Un conflicto nos afecta en la medida en que más cercano esté de nosotros. Una protesta de la oposición que finaliza entre gases lacrimógenos aunque sin bajas en nuestra localidad captará más la atención general del público en el país -y por ende nuestros sentimientos- que la guerra civil de Ruanda, donde más de medio millón de personas han perdido la vida en medio de atroces masacres, efectuadas a menudo con palos y machetes.
Esto hace que la proximidad se constituya en un valor noticioso de vital importancia, no solo a los efectos del tratamiento periodístico de los conflictos, sino de las noticias como un todo. No es por lo tanto un capricho de las «mentes maestras» de los medios de comunicación el destacar algunas cosas más que otras en función de su cercanía con el público. Es el producto de los mecanismos naturales de la percepción, y de la forma como el individuo se sitúa como parte actuante dentro de una sociedad.
Los medios de comunicación, pero en especial los audiovisuales, impactan por su inmediatez y su sensacionalismo -entendida como afectación de los sentidos- de forma mucho más dramática que los medios impresos. La lectura de la letra de molde impone cierta racionalidad, y por ende una distancia hacia el objeto de conocimiento, que en este caso es una situación conflictiva. Pero aún en el caso de la radio y la televisión, los mensajes constituyen una re-presentación de la realidad, no la realidad misma. Esta es una distinción sutil, que nos sugiere la existencia de un elemento articulador de esos mensajes, como es el medio. De esta forma los conflictos en todas sus manifestaciones cobran a través de los medios un carácter vicario, pues al exponernos a sus mensajes nos definimos como mero público, y no como parte actuante.
Un conflicto nos afecta porque nos involucra, y viceversa. Probablemente, el reconocimiento de esa situación por parte de la persona sea algo más tardío que el hecho en sí mismo. Pero tarde o temprano esta toma de conciencia ocurrirá, no como el producto de un ejercicio goebbeliano de mentiras inoculadas mil veces, sino porque el público actúa al tiempo que reconoce que los medios están hablando sobre la verdad que los afecta en su cotidianidad.
Si nuestros intereses se restringen exclusivamente a la parroquia donde residimos, entonces los conflictos que primero atenderemos se circunscribirán a ella. Pero también estaremos pendientes de lo que ocurre en las vecindades de nuestro derredor, pues tarde o temprano un hecho que las conmocione tendrá efectos sobre la nuestra. Lo que está al otro lado del mundo puede tener un contenido referencial, en la búsqueda de analogías que nos arrojen pistas sobre cómo enfrentar la situación más cercana. Esto sigue siendo así aún en los tiempos de la llamada globalización.
¿Por qué entonces ese énfasis en la guerra contra el terrorismo?¿Por qué tanto interés en los desplantes de Washington y Londres contra Saddam Hussein? Porque, lo queramos o no, nos afecta. Al que comercia con alguno de los países occidentales, le afectará. Al que viaja usando alguna línea aérea que pase por cielos estadounidenses o de sus aliados, le afectará. Al que se alimente con productos fabricados en occidente, le afectará. Lo mismo para quien tenga familiares en Florida, Texas, California o cualquier otro estado de la Unión. Así podríamos enumerar una larga lista de situaciones que han cambiado a raíz de los conflictos propios de este nuevo siglo.
Estados Unidos podrá no ser nuestra parroquia, pero está muy cerca. Después del ataque a las Torres Gemelas, ya nadie podrá decir: «Gracias a Dios, no fue conmigo».