Buscan restos de masacre en poblado salvadoreño

juan josé dalton /apro
El Mozote, El Salvador(apro).- Rodeado de grandes montañas y de ríos, un lugar envidiable para el actualmente de moda ecoturismo, el caserío El Mozote guarda una de las más trágicas y horrendas historias de la guerra salvadoreña (1980-1992): la matanza de El Mozote, que hace 23 años cometió el Ejército salvadoreño y que dejó “estupefactos y sin aliento” a quienes conocieron los detalles del suceso, que costó la vida a más de mil personas, sobre todo menores de edad.
En los últimos días se realizan excavaciones en al menos dos puntos del caserío, con la finalidad de rescatar restos humanos de los masacrados para brindarles sepultura y para que quede evidencia jurídica de la matanza ocurrida en diciembre de 1981 contra la población civil de El Mozote y sus alrededores.
El Mozote está enclavado en la jurisdicción de Meanguera, en la provincia oriental de Morazán y a unos 210 kilómetros al noreste de San Salvador. Hace dos décadas toda esa región del norte de Morazán era uno de las zonas bajo control insurgente, y desde ahí transmitía la clandestina Radio Venceremos.
En su afán de acabar con la guerrilla de una sola vez, el Ejército realizó grandes operativos contrainsurgentes denominados “Yunque” y “Martillo” o “Tierra arrasada”. En el argot táctico-militar se trataba de “quitarle el agua al pez” para matarlo. El agua era la población y el pez la guerrilla. En Morazán ejecutaron la “masacre de El Mozote”; en Chalatenango, “la matanza del río Sumpúl”.
Acto de justicia
“Los responsables de matanzas como estas, que fueron crímenes de lesa humanidad, delitos internacionales e imprescriptibles, andan sueltos y viviendo tranquilamente, aunque algunos ya han fallecido”, explicó María Julia Hernández, director de Tutela Legal del arzobispado de San Salvador. Su institución auspicia la actual quinta etapa de exhumaciones en el propio caserío El Mozote donde, al igual que en otros poblados de su alrededor, se ejecutó una matanza en la que se estima murieron cerca de mil personas.
Hernández auspicia desde 1990 –dos años antes que concluyera la guerra civil– una investigación de la “masacre de El Mozote”, misma que se conoció mundialmente a días de haber ocurrido gracias a reportajes publicados en los diarios The New York Times y The Washington Post, en enero de 1982. La matanza tuvo lugar entre los días 11 y 13 de diciembre de 1981.
Los trabajos de exhumaciones están a cargo de expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que ha realizado, en 20 años de existencia, varias exhumaciones en la propia Argentina, Bosnia, Kosovo, Guatemala y otras naciones en las que ha habido conflictos bélicos. La investigadora argentina Sofía Egaña, de 33 años, explica que su labor es muy meticulosa y paciente, al estilo de la búsqueda de fósiles.
Los antropólogos forenses, incluidos algunos salvadoreños, están trabajando en dos montículos que por años estuvieron cubiertos de maleza y que fueron las casas de las familias Chicas y Díaz, donde los soldados concentraron a algunas personas y las ejecutaron dentro. Por el momento sólo han encontrado vainillas de tiros, pequeños fragmentos de huesos y alambres.
Testigos del horror
La única sobreviviente de los asesinatos en el propio Mozote, Rufina Amaya, narró lo ocurrido. Ella logró escapar de los soldados aprovechando la oscuridad de la noche, pero sus cuatro hijos menores fueron asesinados.
“A las cinco de la tarde me sacaron a mí junto a un grupo de 22 mujeres. Me quedé al final de la fila. Aún le daba el pecho a mi niña. Me la quitaron de los brazos. Cuando llegamos a la casa de Isabel Márquez, pude ver la montaña de los muertos que estaban ametrallando. Las demás mujeres se agarraban unas a otras para gritar y llorar. Me arrodillé acordándome de mis cuatro hijos. En ese momento de media vuelta, me tiré y me metí detrás de un palito (arbusto) de manzana”. (Fragmento del testimonio de Rufina Amaya, “Luciérnagas en El Mozote”, pp 16).
