Una profesión peligrosa (29 de noviembre al 6 de diciembre 2002)

 

Los periodistas juegan un papel fundamental enla representación de los conflictos ante la sociedad.  En situaciones extremas, vienen a ser los “ojos de la guerra”,depositarios del derecho a la información que a menudo se ven obligados atrabajar en ambientes con escaso arreglo a las normas del derecho.

 

La credibilidad del periodista emana de unsupuesto según el cual su actuación se rige por principios éticos más o menosuniversales de sujeción a la verdad e imparcialidad.  Ello sin negar la condición humana de los periodistas, lo cualpor un lado los hace falibles en su desempeño y por el otro limitados en elalcance de sus percepciones.

 

A pesar de esto -o quizá debido a esto- ensituaciones de conflicto los profesionales de la comunicación, con todo elidealismo que a menudo guía sus ejecutorias, se convierten en símbolos deneutralidad o “pureza”, similares a los que pueden tener la Cruz Roja u otrasorganizaciones humanitarias.

 

En los ambientes bélicos del nuevo siglo, donderesulta vital el apoyo de la opinión pública tanto a los combatientes como aquienes toman la decisión de enviarlos a matar, el hecho comunicacional se hatransformado en un factor que puede modificar la correlación de las fuerzas enliza.  Así se vio desde los tiempos dela guerra de Vietnam, cuando las imágenes de la niña huyendo del bombardeo connapalm o del vietcong que muere de un balazo en la sien contribuyeron amodificar el apoyo popular de los estadounidenses a la intervención militar enel Sureste asiático.

 

Desde entonces, y cada vez con mayorintensidad, los periodistas son factores que deben ser supervisados por lasmaquinarias de operaciones psicológicas, de un bando u otro.  Señala Russel Miller en su ensayo Testigosde otro tiempo:  “Después deVietnam, ya no se ofrecieron a la prensa pasajes en helicóptero de un lugar aotro de la batalla.  La contraseña eracontrolar a los medios de comunicación y encontrar la forma de asegurarse unacobertura favorable de la noticia. Durante la guerra del Golfo a ningúnfotógrafo se le concedió el permiso de acercarse y estar en primera línea.  Las primeras imágenes significativas queaparecieron fueron las realizadas una vez que la guerra ya había terminado,cuando los iraquíes se habían marchado…”.

 

La especial racionalidad de los conflictospolíticos hace pensar que los periodistas en principio no deben ser objeto deataques ni represalias.  Pero casos comoel del periodista Daniel Pearl en Paquistán, así como las constantespersecuciones de que son objeto los profesionales de la comunicación en paísescomo Colombia, México, Guatemala, Argelia y, en menor grado, Venezuela, indicanque el periodismo es una profesión peligrosa.

 

Si las presiones de la competencia por laexclusiva, la hora de cierre, la verificación de los datos y la carestíaeconómica no fuesen suficientes, allí está la de los riesgos físicos y legalespara conformar un cuadro.  Elperiodismo, dijo alguna vez Manuel Vals, es un apostolado.  Y como ocurrió a los primeros seguidores deCristo, en el ejercicio de esa profesión puede ir la vida.

 

Según las estadísticas de la organizaciónReporteros sin Fronteras, tan sólo este año han muerto cinco periodistas en elejercicio de su profesión.  Otroscientos permanecen tras las rejas.  EnColombia el promedio de comunicadores que perdieron la vida en el 2000 fue unopor cada mes.

 

En momentos de radicalización política, losperiodistas parecen transformarse en parte actora de la disputa en tanto queson objetivos de eliminación o neutralización por cada una de las partes.  El ataque de las hordas progubernamentalescontra un equipo de la cadena Globovisión en Venezuela es un ejemplo reciente,así como el ataque sistemático con arma de fuego a quienes portaban laindumentaria característica de estos profesionales, durante el estallidopolítico del 11 de abril de este año.

 

La consecuencia inmediata de tal situación esque los comunicadores cambian de rol, dejan de ser los buscadores eintermediarios en la transmisión de noticias para convertirse en la noticiamisma.  Una tentación en la que nunca sedebe caer.

 

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