Cuando el helicóptero asomó en el horizonte del Caguán, la toma estaba planeada. Un pelotón del Batallón Los Guanes que combatían desde hacía semanas en los alrededores de Peñas Coloradas, lo esperaba con ansiedad. Los soldados, todos profesionales, sabían que de cualquier forma regresarían a sus casas en esa aeronave. Estaban cansados de lidiar durante tres meses con la lluvia, el pantano, los combates y, sobre todo, los campos minados. Todos los días veían sacar heridos y muertos. No aguantaban más. Querían irse para sus casas y olvidar la pesadilla de la guerra. Como su salida no se concretaba, decidieron actuar por la fuerza. Apenas descendió el helicóptero con la remesa, una veintena de soldados saltaron hacia él y obligaron al piloto a sacarlos de allí. El episodio ocurrió hace cuatro meses en plena corazæon del Plan Patriota. «Esa es sólo la mitad de la historia. La otra mitad es que la mayoría de ellos quiere regresar», dice el general Carlos Alberto Ospina, comandante de las Fuerzas Militares.
Pocos días después otro episodio conmocionó a oficiales y soldados de todo el país. El comandante de la Brigada Móvil 5, un brillante oficial del Ejército, se suicidó en Arauca. Estos desconcertantes hechos sumados a los ya conocidos episodios de corrupción y errores militares han ido creando un panorama preocupante. Algunos oficiales activos y otros en retiro visitaron al Presidente de la República y le hablaron de una supuesta baja moral en el Ejército y le pidieron que hiciera cambios en la cúpula. El Presidente se negó a hacerlos. ¿Qué es lo que ha causado malestar dentro de las Fuerzas Militares?
No se puede negar que las Fuerzas Armadas pasan por su mejor momento. En el último lustro adoptaron un concepto de la guerra más ofensivo y flexible; operativamente se dio un salto al incrementar el combate aéreo y se ha ampliado como nunca el pie de fuerza. Desde que se inició el repliegue de las Farc, los militares han tenido la capacidad de pasar de estructuras pesadas a las acciones tipo comando y a multiplicar los golpes con pequeños grupos más calificados.
El crecimiento tampoco tiene precedentes. Desde 2002 se han creado 13 nuevas unidades de fuerzas especiales, cinco brigadas móviles, cinco batallones de alta montaña y 41 pelotones de soldados campesinos. El Ejército tiene el pie de fuerza más grande de toda su historia: 188.000 efectivos. La mayoría son profesionales, lo que significa que están mejor entrenados y con mayor experiencia. A eso se suma el incremento en el gasto militar, que llegará según el calculo más optimista del Departamento de Planeación Nacional a 4,01 del Producto Interno Bruto el año próximo.
No obstante, este crecimiento ha creado un desfase entre el número de soldados y la capacidad logística para atenderlos, especialmente los helicópteros que se encargan de sus desplazamientos, tanto los que se usan como ambulancias como los que transportan la alimentación. Gran parte de este desajuste se debe a la falta de coordinación entre las fuerzas y a que el dinero destinado a inversión se gastó en la dotación básica de los soldados campesinos y las nuevas brigadas móviles. «Tener mucho capital humano sin los medios necesarios representa un enorme riesgo», dice Andrés Dávila de la oficina de seguridad y justicia de Planeación Nacional. Por eso, episodios como la insubordinación del grupo de soldados del Batallón Los Guanes prenden las alarmas sobre los riesgos de que falle la logística.
Pero este no es el único motivo de malestar. Usando las facultades discrecionales, las Fuerzas Armadas, y en particular el Ejército, han separado de las institución a 67 oficiales y más de 100 suboficiales en lo que va corrido del año. Ni los generales ni el Ministerio tienen obligación de explicarles a los afectados los motivos de su salida, que en muchos casos se debe a fallas en derechos humanos, paramilitarismo, corrupción o simple ineficiencia. No obstante, un grupo de oficiales considera que las facultades se están usando para sacar del camino a quienes son críticos. «El Ejército es como un ‘reality’. A los mejores los van sacando en el camino porque son competencia», dice un oficial que no se explica por qué a pesar de su impecable hoja de vida, fue retirado del servicio.
Lo que está demostrando esta situación es que en las Fuerzas Armadas es necesario afinar los mecanismos para la promoción o destitución. «Las facultades discrecionales son un mal necesario. Se necesita separar a gente que no le sirve al Ejército sin tener que dar explicaciones pero deben usarse con transparencia», dice un experto.
Y la transparencia es justamente otro de los aspectos que genera fricciones entre los militares. Desde que se conoció la decisión de cambiar el uniforme camuflado, los rumores no cesan. Algunos oficiales consideran que el general Carreño, comandante del Ejército, tocó intereses de grupos de poder dentro de la institución. Otros lo consideran «un capricho innecesario».
También ha sembrado desconcierto una circular que recibieron los comandantes de brigadas y divisiones en la que se establecen el número de bajas y capturados que requieren para acceder a las medallas. Un comandante de brigada, por ejemplo, tiene que mostrar 150 enemigos muertos y 500 capturados para recibir la medalla de orden público. ¿Estimula esta medición que se presenten muertes como la de tres sindicalistas en Arauca? Ciertamente, dicha circular contradice un elemento clave de la política de seguridad democrática que consiste en medir el éxito operacional de acuerdo con el grado de seguridad que se logre en una región y al cumplimiento de objetivos estratégicos y no a los cadáveres que muestre un oficial.
Finalmente, los resultados de la guerra tienen desconcertados a sectores de militares, políticos y del gobierno. Durante el primer semestre fueron heridos en combate 771 soldados y 284 murieron. Las cifras desconsuelan y siembran la duda sobre si el Plan Patriota va tan bien como dice el Presidente. Aunque las cifras pueden mentir, lo preocupante es que ni el gobierno ni los militares han dicho cómo se podrá medir el éxito o el fracaso del Plan Patriota.