Amaya, junto a otros sobrevivientes de otros caseríos, han servido de testigos para ubicar los lugares donde quedaron los restos de los asesinados o donde fueron enterradas las víctimas después que los soldados se retiraron de la zona.
Entre el 13 y 17 de noviembre de 1992 se realizó la primera exhumación en el lugar conocido como “El Convento”: una pequeña edificación adyacente a la iglesia de El Mozote. El informe de la Comisión de la Verdad (1993) indicó que en aquella exhumación la mayoría de restos localizados eran de menores de edad, y que “se encontraron restos óseos correspondientes a un mínimo de 143 personas. Cuando se realizó el análisis de éstos, los expertos antropólogos lograron identificar 117 esqueletos anatómicamente articulados. Muchos infantes podrían haber sido totalmente cremados; otros niños tal vez no fueron contados debido a la extrema fragmentación de las partes de sus cuerpos” (fragmentos del “Informe de la Verdad”, 1993, pp.138).
Otro de los testigos es el señor Pedro Chicas, de 65 años. Actualmente colabora en las excavaciones de El Mozote, pero aclara que “aquí donde estamos excavando vivía una familia Chicas, pero no eran parientes míos. Nosotros vivíamos en La Joya. Un día antes que llegaran los soldados a invadir estas zonas, nos lanzaron bombas de mortero. Varios parientes míos, entre ellos una hija y yo, logramos irnos de La Joya antes que llegaran los soldados. Estuvimos dos días enteros y dos noches en una cueva y no fuimos descubiertos”.
Chicas narra que al abandonar la cueva, luego de percatarse que los soldados se habían marchado, fueron a los pueblos y apreciaron el horror: cadáveres esparcidos, algunos ya hechos esqueletos por la acción de los animales de rapiña; otros aún eran identificables. “No puedo decir a cuántas personas enterramos, pero fueron muchas. Las casas estaban todas quemadas. Todavía buscamos los restos, entre ellos los de una hermana y todos sus hijos, que no pudieron salvarse”.
El ejecutor
Los soldados, al mando del ya fallecido coronel Domingo Monterrosa y del mayor Natividad de Jesús Cáceres, dejaron letreros advirtiendo el paso del Batallón “Atlacatl”, y asegurando que los muertos eran “guerrilleros”. Los sobrevivientes niegan que hayan sido insurgentes los asesinados, la mayoría eran viejos, mujeres, y sobre todo niños.
Monterrosa fundó y comandó el Batallón “Atlacatl”, cuyos efectivos fueron entrenados en bases de Estados Unidos en tácticas contrainsurgentes. En noviembre de 1989, un pelotón del mencionado batallón participó en la matanza de seis sacerdotes jesuitas, a los que el gobierno acusaba de colaborar con la guerrilla.
El tristemente célebre fundador del “Atlacatl” es considerado un “héroe” para el Ejército y la derecha política salvadoreña. Murió en octubre de 1984, cuando su helicóptero estalló en el aire a consecuencia de una trampa explosiva que le colocó la guerrilla en el interior de lo que él creía era el trasmisor principal de la Radio Venceremos. Sus despojos y los de un grupo importante de oficiales quedaron esparcidos en los campos, cerca de donde tres años antes había ordenado ejecutar la matanza de El Mozote.
Hoy El Mozote está habitado por nuevos pobladores, muchos de los que bajaron de los cerros después de la guerra. En el centro de la plaza, a un lado de la iglesia, se ha edificado un monumento, al estilo de una ermita. En cuadros de madera estás grabados los nombres de decenas de familias asesinadas. Cuatro siluetas de metal y en negro, que representan a una familia, conservan la memoria de los masacrados. Al pie de estos una inscripción: “Ellos no están muertos. Están con nosotros, ustedes y con la Humanidad entera”.

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