Al francotirador que mantiene aterrorizadas a lascomunidades de Maryland y Virginia, Estados Unidos, le espera una silla…En ella leadministrarán una inyección letal. Escuestión de tiempo y de la agudeza del grupo policial-militar que ha salido acazarlo, antes de que incremente el número de sus víctimas.
Virginia y Maryland son dos de las 37 regiones estadounidensesdonde tiene vigencia la pena de muerte. Sea quien sea el matón, es muy probable que se trate de un individuofamiliarizado con el lugar donde ejecuta sus asesinatos. Por ende, conoce que si lo pescan serásometido a un juicio en el que la Fiscalía solicitará la sentencia mássevera. Un representante de esainstitución, de hecho, ya lo dejó entrever al diario
¿Contribuirá esta perspectiva adisuadir a semejante criminal? A estasalturas, cuando la lista de abaleados incluye a 9 nombres, entre ellos un niñode 13 años, ese futuro parece poco probable. Más bien, y siguiendo el modelo trazado por el psiquiatra StantonSamenow en su libro Inside the Criminal Mind (aún sin traducciónconocida), el matón tenderá a modificar sus procedimientos, adaptándose lomejor posible a las circunstancias para alcanzar sus futuros objetivos. Incluso, podría mudarse a otra región delterritorio norteamericano.
La denominación de“francotirador”, acuñada por la prensa estadounidense para describir al autorde esta serie de homicidios, sugiere que esta persona tiene experiencia en eluso racional de la violencia. Prueba deello estaría en el hecho de que ninguna de sus víctimas ha recibido más de undisparo. No queremos decir con ello que el individuo esté en sus cabales, perosí que conoce el oficio de matar.
La única brecha que tendría elmatón para eludir la pena capital sería una demostración fehaciente de sulocura. Para ello, podría sembraralgunas pistas de manera muy “racional”, como aquella carta de tarot que dejóla semana pasada en los alrededores de una escuela, en la que se presenta comoDios.
Si este francotirador escapturado vivo, durante su proceso judicial con seguridad revivirá el debatesobre la pena de muerte. Desde tiempos bíblicos, el ser humano ha tenido laconvicción de que las sanciones deben tener una proporcionalidad con losdelitos cometidos. Por ende, ysiguiendo esta lógica, un individuo que ha cargado con las vidas de tanta gentedebería pagar con la suya.
Sin entrar en consideracionesde orden moral –que también son importantes-, la aplicación de la pena capitalparte del supuesto de que con ella se saca de las calles a los criminalesincorregibles –de hecho los elimina-, y de que sirve como un factor disuasivoen lo que respecta a otras personas con las mismas inclinaciones hacia losdelitos violentos como el homicidio y la violación.
Estudios realizados en EstadosUnidos por Sellin (1959) y Reckless (1969) permiten concluir que para esasfechas no existía ninguna diferencia entre las tasas de homicidioscorrespondientes a los estados en los que hay pena capital y aquellos en losque no la han instaurado. El primerautor también analizó las cifras de homicidios antes y después de la puesta envigencia de la pena de muerte, y no detectó variaciones.
Si la pena capital tuviese unautilidad social, los índices delictivos decrecerían, así como el número depersonas sentenciadas a perder la vida. Por el contrario, y siguiendo los datos aportados por el
Si el francotirador de Marylandconserva alguna conexión con la realidad que lo circunda, ya sabe que si locapturan y enjuician será sentenciado a recibir la inyección letal. ¿Cómo reaccionará este sujeto el día en quese vea acorralado?
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