Las tasas delictivas siguen aumentando
Cuando la delincuencia comienza a ganar las calles, son muchas las voces que se levantan y, en ese contexto de alarma generalizada, es propicia la aparición de propuestas extremas e inviables, que encuentran en muchos casos receptividad ante la desesperación por resultados rápidos que surgen de amplios sectores. Lo cierto es que debemos mejorar la calidad del debate actual sobre el tema de la seguridad ciudadana.
Se hacen necesarios análisis basados en evidencia seria sobre las características del problema. Es preciso también tener en cuenta la vasta experiencia internacional al respecto. Sólo sobre la base de un acercamiento profundo a la complejidad del problema será posible diseñar soluciones que tengan efectividad real.
Lamentablemente, los datos disponibles a nivel de gobiernos son escasos y, en muchos casos, no confiables. Por ello nos basamos en encuestas e investigaciones periodísticas serias. Las cifras no dejan lugar a dudas sobre la gravedad del fenómeno. La magnitud de la criminalidad en la región ha determinado que sea considerada una criminalidad “epidémica”.
Es la instalación de un problema estructural que se está propagando. Las tendencias son, por otra parte, muy preocupantes. Las tasas delictivas tienen un crecimiento sostenido en los últimos años. Prestigiosas instituciones internacionales como la Organización Panamericana de la Salud considera, desde años atrás, a la criminalidad de la región como un problema central de salud pública. Las estadísticas señalan que, entre otras consecuencias, se ha transformado en una de las principales causas de muerte de la población joven.
El gasto en seguridad está subiendo fuertemente en casi toda la región. En economías como las latinoamericanas, están luchando en esta crisis mundial duramente para conseguir tasas de crecimiento que superan el 3% o el 4% anual. El Perú podría llegar a más de 8% pero es indudable que el crecimiento económico ha traído también un crecimiento delictivo importante.
¿Que sucedió para que en los últimos años el delito y la violencia hayan crecido? El tema es de gran complejidad y requiere ser abordado desde diversas perspectivas. Son imprescindibles análisis desde la economía, el desarrollo social, la cultura, la educación, los valores, y otras dimensiones.
Además, el fenómeno debe desagregarse. Hay diversos circuitos de criminalidad operando en la región. Uno, muy relevante, que ha crecido fuertemente según diversos indicios, es el vinculado a la droga, problema mundial, de múltiples implicancias y ampliamente estudiado. Las muertes en México producto de vendetta del narcotráfico son impresionantes.
En Lima son más de 10 muertos producto del accionar de sicarios. Argentina también tiene problemas de micro comercialización de drogas y en el Brasil son muchas las muertes producto de liderar la venta de droga en la ciudad. Buena parte de la criminalidad común tiene otras características. Son delitos cometidos. En una alta proporción por jóvenes, su tasa asciende y forma parte desafortunadamente de la crónica periodística diaria de casi todas las sociedades de la región.
Es imposible dejar de observar que sin dejar de lado variables históricas, culturales, demográficas y otras, los índices de esa criminalidad muy central en la región han subido paralelamente al deterioro de los datos sociales básicos en las últimas décadas. Los puestos de trabajo en la economía formal, los ingresos de los informales han tendido a reducirse. Ganan cada vez menos en poder adquisitivo y trabajan más horas.
A todo ello se suman graves problemas de cobertura y acceso de amplios sectores de la población a servicios adecuados de salud pública, educación y vivienda. El deterioro social está ligado a múltiples factores, pero uno de los más influyentes, según indican numerosas investigaciones, es el aumento de las polarizaciones sociales, que ha llevado a que hoy América Latina sea considerada el Continente más desigual de todo el planeta.
En ese clima se están dando los desarrollos actuales en materia de delincuencia. Sin caer en simplificaciones, es imposible dejar de observar que dicho clima crea una serie de condiciones propicias a esos desarrollos de modo directo e indirecto. Una de las más estudiadas es la sensación de amplios sectores de que han pasado a ser excluidos, que se hallan fuera de los marcos de la sociedad.
Los estudios disponibles permiten ver, asimismo, cómo algunos componentes de este proceso de deterioro social inciden directamente sobre el aumento de la criminalidad. Se observan significativas correlaciones estadísticas en tres áreas, que no agotan, de ningún modo, la causalidad de la criminalidad pero que aparecen como claves para entenderla.
