En Venezuela se desarrolla un proceso sin referentes directos en la historia latinoamericana de los últimos 50 años: un grupo de militares de la más alta graduación decidió pronunciarse públicamente contra el presidente de la República -comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional- en forma pacífica e invocando un articulado de la Constitución cuya aprobación vía referéndum el propio mandatario se había encargado de promover, tres años antes.
La acción tomó por sorpresa a la comunidad internacional. Lo de estos militares parecía una suerte de golpe de Estado a cuentagotas. La Organización de Estados Americanos (OEA), por intermedio de su secretario general César Gaviria se apresuró a rechazar este pronunciamiento, en el entendido de que la tradición castrense no permite la «deliberancia» en los términos aplicados por este grupo. .
Hasta el momento, ese golpe de Estado no ha ocurrido en el país suramericano, y es poco probable que suceda de acuerdo con los parámetros vistos en el Cono Sur, Bolivia, Nicaragua, Colombia y la propia Venezuela durante el último medio siglo. .
Pareciera que los militares están buscando un nuevo esquema de relaciones con la sociedad que les da origen y los mantiene, tanto en Venezuela como en otros países del orbe. Cada vez con más frecuencia el profesional de armas se expresa ante el entorno social sobre los asuntos que le conciernen, no siempre siguiendo los dictados de la superioridad. Esto plantea un dilema terrible para los cuerpos castrenses, cuyos pilares fundamentales son la subordinación, la disciplina y la obediencia. .
En el año 2001, un grupo de militares israelíes manifestó por escrito su indisposición a seguir las órdenes que los llevarían a arremeter contra los asentamientos palestinos. En Argentina y Chile logias de oficiales hacen saber su oposición a los procesos judiciales por violaciones a los derechos humanos contra sus líderes de otrora. Estas expresiones, aunque punibles según las legislaciones locales, constituyen válvulas de escape para un sector cada vez más reacio a guardar silencio. .
Es cierto que los estados no dan forma a sus fuerzas armadas para que discutan con el resto de los sectores del país sobre la actualidad política, sino para que ejerzan de la manera más sabia el monopolio de la violencia, preferiblemente sujetas a un control externo y civil. Pero también es cierto que tales instituciones están conformadas por seres humanos, nacidos dentro de la propia sociedad pero sometidos a una intensa formación, no sólo relacionada con artillerías, blindados e infantería, sino también -y cada vez con mayor énfasis- con el servicio social. .
Los propios estados han decidido que no se pueden dar el lujo de continuar teniendo una élite inútil metida en los cuarteles, únicamente a la espera de que una fuerza hostil decida atacarlos. Los estados modernos han decidido que es necesaria una integración, aún en tiempos de servicio. Esta dinámica necesariamente conducirá a formas de expresión que todavía no han sido delimitadas. La experiencia venezolana podría sentar algunas pautas.