Medio rehén (26 de abril al 3 de mayo 2002)

 

En las sociedades modernas, los medios decomunicación social son culpados por lo que hacen y por lo que dejan dehacer.  Cuando informan, las críticasapuntan hacia sus aparentes exageraciones, imprecisiones y deformaciones.  Cuando no lo hacen, simplemente losseñalamos de mantenernos en la ignorancia, por contraste con lo que ocurre enotras latitudes, donde percibimos a las comunidades mejor enteradas de lossucesos de su entorno.

 

Los recientes acontecimientos políticos enVenezuela desataron un debate en torno al comportamiento de los medios y losperiodistas.  Las ondas de radio ytelevisión, así como los espacios de la prensa escrita se transformaron enescenarios de la batalla por el poder.

 

El Presidente –depuesto y luego repuesto- HugoChávez había denunciado que un grupo de dueños de estas empresas participaba enun complot contra él.  Era unadeclaración de su propia impotencia.  Enlos momentos cruciales del conflicto, las estaciones de televisión habíanacordado un acto de desobediencia: romper la hegemonía de las cadenas oficiales, cada vez más frecuentes,mediante un insert en las pantallas donde se recogía el desarrollo delas protestas callejeras.  Esto fueacompañado por un texto al pie de la imagen que invocaba el derecho social a lainformación.

 

En la tarde del 11 de abril, cuando el centrode Caracas se había transformado en un campo de batalla real, con más de diezasesinatos y decenas de heridos, Chávez impuso su hegemonía sobre la señal dela TV pública al ganar un control efectivo sobre las estacionesrepetidoras.  La cadena fue total y sólounos pocos pudieron enterarse de lo que ocurría a través del cableinternacional.  Horas más tarde, cuandofinalizó la intervención presidencial, la información represada sobre lasmuertes callejeras salió en aluvión.

 

Pero no fueron los medios sino lascircunstancias políticas las que obligaron a la salida del mandatario.  Al día siguiente, las estaciones localesdejaron de informar otra vez, ya no por imposición de un gobierno que noexistía sino por decisión propia. Mientras las calles de Caracas ardían por el accionar de saqueadores ymilitantes del chavismo, la televisión ponía un juego de Grandes Ligas así comoviejas películas y documentales.  Medianteboletines narrados, disminuían la importancia de que estaba ocurriendo.  Luego, muchas emisoras fueron abandonadascuando la reacción de los grupos afectos a Chávez representó una amenaza físicapara sus trabajadores.  El canaloficialista –debidamente protegido- comenzó a imponer su versión cuando elgabinete ministerial del teniente coronel se trasladó hasta sus estudios parainsistir que el grupo de Pedro Carmona había perdido el control del país.

 

No nos atrevemos a dar por sentado que laimportancia de los medios obedece a que sean capaces de causar reacciones enmasa, objetivas y verificables.  Lotrascendente en realidad es que los gobiernos han terminado por acoger la tesisde que realmente constituyen un Cuarto Poder, y han diseñado planes para actuaren consecuencia.  La estricta censuraimpuesta en los inicios de la Guerra del Golfo es una prueba palpable de quehasta las democracias más desarrolladas intentan dejar a sus ciudadanos en laignorancia, por razones tan precisas como la “preservación de la seguridadnacional”.  En el caso venezolano, lasautoridades ponen en marcha formas de acción que intentan garantizar el controlefectivo sobre las estaciones repetidoras de la señal de televisión, para evitarasí la transmisión de mensajes contrarios al régimen durante los momentoscruciales del conflicto.

 

El plan, sin embargo, tiene susvulnerabilidades:  no hay capacidad pararestringir la señal que llega vía cable. De otra parte, la radio –especialmente la que corre a través desatélites- queda a la libre para adherirse a la transmisión del oficialismo oseguir sus propios dictados.  Por talrazón, en los momentos más agudos de la pugna por el poder en Venezuela, elpúblico optó por acudir a los viejos aparatos de transistores.  Este medio demostró poseer una versatilidade inmediatez aún sin par.

 

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