La mundialización de los sistemas decomunicación plantea enormes retos a la comunidad internacional. Las barreras comerciales tienden a caerse oson reformuladas, así como los conceptos de soberanía que eran manejados apenasun lustro atrás.
El mercado virtual abre la posibilidad deacceder a una mayor variedad de bienes transables y a mejores precios. En el otro extremo, se extiende un terrenoprácticamente virgen para el desarrollo de actividades delictivas.
En su último reporte anual, la JuntaInternacional de Fiscalización de Estupefacientes (Jife, por sus siglas enespañol), una dependencia de la Organización de Naciones Unidas, ha denunciadoel creciente comercio de sustancias psicotrópicas a través de medioselectrónicos.
Hoy en día, las bandas de traficantes puedenestablecer sus tratos para la distribución de drogas a gran escala a través demensajes encriptados. Estodespersonaliza las transacciones, y en cierto modo disminuye las posibilidadesde una delación.
En el plano personal, las drogas se han tornadomás accesibles para todos los que posean o puedan utilizar un ordenador. Las decisiones tomadas en ciertosterritorios de Estados Unidos, Canadá y Europa, en cuanto a la utilización delingrediente activo de la marihuana para fines terapéuticos así como ladespenalización del consumo de dósis mínimas, ha propiciado la activación desitios de internet para la venta a distancia de este arbusto.
Es la conducta típica de la delincuencia organizada: aprovechar las vulnerabilidades, los“sectores grises” de la legalidad para los fines de su enriquecimiento sobre labase de actividades que en otras circunstancias serían netamente criminales.
Las nuevas tecnologías, indica el documento dela ONU, “permiten a los grupos de traficantes cometer delitos tradicionales conmétodos nuevos”. En estos casos, elorden de los factores sí altera el resultado. Los mensajes, por ejemplo, se transmiten por medio de correoselectrónicos recién activados, a nombre de seudónimos cuya veracidad resultainfructuoso determinar para las policías. Las comunicaciones son entabladas mediante teléfonos prepagados contarjetas adquiridas en efectivo, que no dejan rastros. Así ha quedado plasmado en los reportes dela policía de Hong Kong, citados por la Jife.
Esta situación, desgraciadamente, tarde otemprano terminará por darle un nuevo mordisco a las libertades individuales detodos nosotros. A la vuelta de unosaños, es probable que los foros internacionales (ONU, OEA, etc.) comiencen apredicar la necesidad de poner en práctica normas que obliguen a la correctaidentificación de los compradores de tarjetas telefónicas, y a la verificaciónde las señas dadas para la activación de un buzón virtual.
La amplitud de lo que hemos dado a llamar–estirando al máximo las licencias de la lengua- el “narcocybermercado”, puedeequipararse a la que aprovechan hoy en día los vendedores de armas o depornografía en internet. Sobre esto nohay cifras concretas de ganancias, sino meros estimados. Curiosamente, las transacciones dearmamentos a través de la red pareciera preocupar poco al liderazgomundial. El Papa se pronuncia en contrade la pedofilia virtual. La ONU hace lopropio contra la venta de estupefacientes. Pero los elementos de destrucción, pequeña o grande, personal ocolectiva, parecieran correr por la libre.
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