A PESAR DE SU AVANZADA edad, Deisy Fómeque Campos no ha podido olvidar la forma violenta como la mafia ha eliminado en el último año a 35 personas de su familia y a los amigos de sus dos hijos: Víctor Patiño Fómeque, de 45 años, y su hermano medio, Luis Alfonso Ocampo Fómeque. El primero fue policía hasta 1988. Después ingresó al negocio del narcotráfico y fue escalando posiciones en el Cartel de Cali, además de asociarse con los narcos del norte del Valle. Purgó una condena de seis años en Colombia, y a finales de 2002 fue extraditado a Estados Unidos con la acusación de haber continuado traficando desde la cárcel. Una vez en territorio norteamericano decidió colaborar con los hombres de la DEA, sus eternos enemigos, sin medir la magnitud de la venganza de sus antiguos aliados. Hoy es uno de los principales testigos bajo el programa de protección del gobierno norteamericano.
Su otro hermano, Luis Alfonso, aprendió del negocio a su lado. La mafia lo conocía con el alias de ‘Tocayo’ y era señalado por las autoridades de ser el supervisor del transporte de la cocaína. Sus mismos socios se encargaron de asesinarlo hace un año, y su madre recuerda ese momento -cuando encontró flotando en las aguas del río Cauca el cuerpo de su hijo descuartizado- como el peor de su vida. «Me mataron a mi hijo, lo cortaron en pedazos y a todas las personas que estaban con él, incluso una mujer y dos niñas menores que también aparecieron flotando por el río Cauca».
El miedo no le impidió a Deisy Ocampo narrar cómo ese domingo 8 de febrero su hijo Luis le avisó que iba a asistir a una reunión con Juan Carlos Ramírez Abadía, alias ‘Chupeta’; Wílmer Varela, alias ‘Jabón’; Ramón Quintero, Pedro Nel Pineda y Laureano Rojas Rentería. La cita era a las 12 del día en la finca Alexandría, ubicada en el sector de Gota de Leche, en Buga, Valle. «Tranquila viejita que no me va a pasar nada. Voy con 10 de mis muchachos, unos primos y mi abogado». Eso fue lo último que Deisy habló con él.
Tres días después recibió dos llamadas telefónicas en las que le anunciaban que la guerra era a muerte. La primera fue a las 9 de la mañana del martes. Su hija contestó al teléfono: «Mamá, pase que la necesitan urgente». Al otro lado de la línea identificó la voz agitada de un hombre de la mafia: «No busque más a su hijo Luis que él está muerto, es un traidor, me dijo Juan Carlos Ramírez Abadía. Me exigió que nos fuéramos de Cali, que desocupáramos la ciudad y Colombia entera. Que si queríamos vivir, teníamos que irnos. Que éramos personas no deseadas porque mis hijos, tanto Víctor Patiño Fómeque como Luis Alfonso, eran unos traidores, unos sapos, y que ellos habían estado abriendo la boca ante el gobierno de Estados Unidos denunciándolos a ellos. Que nos atuviéramos a las consecuencias si no desocupábamos el país, y me colgó el teléfono».
Una hora y media después y aún sin reponerse del pánico, volvió a timbrar el teléfono. Esta vez era la voz de Wílmer Alirio Varela, que le dijo: «Ustedes están pensando que yo maté a Luis y yo no lo hice. Fue Juan Carlos Ramírez Abadía, ‘Chupeta’, pero de todas maneras váyanse de Cali. Sus hijos están cooperando con el gobierno de Estados Unidos para jodernos a todos y ténganse de atrás porque va a ver muchos muertos. Vaya y busque a su hijo en el río Cauca, que ahí se lo mandaron», y colgó.
Unos pescadores encontraron el cuerpo de un hombre descuartizado, flotando en las aguas del río Cauca. Se trataba de Luis, hermano de Víctor Patiño Fómeque, el narcotraficante más importante que le ha colaborado a la justicia norteamericana en los dos últimos años
La prensa valluna sostuvo ese día, 11 de febrero, que la muerte estaba bajando desmembrada por el río Cauca, mientras que las versiones oficiales indicaban que la gente estaba exagerando las noticias. Por eso, Deisy Ocampo decidió ir a buscar a su hijo hasta la finca Alexandría. «Llamé al doctor Jorge Alberto Náder Mora, mi abogado, y salimos a buscarlo. Estuvimos en la finca y le pregunté a uno de los trabajadores si había visto a mi hijo Luis, y me dijo que sí, pero que se habían ido para otra finca, en el municipio de Riofrío, cerca del río Cauca. Nos dirigimos hacia donde nos habían indicado y vimos mucha gente corriendo por la orilla del río y nos hacían señas para que paráramos y viéramos lo que estaba pasando. Nos detuvimos cerca de la orilla y venían varias partes de cuerpos flotando por el río Cauca. Primero la cabeza con melena y después aparecieron los brazos. Me mataron a mi hijo, me lo cortaron en pedazos».
