementos irregulares en Colombia, Venezuela y Perú.
El uso de armas cada vez más poderosas está produciendo un sostenido incremento en el número de muertes por cada incidente terrorista reportado. Por lo tanto, el riesgo de que se produzcan muertes fuera del objetivo planificado se incrementa. En los ataques contra el Centro Mundial del Comercio de Nueva York, en septiembre de 2001, murieron personas de todos los continentes y practicantes de todas las religiones. Algo similar ocurrió en los atentados contra el sistema de transporte de Londres, en julio de este año.
En el mundo de las armas convencionales, los terroristas cuentan con suficientes alternativas como para alcanzar sus fines con una importante economía de esfuerzo. No sólo están las bombas de todo tipo sino también los artículos arrojados a inventario por la industria bélica en todo el mundo. Basta con ver, por ejemplo, el arsenal del que disponían los separatistas chechenos que tomaron la escuela de Beslan en 2004.
Parece entonces poco probable que una organización terrorista no estatal disponga de los recursos suficientes para embarcarse en un programa de desarrollo de armas no convencionales o de destrucción masiva de los tipos químico, biológico y radiológico. En 1994 y 1995, sin embargo, miembros de la secta milenarista japonesa Aum Shinrikyo atacaron una vecindad y el metro de Tokio, respectivamente, utilizando gas nervioso Sarín. Esto marcó un punto de quiebre con respecto a las armas usadas por estructuras terroristas no gubernamentales. Pero los casos que podrían caer en esta modalidad no llegan a la docena.
Esto no quiere decir, como ha señalado Walter Laqueur, que las organizaciones terroristas no deseen poseer alguna de tales armas. Esto es así especialmente en aquellos grupos que preconizan la destrucción total del enemigo antes que la modificación de su conducta política mediante ataques contra objetivos delimitados. El hallazgo en Afganistán de un manual para la fabricación de “bombas sucias”, confirma la existencia de este proyecto por parte de Al Qaeda. Los expertos, sin embargo, han señalado que para llegar a la meta propuesta los miembros de esta organización tendrán que sortear numerosos obstáculos, desde la obtención de las materias primas (uranio o plutonio enriquecidos) hasta el reclutamiento de los individuos con los conocimientos requeridos para fabricar tales artefactos sin ser detectados por las agencias de inteligencia. Un camino largo y, aparentemente, muy difícil. Pero la voluntad del ser humano, especialmente aquellos motivados en lo político y religioso, permite alcanzar todo tipo de objetivos.