Tomados por sorpresa (31 de diciembre 2004 al 7 de enero 2005)

En este espacio solíamos cerrar el ciclo de cada año con una evaluación de lo sucedido y algunas consideraciones sobre el futuro próximo en materia de seguridad. Pero esta vez resulta imposible sustraerse a la pesadumbre que embarga a la comunidad internacional a raíz del maremoto o tsunami que afectó a 11 naciones ubicadas en la cuenca del océano Indico.
Las fotos satelitales divulgadas a través de los portales de CNN y Globalsecurity.com muestran la magnitud de lo sucedido en países como Sri Lanka, Indonesia y en la costa suroriental de India. Al momento de la redacción de estas notas, el conteo de cadáveres va por 140 mil. Pero sabemos que esta es una cifra parcial, que aumentará en la medida en que el mar devuelva las víctimas a la orilla. Esta ha sido, sin duda, la tragedia de origen natural más grande de los últimos 25 años.
En el medio de la gran desolación que esto significa, es necesario hacer una evaluación y adoptar las medidas necesarias para que no se repitan jamás las imágenes vistas por todos a través de los medios electrónicos. En este momento, los gobiernos de los territorios afectados están lógicamente más preocupados por afrontar la emergencia, lo inmediato. Traducido en números, deben atender a más de 5 millones de personas desplazadas, quienes de un momento a otro se quedaron sin hogar ni familia. Muchas habrán quedado sin sus fuentes de trabajo y estarán sometidas a un enorme estrés postraumático. La ayuda internacional, canalizada a través de la Cruz Roja, la Media Luna Roja, Médicos sin Fronteras y la Organización de Naciones Unidas no se ha hecho esperar. Pero luego de la remoción de los escombros y la reposición parcial de los servicios públicos, las organizaciones internacionales saldrán de las áreas afectadas, y cada gobierno tendrá que afrontar por completo las consecuencias sociales del desastre.
“Tsunami” es una palabra de origen japonés, cuyo significado es “gran ola” o “gran agitación”. No es casual que este fenómeno sea designado con un vocablo de ese país, pues los territorios ubicados en la cuenca del pacífico han sido los más afectados. George Parararas-Carayannis, escritor del libro “Violent forces in nature” señaló que los japoneses han documentado los efectos de tsunamis desde el año 684 después de Cristo. Desde entonces hasta 1960 han contado 65 casos. Otras grandes olas han arrasado con las costas de Chile (1562) y Alaska (1788). El autor indica que estos fenómenos, aunque infrecuentes, se dan puntualmente en las costas del Pacífico. La percepción del riesgo que esto significa, alimentadas por las advertencias de los oceanógrafos, han creado las condiciones para instalar un sistema de alerta capaz de transmitir la información sobre un maremoto a 30 naciones en aproximadamente 15 minutos.
Los países del Indico también fueron alertados por expertos en la materia. El diario El Mundo de Madrid recordó que en junio de 2004 la Comisión Intergubernamental Oceanográfica concluyó que “el Océano Índico tiene un riesgo significativo de sufrir maremotos, tanto locales como de origen remoto», y recomendó la creación de la red de alerta.
Ninguna medida fue adoptada al respecto. Según el recuento hecho por CNN, los lugares más alejados de Sumatra (epicentro de sismo que originó el tsunami) tuvieron hasta 4 horas para evacuar a las personas que permanecían en las costas. Indonesia recibió una información telefónica, pero para ese momento ya era demasiado tarde. En algunas localidades, 1 de cada 4 personas desapareció.
Todos los países con amplias costas, con actividad sísmica o volcánica, pueden ser afectados por un tsunami. No basta con formar parte de las redes de “alerta temprana”. Este es un paso importante, pero si los países carecen de planes para afrontar la emergencia planteada por un fenómeno como éste (antes, durante y después de que la ola rompa) los recursos invertidos en el sistema se irán al fondo del mar.
Un aspecto importante de la recuperación post-tsunami tiene que ver con la identificación de las víctimas fatales. Las últimas informaciones indican que grupos de patólogos forenses han sido enviados desde naciones tan distantes como Alemania, Francia e Italia para contribuir con esta tarea. A casi una semana de haberse producido la devastación, muchos cadáveres han entrado en fase de descomposición. La necrodactilia –si es posible- tendrá que ser complementada con pruebas de antropología, radiología y odontología forense, e igualmente con la toma de muestras de ADN. Pero la inexistencia de un registro previo en cuanto a las características físicas y dentales de las posibles víctimas atentarán contra el éxito de esta labor.

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