Ni Guatemala ni Venezuela (23 al 29 de octubre de 2006)

Ni Guatemala ni Venezuela
Redactor de EL TIEMPO
Salvo sorpresas de última hora, todo indica que la pugna entre Venezuela y Guatemala por la silla latinoamericana en el Consejo de Seguridad de la ONU acabará en su concesión a un tercero: Uruguay, probablemente. Colombia, que apoya a Guatemala, podría acompañar este Plan B.
No sirvió la tregua del miércoles para alcanzar un acuerdo, y su más evidente fruto fue el aumento de los países abstencionistas. Para llegar al Consejo se necesita el voto de 128 de las 192 naciones electoras. Hasta el momento, ninguno de los candidatos se ha acercado a la cifra mágica. Antes del miércoles, Guatemala había superado a Venezuela en 21 de las 22 votaciones, casi siempre por más de 20 papeletas. Solo una vez hubo un empate a 93. Y el jueves, después de 13 votaciones más, se decretó una nueva tregua de cinco días.
Es inevitable recordar el bochornoso espectáculo que durante tres meses de 1979 dieron Colombia y Cuba en su puja por acceder al Consejo. Tras 156 rondas, y sin un vencedor claro, la ONU eligió a México como opción conciliadora. Ahora, como entonces, tras la competencia entre dos países puede adivinarse la larga mano de E.U. En 1979, Colombia aceptó aliarse con Estados Unidos para atajar la candidatura cubana, y ahora Venezuela se opone a Guatemala porque entiende que esta postulación es una jugada de Washington. Quienes votan contra Venezuela, a su turno, afirman que detrás de ella está Fidel.
Lo peor es que estas contiendas dejan huellas. Colombia y Cuba quedaron agriamente enfrentados y el desquite de Castro fue apoyar a la guerrilla del M-19. El enfrentamiento entre Guatemala y Venezuela golpea la unidad latinoamericana y ahonda una grieta cada vez más inquietante.
Ya es casi imposible analizar los asuntos del subcontinente sin hablar de bloques políticos. Hugo Chávez, vicario de Fidel Castro, aparece vociferante al frente de uno de ellos y pretende intervenir en la política interna del vecindario. El triunfo de Evo Morales en Bolivia significó una extensión de su no muy clara política nacionalista-izquierdista-bolivariana, pero últimamente no le ha ido bien. Fracasó en su oposición a Alan García en el Perú, en su apoyo a Andrés Manuel López Obrador en México y a Rafael Correa en Ecuador.
En ambos casos, los rivales de la derecha se esmeraron en resaltar los vínculos del candidato de izquierda con Chávez. Felipe Calderón, adversario de López Obrador, divulgó cuñas en las que se veía a Chávez y su rival; en Ecuador, el candidato más votado, el magnate Álvaro Noboa, acudió al truco de llamar ‘coronel Correa’ a su opositor. Esa identificación subliminal con Chávez produjo efecto, y, para sorpresa de todos, Noboa ganó la primera vuelta.
Daniel Ortega, que el 5 de noviembre aspira a regresar a la presidencia de Nicaragua, debe estar escondiendo los retratos en que aparece con el Jefe de Estado venezolano, cuya popularidad internacional como caudillo latinoamericano solo es inferior a la de Fidel, pero cuyo fantasma en elecciones ajenas genera resultados contraproducentes.
Chávez donó cerca de 1.300 millones de dólares y viajó por el mundo buscando apoyo para su candidatura. Pero lo que está sucediendo muestra los límites de la ‘petro-política’ y puede convertirse en una lección para él. La posible derrota venezolana en su puja por el puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU debe, si tiene lugar, atribuirse en parte al incendiario discurso del coronel ante la Asamblea General, en el cual llamó «diablo» a Bush. Si bien semejantes salidas pueden entusiasmar a cierto candoroso izquierdismo en el mundo, en la diplomacia entre países serios solo causan consternación.
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