Rehenes de la inseguridad (30 de agosto al 6 de septiembre 2002)

 

La inseguridad es esencialmenteun estado psicológico.  Se nutre devivencias propias y ajenas, en las que el hecho inesperado, la expectativafrustrada y la desconfianza son elementos en comùn.  Hay muchas categorías de inseguridad, pero en las sociedadeslatinoamericanas la que màs interesa va asociada al auge delictivo.

 

No hay dudas de que los embatesde la delincuencia inciden en la sensación de inseguridad.  Pero los criminòlogos y estudiosos de lapsicología social han establecido que este fenómeno tambièn està vinculado aotros factores tales como la estabilidad de las normas, la disponibilidad deservicios públicos  y el tratamiento delhecho delictivo en los medios de comunicación, entre otros.

 

Sin necesidad de hacer grandesencuestas, es posible determinar en què lugares el ciudadano se sienteinseguro.  Como cree que lo puedenasaltar, va tendiendo barreras en su entorno, se atrinchera en su propio hábitat,crea fortalezas y barreras para acceder a su propio entorno.  Rejas, elevados muros, candados, cercoseléctricos, mallas de ciclón o de espiral, tecnologías de vigilanciaperimetral, casetas y escoltas se transforman en elementos usuales del paisajecitadino.

 

La inseguridad salta a lavista. El ciudadano cumplidor de la ley percibe que el Estado fue sobrepasadoen su capacidad de controlar las conductas antisociales, y cede los espaciospúblicos en un gesto de autoconservaciòn. Posteriormente, va restringiendo sus propias libertades:  ya no circula como antes, ni se reùne consus similares.  Reduce los riesgos.  Al anochecer, las calles quedan desiertas, amerced de los ladrones.

 

En estas situaciones, losespacios públicos cobran un aspecto peculiar. Se hacen màs oscuros y desiertos, las paredes ya no estàn limpias comoantes, la vegetación de los alrededores crece sin control, la basura y lachatarra se adueñan de los lugares que antes frecuentábamos.  Las ventanas están rotas.

 

Progresivamente nos vamosconvirtiendo en rehenes de nuestra propia inseguridad.  Una situación paradójica, en la que seenseñorea la anomia.  Nuestro ritmo devida, nuestras creencias e incluso nuestra economía se transforman y adaptan aun hecho que creemos incontrolable.  Lainseguridad trae consigo un impuesto indirecto, pues además de pagar –comotradicionalmente lo hacemos- el funcionamiento de las policías tradicionales,tenemos que sacar de nuestros bolsillos el sueldo de los vigilantes privados,que en paìses como México, Brasil, Colombia y Venezuela ya constituyenverdaderos ejércitos de cancerberos.

 

Por lo tanto, y aunque se tratade un estado psicológico, la inseguridad tiene consecuencias objetivastangibles.  Aùn en economías deprimidascomo la colombiana, por ejemplo, los servicios de vigilancia y protecciónconstituyen una industria pròspera.  EnBrasil, el auge de los secuestros ha incrementado en 50 por ciento la demandade servicios de escolta.

 

Por lo tanto, la prolongacióndel estado de inseguridad representa una amenaza para la estabilidad de lasinstituciones y los gobiernos.  Alcaldesy presidentes comienzan a ser evaluados por su capacidad para meter presos alos ladrones.  En Venezuela, la opiniónpùblica ha llegado a plantear la pena de muerte como una alternativa.

 

El reto es devolverle la callea los ciudadanos.  Que salgan de suencierro.  La convivencia va desplazandoprogresivamente a los antisociales, o los integra.  William Bratton, el famoso comisionado policial, reconoció algunavez que esto solo es posible mediante un esfuerzo combinado entre los agentes ylos vecinos.  El tiempo apremia.

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