Un remedio para los hospitales (12 al 19 de noviembre 2004)

El siguiente episodio pertenece a la vida real: una mujer de aproximadamente 30 años de edad se introdujo en la sección de habitaciones del Hospital Clínico Universitario de Caracas. Parecía una visitante más. Antes de llegar a su destino, se introdujo en uno de los baños. De una bolsa extrajo un uniforme verde, similar al que utilizan los cirujanos de ese centro de salud.
La mujer, con tres meses de embarazo, salió del baño con el aspecto de una profesional de la medicina. Ya en el piso 5 se introdujo en el lugar donde convalecía un hombre luego de ser herido en dos oportunidades con un cuchillo. Su atacante quiso matarlo una semana atrás, pero lo salvó momentáneamente la atención de los especialistas.
La mujer tomó una inyectadora que había traído en una bolsa, y aplicó tres dosis de un fuerte calmante por vía intravenosa. La madre del paciente entró cuando éste comenzó a convulsionar, y reconoció en la supuesta profesional de la medicina a una vecina del barrio. Sus gritos atrajeron la atención del personal hospitalario, así como de los funcionarios de “seguridad”. La joven huyó, pero fue apresada cuando intentaba cambiarse en otro baño. De todas formas, logró su cometido: el hombre murió.
La asesina, quien había actuado por encargo de un rival de la propia banda a la que pertenecía el finado, puso en evidencia –nuevamente- las vulnerabilidades de este centro de salud. Tres meses atrás, en el área de neonatos de la misma edificación, otra mujer disfrazada de enfermera raptó a una niña recién nacida, y solamente la presión policial pudo lograr el retorno de la infante a su madre días después.
El campus donde está instalado el hospital tiene una larga historia de luchas por la preservación del principio de autonomía. De manera tal que no pueden entrar los funcionarios de ningún organismo de seguridad. Sin embargo, por las calles y edificios de la universidad transita diariamente un promedio de 50 mil personas. Más que en algunas ciudades del interior del país.
La protección de todo este territorio está a cargo de una Dirección de Seguridad que, con apenas dos centenares de empleados, mal dotados y peor entrenados, no se da abasto para la demanda de servicios. Esto ha propiciado que el entorno y el interior del propio Hospital Clínico sea usado por delincuentes de toda naturaleza.
La seguridad y la protección son preocupaciones constantes de los usuarios y prestatarios del servicio hospitalario. Pero las características del servicio de seguridad que se presta en cada instalación tienen que adaptarse a las exigencias del entorno. En Cataluña (España) por ejemplo la preocupación más notable de los últimos tiempos se origina en las agresiones de los usuarios hacia el personal médico. En Portland (EE.UU.) las peticiones de auxilio para los vigilantes ha crecido en 127% durante los últimos meses, debido a la presencia de pacientes o visitantes violentos en las instalaciones de los centros de salud.
Los hospitales son por regla general edificaciones o complejos de edificaciones divididos en compartimientos. En cada uno están seres humanos prestando uno o más servicios a otras personas. La gente entra y sale o se desplaza de un lugar a otro del inmueble. Pero hay lugares a los que el público definitivamente no puede entrar, y hay otros a las que puede acceder previa autorización. En cuanto al personal, las posibilidades de movimiento también deberían tener algunas restricciones. No obstante, las limitaciones presupuestarias en algunos lugares han obligado a que los de Enfermería y Paramédicos deban multiplicar sus funciones, ganando de esta forma la posibilidad de llegar hasta sitios a los que antes no tenían acceso.
Thomas Norman (Engineered Automation Systems Inc.) cree que el diseño del sistema de seguridad debe tomar en cuenta cinco amenazas: hurtos por parte de empleados; la acción de delincuentes externos; robos o hurtos por parte de visitantes; amenazas a los pacientes o empleados y, por úlitmo, los llamados “delitos de oportunidad”.
Cada sección del hospital debe ser inspeccionada por personal entrenado en cuestiones de seguridad y protección. Es necesario percibir lo que tiene cada lugar, y también sus carencias. Hay que determinar cuál es la llamada “cultura de uso”, es decir, revisar las prácticas de todos los usuarios del sitio para diagnosticar posibles vulnerabilidades.
Del informe elaborado en cada compartimiento hospitalario surgirá un “plan maestro”, que puede incluir soluciones de alta o baja tecnologías, así como otras que nada tengan que ver con la tecnología sino con la modificación de los procedimientos aplicados en ese lugar. En el caso indicado al inicio de este artículo, una correcta identificación de los empleados así como la aplicación de controles de acceso verdaderamente efectivos y la presencia disuasiva de vigilantes quizá hubiesen bastado para evitar el asesinato del paciente.
La seguridad no es un asunto para improvisar. Quizá un gasto en alta tecnología (centro de comando y control de emergencias, integrados a circuitos cerrados de tv, mecanismos de control de acceso, detectores de movimiento o de no-movimiento, control de inventarios de farmacia, etc.) pueda parecer innecesario. Pero la pérdida de reputación para una clínica por un caso como el referido puede traducirse en un costo mucho más alto que el de la inversión propuesta luego del diagnóstico en cada área. Esto sin contar con la posibilidad de que los pacientes o agraviados exijan el pago de compensaciones por negligencia o imprudencia ante los tribunales. La prevención es el mejor antídoto para los lamentos.

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