No había alcanzado a enterrar lo poco que le dejaron de su hijo cuando recibió otra llamada. De nuevo era Juan Carlos Ramírez Abadía, ‘Chupeta’. Esta vez la advertencia era entregar todas las propiedades de su familia, y le dio los nombres de cuatro abogados del Valle que en el pasado habían trabajado con su hijo Víctor Patiño Fómeque. «Uno me llamó y me dijo: ‘Tranquila, no se preocupe, entregue todo, facilite las cosas, no se busque más problemas. Hágame una lista de todas las propiedades porque en este momento todo lo de ustedes nos pertenece». Luego pasó al teléfono otro de los abogados y esta vez sus exigencias eran otras: «Tiene que entregarme todo el ganado que tienen. Recuerde doña Deisy que son como unas 2.500 cabezas, no se busque problemas y no vaya a sacar ni una sola res de esas fincas pues el doctor tiene el inventario completo con las cantidades y la ubicación de esos semovientes. Así que tiene que colaborar. ¿Me entendió?».
A partir del crimen de su hijo, la muerte fue llegando al resto de su familia. En su relato, Deisy nombra a sus nietos asesinados; a sus amigos y sus esposas; a sus sobrinos; a los abogados Henry Escobar, Nelson Rotawisky, Jorge Alberto Náder Mora y Pedro Arboleda; a los escoltas, trabajadores de las fincas y hasta varios fiscales. Y aún más, menciona con nombre propio a los asesinos y a un sargento perteneciente a la división contraguerrilla del Batallón Codazzi y a un coronel de la Policía de Palmira Valle, a quienes señala de trabajar al servicio de ‘Chupeta’ y de ‘Jabón’.
Ocho meses antes, su hijo Víctor Patiño Fómeque había denunciado desde Estados Unidos la muerte y la desaparición de sus familiares. En una carta que le dirigió al presidente Álvaro Uribe le decía: «Acudo a usted como primer mandatario de mi país y a las autoridades nacionales e internacionales para denunciar el cartel del narcotráfico más poderoso del mundo con quienes delinquí por muchos años hasta que puse fin a mis actividades delictivas». (Ver texto completo). Más adelante señala con nombres propios a los miembros de la organización y agrega: «Toda esta organización está matando-secuestrando (más de 35 personas) y desapareciendo personas ajenas al narcotráfico que en algunas oportunidades legalmente prestaron algún servicio a mi familia».
Después del ataque de sus antiguos socios y de tantos muertos cercanos a sus afectos, Víctor Patiño decidió convertirse en el más importante colaborador de la justicia norteamericana. Comenzó a contar la vida y negocios de otros narcotraficantes a quienes él conocía al dedillo. Sostuvo que sobornó durante muchos años a oficiales públicos mientras estaba en el negocio de la droga o de lo contrario eso no funcionaría. Dio información muy valiosa sobre la ubicación de laboratorios en la Costa Pacífica, el suministro de precursores, la riqueza de sus antiguos socios y las rutas utilizadas para la salida de la droga. Explicó cómo era el control que él tenía en los puertos de Buenaventura y Tumaco para el envío de cargamentos de narcóticos a través de toda una flota de navíos, en donde ningún narcotraficante podía sacar un gramo de cocaína sin su permiso. Y también les habló de la infiltración de su negocio en la política y cómo financió las campañas que culminaron con el famoso proceso 8.000. Además puso al servicio de la DEA y de los fiscales federales los nombres de quienes conformaban su organización y de la gente que tenían infiltrada en la Fiscalía, en la Policía y en la Armada. Pero quizás la colaboración que más le ha servido a la DEA es la de los contactos con la mafia mexicana y los enlaces de los carteles con los traficantes de narcóticos por Panamá, Texas y California.
Mientras su hijo prendía el ventilador en Estados Unidos, a Deisy, su madre, no le quedó otra opción que huir de Colombia para salvar su vida. En la actualidad vive en la Florida bajo el programa de seguridad que le ofreció el gobierno norteamericano. Atrás dejó la opulencia del dinero del narcotráfico y se vio obligada a abandonar las propiedades que consiguieron sus hijos con el dinero de la mafia. El fantasma de la muerte sigue siendo una pesadilla para Deisy, y como si se tratara de una premonición terminó su relato diciendo: «Vivimos en constante angustia puesto que el brazo criminal de estos bandidos no tiene límite».