La primera área ha sido estudiada con frecuencia. Hay correlación robusta entre ascenso de la delincuencia y las tasas de desocupación juvenil. Análisis de los últimos años en varias ciudades de los Estados Unidos demuestran claramente que el descenso de las tasas de delincuencia ha tenido como una razón esencial los buenos niveles de las tasas de ocupación y el aumento de los salarios mínimos de la economía.
En América Latina la tendencia ha sido inversa. Las elevadas tasas de desocupación general, son aún mucho mayores entre los jóvenes. En muchos países la desocupación juvenil duplica y hasta triplica la tasa de desocupación promedio superior al 20% en buena parte de la región.
Los salarios mínimos por otra parte han perdido poder adquisitivo marcadamente. Ello significa que un amplio sector de la población joven no tiene posibilidades de insertarse en la economía, o solo puede alcanzar ingresos que los colocan bien por debajo del umbral de la pobreza.
Una segunda área de correlaciones intensas es la que vincula deterioro familiar con delincuencia. Una investigación en EE.UU. sobre criminalidad juvenil (Dafoe Whitehead, 1993) examinó la situación familiar de una amplísima muestra de jóvenes en centros de detención juvenil. Verificó que más del 70% provenían de familias desarticuladas, con padre ausente.
En América Latina, un estudio en una de las sociedades con mejores récords sociales como el Uruguay (Katzman, 1997) encontró similar correlación. Dos terceras partes de los jóvenes internados por delitos venían de familias con un solo cónyuge al frente. La familia es claramente una institución decisiva en materia de prevención del delito en una sociedad.
Si es una familia que funciona bien, impartirá valores y ejemplos de conducta en las edades tempranas que serán después fundamentales cuando los jóvenes deban elegir en sus vidas frente a encrucijadas difíciles. Si entra en proceso de desarticulación deja de cumplir dicha función. Así parecen evidenciarlo los estudios mencionados.
En la región, esta institución clave en la acción antidelictual está sufriendo severos deterioros bajo el impacto de la agravación de la pobreza.
El fenómeno es complejo pero las cifras indican que numerosas familias pobres y de clase media sufren tensiones extremas ante períodos de desocupación prolongada y privaciones económicas graves y ellas terminan por desarticular la familia. Se estima que más del 20% de las familias de la región son hoy familias donde sólo ha quedado a su frente la mujer. Se trata en su gran mayoría de mujeres pobres, que defienden con gran coraje a sus hijos, pero que deben hacerlo en condiciones durísimas.
También están subiendo en la región los índices de violencia doméstica (Buvinic, 2000). La misma responde a múltiples razones, pero una de ellas de alta incidencia, es el gran stress socioeconómico que sufren numerosos hogares. La violencia hacia el interior del hogar puede ser después un estimulante agudo de la insensibilización ante el ejercicio de la violencia.
Una tercera correlación es la observable entre niveles de educación y criminalidad. La tendencia estadística, que admite desde ya todo orden de excepciones es que si aumentan los grados de educación de una población descienden los índices delictivos. En América Latina, a pesar de importantes esfuerzos en materia educativa, los problemas son agudos.
Si bien se ha conseguido que la gran mayoría de los niños se matriculen en primaria, casi un 50% deserta antes de completar la escuela. Asimismo, son altas las tasas de repetición. La deserción y la repetición están incididas por la pobreza. Ella lleva a que más de 17 millones de niños menores de 14 años trabajen obligados por la necesidad y un porcentaje significativo de niños padecen de desnutrición y otras carencias.
A todos ellos les resulta muy difícil cursar estudios en esas condiciones. El promedio de escolaridad de la región es de solo 5,2 años, menos de primaria completa. Estos tres grupos de causas -alta desocupación juvenil, familias desarticuladas y bajos niveles de educación- están gravitando silenciosamente, día a día, sobre las tendencias en materia de delincuencia.
¿Qué hacer frente a una situación que constituye una amenaza concreta para la vida cotidiana en las grandes ciudades y que deteriora profundamente la calidad de vida? ¿Cómo enfrentar la escalada de la criminalidad que se ha agravado año tras año en la última década?
Finalmente, lo importante es trabajar en soluciones integrales, que los Gobiernos den los respaldos políticos y económicos necesarios para enfrentar este fenómeno, que las instituciones de seguridad pública y justicia en forma articulada encaren la problemática y que la población comprenda la importancia de hoy asumir una cultura de prevención.
César Ortiz Anderson
Colaborador de Segured.com