Al reflexionar sobre las lecciones que ha dejado la reciente epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés), la directora general de la Organización Mundial de la Salud Gro Harlem Brundtland indicó que la gran movilidad de personas por doquier es la evidencia de que nuestro mundo está «sin barreras físicas», lo que incrementa la necesidad de afinar los controles sanitarios especialmente en aquellos países donde la miseria constituye un caldo de cultivo para los males infecciosos.
China es el primer país del planeta en cuanto a población. Se estima que allí habita el 25 por ciento de la raza humana. Desde el punto de vista militar, y siguiendo el criterio de expertos en geopolítica como Zbigniew Brzezinski, en el mediano plazo podría entrar en la categoría de potencia militar. Pero actualmente no lo es, a pesar de las cuantiosas inversiones de Pekín en ese sector. Pero la principal preocupación de los gobernantes mandarines es generar un estado de bienestar para sus conciudadanos, en medio de una suave transición política de un régimen comunista a otro de economía controlada pero abierto al capital.
La enorme población de ese país hace que cualquier problema sanitario que sea reportado en su interior deba ser considerado como un alerta por sus vecinos más cercanos y por aquellas naciones que como Estados Unidos, Canadá y Brasil, albergan importantes colonias de raza amarilla.
En esto la información oportuna y sincera puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte. En el mes de abril, la comunidad internacional exigió al gobierno chino que divulgara las verdaderas dimensiones de este mal, que oficialmente ha producido 811 muertes y 8400 afectados entre los meses de noviembre de 2002 y junio de 2003. El régimen de Pekín terminó por culpar a 120 funcionarios por el mal manejo de la crisis, e imprimió un viraje hacia una mayor transparencia.
Los temores de la administración central en ese país no iban tanto hacia la epidemia como tal, sino hacia las consecuencias económicas que este brote podría dejar: The Wall Street Journal reportó en mayo que la fábrica de televisores japoneses Matsushita Electric Industrial tuvo que desmovilizar a sus 5 mil 600 empleados para prevenir la difusión de la enfermedad, y a la postre mudó parte de su planta a Malasia. La sucursal de Motorola, el gigante de la telefonía, obligó a sus obreros a laborar en turnos interdiarios, como consecuencia de la enfermedad. Phillips y Honda Motors también pusieron sus barbas en remojo.
Quizá lo que más ha angustiado a la comunidad internacional ha sido la incertidumbre en cuanto al verdadero origen de este mal. Los primeros reportes al parecer fueron hechos en la provincia de Guandong, y de acuerdo con la BBC de Londres «se extendió por varios países del mundo debido a los movimientos de viajeros en avión». El contagio supuestamente se produce cuando una persona sana tiene contacto con los fluidos corporales del enfermo, al exponerse a sus estornudos.
El Síndrome Respiratorio Agudo Severo nos indica, pues, que en nuestro mundo lo local y lo global están en una constante interacción, y nos pueden afectar independientemente de cuán lejos se encuentren tales eventos. Al conocer de los primeros casos de este virus, los países latinoamericanos reaccionaron e intentaron la imposición de férreas barreras sanitarias, que hasta ahora han impedido mayores lamentaciones. Pero la corrupción en los sistemas aduaneros y en los controles migratorios conspiran contra el logro de esta meta. Recemos para que el SARS no se convierta en otro dolor de cabeza.