La Guerra contra el Terrorismo ha potenciado el interés de los gobiernos occidentales en la tecnología aplicada a la vigilancia de personas y objetos. Nuevos servicios y productos han entrado al mercado, o están en la fase previa a su lanzamiento. Echemos un vistazo:
*Un equipo de investigadores de la Universidad de Berkeley –California- desarrolló un dispositivo de robótica con un tamaño algo más grande que el de un grano de arena. Este artefacto, llamado «polvo astuto» (smart dust, en inglés) es capaz de recoger informaciones del entorno tales como la humedad, la temperatura y la presión barométrica, que convenientemente analizadas servirían no solo para la predicción de las condiciones ambientales, sino también para la detección de artefactos explosivos o armamentos. La secretaría de Defensa estadounidense mostró su interés por adquirir los prototipos de este producto, en el entendido de que sus primeros usos estarían en los teatros de conflicto. Dada su reducida dimensión, el «polvo astuto» podría servir por ejemplo para el espionaje a los enclaves destinados a la fabricación de armas atómicas no autorizadas.
*Muchas empresas, especialmente las poseedoras de grandes capitales, se han visto en la necesidad de instalar «bases alternativas», donde poder almacenar una porción de sus activos, independientemente de si son bienes o bases de datos. Para supervisar a un mismo tiempo las actividades que se llevan a cabo en todos estos locales, las proveedoras de telefonía han lanzado el servicio de «televigilancia». Este dispositivo promete un reemplazo a los sistemas de alarmas convencionales, pues al ser detectada una actividad irregular se produce una llamada al número predeterminado en el programa rector. Para poder operar, la «televigilancia» solamente requiere de un computador pentium III o superior, equipado con programa Windows 95 o más reciente y una cámara con soporte IP. Se produce un ahorro en recursos humanos, pues una sola persona convenientemente entrenada estaría en capacidad de «poner el ojo» sobre varios ambientes. El costo de este servicio varía de acuerdo con el proveedor.
Como todo producto de la actividad humana, estos desarrollos no son por sí mismos buenos o malos, útiles o inútiles. Vigilar tiene el sentido de observar un fenómeno. Nos permite establecer pautas o patrones de comportamiento y, por lo tanto, hacer predicciones. Si estamos hablando de una conducta nociva, entonces la vigilancia nos permitirá adoptar previsiones, a un costo menor que el de las reparaciones, una vez que el daño está hecho.
Pero la vigilancia puede constituirse en una herramienta de opresión. En las sociedades democráticas, donde se reivindica el derecho a la individualidad y a la privacidad, la vigilancia suele ser regulada. Los usuarios de cajeros automáticos, por ejemplo, son monitoreados y fotografiados pues de esa forma se facilita la identificación positiva de estafadores y clonadores de tarjetas. Quizá la sociedad occidental esté dispuesta –y a veces incluso, exija- este tipo de vigilancia, debido a la frecuencia con la que nuestras cuentas son vaciadas por estos delincuentes.
Pero, ¿qué pasa cuando un sector comienza a pedir mayores facilidades para la vigilancia, por ejemplo, de nuestras conversaciones telefónicas y de nuestros movimientos bancarios, con el fin de detectar y prevenir eventuales actividades terroristas? ¿Hasta qué punto las democracias estarán dispuestas a ceder su bien más preciado, que es la libertad, en aras de preservarse a sí misma? Por el momento, pareciera que los ciudadanos se muestran proclives a hacer concesiones. No creemos, sin embargo, que la actitud sea la misma cuando baje un poco más la efervescencia que la Guerra contra el Terrorismo, como toda confrontación, origina.
Si bien es cierto que no hay peor poder que el que no se ejerce, también lo es que no hay peor derecho que el que no se reivindica. Conviene, por lo tanto, estar vigilantes hacia la vigilancia. Luego, puede ser demasiado tarde.
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