Una página Magistral
Dos días después del alocado golpe, Alberto Lleras Camargo era elegido primer presidente del nuevo experimento político, único en el mundo. Ya en este carácter visito los cuarteles del Catón Norte y en cada uno de ellos intercambió puntos de vista con oficiales de todos los grados, en forma llana y cordial .
Dos semanas más tarde, en el Teatro Patria del mismo Cantón, pronunció ante la oficialidad toda de la capital, la más lúcida y penetrante conferencia que hasta entonces hubiéramos escuchado de un presidente. Que ya lo era virtualmente Alberto Lleras, a pocas semanas de asumir la jefatura del Estado. Llegó a lo hondo del sentimiento militar. Supo leer en el espíritu de la oficialidad colombiana y convertir en frases afortunadas y brillantes el sentido de lo que hemos llamado el alma militar. Fue una definición precisa de las esferas de acción de la milicia y la política, el respeto reciproco entre una y otra, el porque de su separación y la inconveniencia entremezclarlas.
“Los ejércitos vienen a ser entonces el más alto, puro, noble servicio nacional. No se entra a ellos por la paga, ni por ningún estimulo pequeño. Sino porque se va a servir en función de gloria, con una constante perspectiva de muerte. ¿Para qué? Para que los demás vivan en paz, siembren, produzcan, duerman tranquilos, y sus hijos y los hijos de sus hijos sientan que la patria es un lugar amable y bien guardado (…)”
“Hemos sido educados para funciones diferentes, y para distintas maneras de servicio. Esto es todo. El de ustedes es más peligroso y allí reside su nobleza…La política es el arte de la controversia, por excelencia. La milicia, el de la disciplina. Cuando las Fuerzas Armadas entran a la política lo primero que se quebranta es su unidad, porque se abre la controversia en sus filas (…) entran inevitablemente en la disputa sobre si el gobierno es bueno o malo (…) se forma un partido, el suyo, y el otro el adversario del gobierno (…) y el desprestigio que cae sobre todo un gobierno no puede caer sobre una institución armada sin destruirla”.
Para unas instituciones militares que acababan de salir de una primera etapa de desmelenada violencia y de un periodo de gobierno semicatrense de efectos disolventes para su ser profesional, el pensamiento tan luminosamente presentado por quien se disponía a ser por un lapso de cuatro años su jefe constitucional, tuvo efectos inmediatos y a la vez durables. Expresó lo que el sector más representativo del mando sentía en el silencio de la disciplina, porque no solamente se adentró en la ética y el deber del soldado, sino definió con prístina claridad lo que el ciudadano corriente y al político obliga con respecto al Ejercito.
“Colombia como toda nación, pero en este momento más que en cualquiera otra necesita por tanto de un buen gobierno como de unas Fuerzas Armadas poderosas, no sólo por su capacidad física de defensa, sino por el respeto y el amor que el pueblo les profese. Yo no quiero que las Fuerzas Armadas decidan cómo se debe gobernar a la nación, en vez de que lo decida el pueblo, pero no quiero, en manera alguna, que los políticos decidan cómo se debe manejar las Fuerzas Armadas, en su función técnica, en su disciplina, en sus reglamentos, en su personal. Esas dos invasiones son funestas, pero en ambos casos salen perdiendo las Fuerzas Armadas”.
“La política mina la moral y la disciplina de las Fuerzas Armadas que, al transgredir el limite de sus funciones, entran a la política y la dañan. La dañan simplemente porque nadie las invita a entrar a la política sino el animo de que echen bala por su cuenta, pongan los muertos, destruyan a sus enemigos y defiendan intereses ajenos a las conveniencia generales de la Republica. Al término de estas extralimitaciones, las Fuerzas Armadas regresan a su oficio primitivo rodeadas de adversarios, sin prestigio, sin gloria y sin amigos”.
En este orden de ideas el presidente electo avanza en la diferenciación exacta entre el presidente militar y las instituciones armadas. En este divorcio para mi clarísimo, entre los institutos militares, sujetos a la disciplina y el jefe de gobierno, capaz, como todos, de cometer errores, faltas y abusos, se refiere a las campañas políticas que hubo de adelantar, separando siempre a las Fuerzas Armadas del gobernante que pretendía mandar en su nombre, en forma “que no hubiera conspiración, ni indisciplina, ni insubordinación, ni entendimiento entre civiles y militares para derrocar el gobierno, sino que se mantuviera, al llegar la inevitable crisis, la unidad total de las Fuerzas Armadas, para impedir su destrucción y para que no cayera ninguna mancha sobre su prestigio”. Y agregaba:
“La verdad que en un año después de esos días difíciles, el pueblo respeta más sus instituciones armadas, las aprecia, sabe que las necesita y confía en ellas. Eso vale para Colombia más que su café, su petróleo, su oro, su platino (…) hoy mas que nunca. Porque vamos a atravesar días muy difíciles, de escasez, de inconformidad, de sufrimiento, de restricciones, y si hubiera unas Fuerzas Armadas divididas o desprestigiadas, nadie sabe lo que seria de Colombia”.
Años después, en época aún más difíciles y turbulentas que las presentidas por Alberto Lleras en la antesala de su gobierno, las palabras de uno de los más ilustres hombres públicos de Colombia siguen teniendo plena validez. Y si no, basta recordar algo que en los tiempos que corren trata de olvidarse por más de un dirigente.
“Si algo ocurre, y hasta ahora siempre ha ocurrido, el soldado tiene que ir a poner el pecho para defender a los que están detrás de él. Semejante tarea solamente tiene paralelo, menos en el peligro, con las vidas maceradas de los monjes y de los santos. Por eso se rodea de ciertos privilegios, honras, fueros que no tienen los demás ciudadanos comunes. Por eso, y porque además eso atributos son absolutamente indispensables”.
Tipeado el 13-11-2006
Tomado de las páginas 343 a la 346
Libro: TESTIMONIO DE UNA EPOCA
Autor: Alvaro Valencia Tovar.