Neogolpe (19 al 26 de abril 2002)

 

Este editorial debió salir al aire hace unasemana.  Pero los cambios políticos enVenezuela (donde Segured tiene su casa) fueron tan veloces que nos impidieronhacer un balance más reposado.  Vaya austedes nuestra excusa.

 

A estas alturas, la situación en el paístodavía es volátil aunque tiende a estabilizarse.  El presidente Hugo Chávez ha hecho un llamado a la reconciliacióncon los sectores políticos que presionaron para su salida.  Más allá de las palabras –que en él abundan-el único hecho que da credibilidad a ese anuncio es el cambio en la directivade la empresa estatal Petróleos de Venezuela. De resto su poder luce mermado y su margen de maniobra muy estrecho.  Su única fortaleza radica en la atomizaciónde los sectores que lo adversan, aturdidos aún por la cadena de torpezas queimpidió la consolidación del presidente interino Pedro Carmona Estanga.

 

El gobierno venezolano y las repuestasautoridades militares insisten en que el país presenció un golpe de Estado.  No será, al menos, un golpe al estiloclásico como el que ensayó sin éxito el propio Chávez en febrero de 1992, yposteriormente algunos de sus allegados en septiembre de ese mismo año.  Tampoco será como los que presenció el paísen 1945, 1948 y 1958.  Son cincoexperiencias en las que el factor común es la salida de los militares a la tomade los centros del poder establecido, con el proyecto de instaurar una junta degobierno que dé paso a un régimen distinto. En algunos casos lo lograron, en otros no.  Pero el modelo fue esencialmente el mismo.

 

Esta vez, el comportamiento de las fuerzasarmadas nacionales fue el opuesto. Conocedores de que Chávez tarde o temprano querría aplastar eldescontento social con el peso de los fusiles, los altos mandos del Ejército,la Guardia Nacional, la Aviación y la Armada ordenaron públicamente a susefectivos mantenerse dentro de los cuarteles.

 

Solamente algunas unidades leales al Presidenteintentaron salir a la calle.  Pero elgrueso de los militares seguía claramente una estrategia de no-hacer, queincluía la puesta en marcha de tácticas incruentas de neutralización de lossectores de la Fuerza Armada que, tras una evaluación de inteligencia,conservaban su apego al régimen.  Bastecon señalar, por ejemplo, que en los momentos cruciales fue abierto el pasovehicular hacia Fuerte Tiuna –el principal complejo militar de Caracas- con lafinalidad de generar un embotellamiento que impidiese la circulación detanquetas blindadas.

 

La consigna de no alzar las armas contra lapoblación civil fue aplicada con rigor. Algo similar a lo ocurrido en Argentina a finales del año pasado.  Y esto no es casualidad.  Cada vez con mayor fuerza se impone en lasfilas castrenses la convicción de que los problemas de orden público deben serresueltos por los gobiernos mediante la persuasión y el uso de lasinstituciones policiales.

 

De otra parte, es claro el rechazo de losmilitares venezolanos a la utilización de sus activos y recursos humanos enlabores de proselitismo político.  Chávez se jactaba de contar con los fusiles y los tanques paraproteger lo que llamaba su revolución. Estaba fuera de la realidad.  Peroel daño infligido a la institución durante los tres años que ha durado esteproceso será muy difícil de reparar.  Lamerma en el apresto operacional es evidente. Y lo que es peor:  los mandossupremos son vistos como faltos de legitimidad.  Los hechos de indisciplina son cada vez más frecuentes.  El liderazgo sobre la tropa nonecesariamente está acorde con los grados.

 

Cabe preguntarse, entonces, por qué el tenientecoronel ( r) pudo volver a la presidencia.  Los militares, especialmente la oficialidad media y subalterna(esencialmente idealista) se dieron cuenta de que la constitucionalidad habíasido rota con el decreto de disolución de los poderes emitido por el presidenteprovisional, y empezaron a presionar para que los altos mandos cambiasen deposición.  28 horas duró el gobierno deCarmona.  Pero los factores que motivaronla caída de Chávez continúan allí.

 

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