Otro sangriento fracaso (10 al 17 de septiembre 2004)

El rescate de rehenes en la Escuela 1 de Beslan, ubicada en la región rusa de Osetia del Norte, no pudo ser más desastrozo: 338 muertos, entre ellos 156 niños.
No obstante, el gobierno de Vladimir Putin lo celebra como una victoria más en la lucha contra el terrorismo encarnado en los separatistas chechenos.
La operación, ordenada directamente por el mandatario a su regreso de vacaciones, confirma lo señalado por los expertos Mayer Nudell y Norman Antokol en el ensayo El Dilema Democrático, en el sentido de que los gobernantes rusos siempre han mantenido una línea dura contra los secuestradores y captores de rehenes.
El comando checheno que irrumpió en el centro educativo durante la mañana de la jornada inicial del año escolar, con seguridad intuía de antemano el desenlace fatal de esta nueva acción. El precedente del teatro Dubrovka en octubre de 2002,en el que todos los captores y más de 90 visitantes fallecieron a manos de los cuerpos de seguridad, era suficiente indicio para pensar que el episodio de la escuela arrojaría numerosas bajas.
Se suponía que la presencia de niños sería en este caso un factor de contención tanto para los captores como para las fuerzas del orden. Pero especialmente para los últimos, sobre quienes reposa el deber de preservar las vidas de los inocentes. Pero aquí prevaleció el interés por enviar un mensaje a los grupos separatistas: «No negociaremos, y no interesa a qué costo».
¿Tendría Putin la misma actitud si entre los rehenes hubiese estado una hija suya? No lo sabemos. Esta vez, a juzgar por los despachos de las agencias internacionales de noticias, las víctimas fueron ciudadanos comunes. Gente como nosotros, quienes en la incipiente democracia rusa tienen pocas instancias para reclamar por la absoluta torpeza con la que actuaron los comandos militares que participaron en el «rescate» de la escuela.
La orden para las fuerzas de seguridad fue una: matar a los terroristas. Es por eso que el gobierno ruso, tal y como lo expresó el Primer Ministro ante los periodistas de la prensa foránea, no está dispuesto a discutir sobre la pertinencia de la actuación gubernamental en ese día nefasto.
Por supuesto que es muy fácil juzgar las cosas a distancia. Pero en este caso no queda otra alternativa. Lo contrario sería guardar silencio ante conductas tan peligrosas. Callar frente a lo que allí sucedió podría ser interpretado como un cheque en blanco para otros gobiernos que, como el ruso, muestran en estas circunstancias un absoluto desprecio por la vida humana.
Aún si la idea era abatir o «neutralizar» a los terroristas, el gobierno ruso pudo haber ganado tiempo sobre la base de fingir un interés por negociar. Mostrar interés en las peticiones de los captores y simultáneamente estructurar una operación de rescate verdaderamente efectiva. En las tomas de rehenes, el llamado Complejo de Estocolmo opera con mucha efectividad. Más allá de las amenazas usuales, era muy poco probable que los rebeldes chechenos hubiesen ejecutado a alguno de los rehenes. Por el contrario, todo indicaba una disposición a dejarlos en libertad en forma paulatina.
Si el éxito de una operación de rescate se mide por la cantidad de rehenes a salvo, ¿cómo habríamos de calificar lo sucedido el viernes 3 de septiembre?
Todavía están contando los cadáveres.

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