Matanza en Finlandia
Como muchas historias semejantes, Pekka Eric Auvinen era «un buen chico» procedente de una familia normal. Algo raro, pero nada preocupante. Hasta el miércoles, cuando llegó a su colegio, el Instituto Jokela, de Tuusula (Finlandia), y la emprendió a tiros contra la directora y sus condiscípulos. Tras dejar ocho muertos y una docena de heridos y fracasar en su intento de incendiar el edificio, se suicidó de un tiro en la cabeza.
Ya había ocurrido en 1966 en la Universidad de Texas, donde murieron abaleadas 32 personas, y en 1999 en el Instituto Columbine, de Colorado, con 13 víctimas mortales. El último episodio sucedió el 17 de abril, cuando un estudiante de la Universidad Tecnológica de Virginia mató a 34 personas y se quitó la vida. La diferencia con el Instituto Jokela es que esos episodios ocurrieron en Estados Unidos, que parecía tener el monopolio de esta clase de matanzas. El del miércoles aconteció en una nación que se caracteriza por su tranquilidad.
Hay, sin embargo, otros elementos que asemejan la masacre de Tuusula a las demás. En casi todas ellas los autores han revelado, en algún momento, un rasgo peligroso. El finlandés anunció la víspera sus intenciones en el portal YouTube y semanas antes había colgado allí mismo un manifiesto donde se declaraba «ateo, como Dios», «humanista antihumano» y prometía «eliminar a quienes considere incapaces». Buen lector de malos libros -las memorias de Hitler y la ideología de Stalin-, compró una pistola la semana pasada y actuó según le dictaba una peligrosa mezcla de ideas disparatadas, desequilibrio mental y ejemplos destructivos.
Esto último parece ser decisivo en el proceso de los asesinos de instituto. También el de Virginia evocó a los dos protagonistas de la masacre de Columbine.
Un elemento más es el afán de reconocimiento. Los medios modernos de comunicación facilitan las cosas. Cho Seung-hui, el asesino de Virginia, envió a la cadena NBC documentos sobre sí mismo, y el finlandés regó sus ciberpistas. Pero sería absurdo culpar a Internet de la tragedia. Hace 2.363 años, sin necesidad de computadores, Eróstrato quiso hacerse famoso incendiando el templo de Diana, en Éfeso. Las últimas causas son la naturaleza humana, la huella de determinadas enfermedades sociales y el fácil acceso a armas de fuego.
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Redactor de EL TIEMPO.