Segundo intento (11 al 18 de agosto 2006)

En enero de 1995, un error permitió a la comunidad internacional de inteligencia el descubrimiento de un complot que, de haber sido ejecutado, hubiese implicado la muerte de miles de personas.
Esa equivocación provocó una emanación incontrolable de gases tóxicos en un apartamento de Manila, Filipinas. Sus responsables tuvieron que huir en forma apresurada. Acaso pensaban que el inmueble volaría por los aires. Pero esto no ocurrió.
La policía encontró allí evidencias de una amplia conspiración terrorista, que fue conocida posteriormente como el complot Bojinka (palabra de origen serbocroata que significa “gran explosión”). La idea era provocar una gran mortandad mediante la voladura de al menos una docena de aviones en pleno vuelo, especialmente los vinculados a líneas estadounidenses en el Pacífico Sur.
Entre los primeros detenidos estuvo uno de los individuos que fue escogido como piloto para esta operación suicida: Said Akhman. Pero las pistas recogidas en ese apartamento condujeron directamente a un sujeto señalado de participar con el sheik Omar Abdel Rahman en la planificación y ejecución del primer atentado contra las Torres Gemelas: Ramzi Ahdam Youssef.
Al ser descubierto, Youssef huyó a Tailandia y posteriormente a Pakistán. Allí fue ubicado por los servicios de inteligencia internacionales. El gobierno estadounidense solicitó su captura con fines de extradición a Islamabad, lo cual fue ejecutado de inmediato.
Youssef fue enjuiciado y condenado en relación con el atentado de 1993 contra el Centro Mundial del Comercio. Pero el plan Bojinka permaneció como un punto pendiente en la agenda de la red Al Qaeda, que para el momento de su captura ya tenía 6 años en formación.
Bojinka, entonces, no era de la autoría de Youssef. Este individuo, que alguna vez solicitó asilo político en Estados Unidos, era en realidad un ejecutor. Muy entrenado, pero ejecutor al fin.
Cuando las autoridades británicas anunciaron la detención de 24 personas y el desmantelamiento de una organización que pretendía volar 11 aviones de líneas estadounidenses en vuelo entre Inglaterra y al menos 3 ciudades norteamericanas, el profesor de la universidad de Saint Andrews Paul Wilkinson observó con tino que éste había sido un intento más de ejecutar el plan que quedó pendiente en Manila, 11 años atrás.
Esto nos da una noción de cómo son los términos de espacio y tiempo que se manejan en este conflicto: el campo de batalla es todo el mundo, y los plazos puede ser hasta décadas. En 1993 se llevó a cabo el primer atentado contra las Torres Gemelas, luego de un año de planificación. El segundo fue 8 años después.
El plan develado en Londres tenía como arma un explosivo líquido, probablemente una variación de nitroglicerina aunque un poco más estable para facilitar su ocultamiento e introducción en el interior de los aviones, como equipaje de mano. Prácticamente lo mismo que en 1995.
Los explosivos nunca llegaron a los aeropuertos, debido a que Scotland Yard actuó antes de que los terroristas salieran de sus viviendas en las afueras de la capital británica. Sin embargo, el hecho de que hayan insistido en este tipo de sustancias indica que se llevó a cabo una evaluación previa sobre las posibilidades de éxito de una operación con estas características.
“El problema con las medidas de seguridad en los aeropuertos es que muchas máquinas no detectan muchos explosivos”, señaló Andy Oppenheimer, editor de la sección de Defensa Química y Biológica de la consultora Jane´s, al ser interrogado por periodistas de The Guardian.
Este es, entonces, un llamado de atención. Tal parece que los aeropuertos continúan siendo puntos flacos, permanentes vulnerabilidades que pueden ser utilizadas por los terroristas. No es para menos: según cifras de la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) por los principales aeropuertos estadounidenses entran o salen más de 730 millones de personas todos los años. Y la cifra crece todos los años de manera consistente, a pesar del incremento en los precios de los pasajes.
Controlar esta oleada humana sin ocasionar molestias es imposible. Las medidas aplicadas en los aeropuertos de los países occidentales, una vez elevado el nivel de riesgo a naranja y rojo, ocasionó en los terminales aéreos un costoso colapso que la propaganda no pudo ocultar.
En estas condiciones, es de esperarse que haya nuevos intentos por utilizar los sistemas de transporte aéreo para golpear a Estados Unidos. Wojinka todavía no es una realidad, pero quizá sea muy temprano para cantar victoria.

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